martes, 28 de mayo de 2013

"Hay que Cuidar a los Mayores" (dijo mi oba)...pero en lo que se Pueda (digo yo)


Hace poco tuve una entrevista de trabajo que nuevamente me enfrentó con mi pasado.



Cuando el jefe de área lanzaba las clásicas preguntas: “¿cómo te ves dentro de cinco años?”, ¿cuáles son tus planes para el próximo año?”, yo ya estaba ordenando mis ideas mentalmente para dar la mejor respuesta posible, pero, de repente, mi inconsciente (o consciente, diría yo), parecía que decidió sabotearme el momento, porque automáticamente me mostraba pequeños flashbacks de aquellos momentos, muy pasados momentos para mí, que si bien no fueron determinantes para decidir lo que haría dentro de 5 años, fueron esenciales para influir en lo que podría haber hecho hoy y, seguramente, para los próximos 5 años.



Esos flashbacks me remontaron a la época cuando cuidaba a una tía enferma en la casa, como les había comentado en un post anterior, y que literalmente absorbió todo mi tiempo y dinero en esos 2 años. Si hace 2 años estuviera recordando estos tristemente llamados “recuerdos”, estaría escribiendo este post en un mar de lágrimas, con mi caja de kleenex al costado. Pero no, ahora escribo este post tranquilamente y disfrutando de un yogurt de fresa, porque felizmente tengo una memoria selectiva y poco a poco olvido los episodios desagradables, llegando incluso a tener cierta “amnesia”, algo muy beneficioso en estos casos (pero claro, tengo que dejar pasar un poco de tiempo para llegar a este estado de “amnesia”).



Esos flashbacks me hicieron acordar del momento en que estuve a punto de seguir un curso de postgrado, pero tuve que dejar pasar la oportunidad, porque mi tía se enfermó y no había nadie quien quería ayudarla; o la vez que… en fin, ya ni me acuerdo, porque como les dije, tengo una memoria selectiva, que gracias a dios, ya se está convirtiendo en amnesia, y me estoy olvidando aquello que no me sirve, aquello que me hace daño, porque si bien ayudar a alguien es gratificante, muchas veces resulta ser una carga muy pesada que tiene consecuencias.



Y así, desde hace tres años, dejé que el vicio de la procrastinación se apodere de mí, y fui dejando los retos (léase “seguir una maestría o una especialización”, viajar, etc.) para “más tarde, porque ahora tengo a una tía que cuidar”. Ese “más tarde, porque ahora tengo a una tía que cuidar” se convirtió en una excusa perfecta para dejar que esta auto-desidia sea la que rija mi vida, pero poco a poco estoy aprendiendo a que quererme más y a no dar el 100% en algo que al final me va a dañar y por eso, simplemente, trato de olvidar, aunque no es fácil, porque aún tengo que verla, aunque se encuentre en una casa de reposo.



Bueno, en esos momentos de la entrevista de trabajo, me puse en blanco por segundos y ya ni recuerdo lo que dije, pero seguro no fue un plus a mi hoja de vida, puesto que al final no pasé la entrevista. Por eso será que no me gustan las entrevistas de trabajo, porque me recuerdan muchas cosas que ya pasó para mí. Como dice una canción de José José: “Ya lo pasado, pasado no me interesa… si antes sufrí y lloré, todo quedo en el ayer…” (Ojalá que muy pronto pueda cantar lo que sigue de la canción: “ya olvidé, ya olvidéee, ya olvidéeee”).



Antes, muchos años atrás, en la época que vivía mi oba, se acostumbraba a cuidar a los padres o al oji u oba en casa, sobretodo si estuvieran enfermos. No se escuchaba siquiera la palabra “asilo” o “casa de reposo”, porque se suponía que la hija o la nuera era quien tenía que encargarse de cuidar al padre o al suegro, así nos decía mi oba. Muy rara vez se pedía la ayuda de alguien, o siquiera los servicios de una enfermera, por lo que era “normal” (por lo menos en mi familia), tener a la oba o al oji en casa, incluso cuando estaban enfermos. Para mi era normal ver a mi mamá cuidando a mi papá o a mi oba cuando estaban enfermos, y no me parecía raro verla dedicando su tiempo libre incluso para pasarlo junto a ellos, y sobretodo, no me parecía nada raro que ella hiciera todo ese trabajo (porque era bastante trabajo: prepararles comida especial a parte de la comida del resto de la familia, cambiarles la ropa, asearles, etc.) sin siquiera mostrar algo de estrés o cansancio mental. Por lo que cuando me tocó a mi hacer ese papel, de cuidar a mis mayores, me di de bruces con la realidad, porque la realidad era muy distinta.



Los tiempos habían cambiado, ya que en la época de mi mamá, hablamos de casi 30 años atrás, había una tienda familiar, había unión familiar (en donde las tías se turnaban para cuidar a mi oba) y mi mamá pasaba los 50 años (es decir, una edad madura, en la que se supone que ya uno ha logrado consolidarse tanto personal como profesionalmente), por lo que no se percibía un ambiente de estrés o de frustración por la carga misma que conlleva de cuidar a un familiar enfermo en casa. Pero, en mi caso, ya no había una tienda familiar, sino que cada uno respondía por su profesión, por su propio trabajo; no había unión familiar (cada uno iba por su cuenta) y yo, con 30 años a cuestas con las aspiraciones propias de una persona joven en busca de mayores oportunidades a nivel personal y profesional. Esto último se mezcló con el propio estrés y la frustración por una procrastinación “auto-impuesta”, lo que provocó que decidiera a no seguir con la enseñanza de mi oba: pedí ayuda a mi hermano mayor y juntos internamos a mi tía en una casa de reposo. Ya no más en casa.



Suena algo cruel, pero los tiempos han cambiado, y si bien, entre mi hermano y yo "aguantamos" esa obligación tácita de cuidar a los mayores,  en este caso, a una tía con demencia senil, ya no podíamos hacer solos ese trabajo, porque también teníamos nuestras propias aspiraciones que queríamos cumplir, y en eso también estaban conjugados los deseos de mi mamá e incluso de mi papá, a quien ya no tenemos a nuestro lado; porque ellos siempre han querido que sus hijos avanzaran. Si dedicáramos todos nuestros esfuerzos por mantener a mi tía en casa aún con esa enfermedad, estaríamos no solo limitándonos sino también decepcionándonos a nosotros mismos y a nuestros padres.

Es como un sentimiento confuso entre culpa (“¿seré egoista?”) y alivio (“¡por fin!”) por haber optado por hacer que otros cuiden de mi tía, como si fuese el propósito de este post el hacer un mea culpa o una catarsis de todo esto, pero es posible que muchos jóvenes hayan pasado por esto, o lo esten pasado. En la casa de reposo donde está internada mi tía, también hay otras familias nikkei que han decidido dejar a sus padres enfermos en ella, ya sea porque no hay nadie quien pueda cuidarlos en casa o porque la misma enfermedad de los padres hace que la vida en casa se vuelva insoportable para los otros miembros de la familia. Ahora, es común escuchar familias, incluso familias nikkei, que han internado a sus padres enfermos en casas de reposo o han contratado a enfermeras que los cuidan. Algo impensable hace décadas atrás. 

O incluso, hay algunos niños que piensan que es normal la idea de los asilos, que el destino de los abuelos es una casa de reposo, como por ejemplo, un tío nos comentó que su nieto, al ver que había una casa de reposo al frente de su casa, le dijo que cuando sea más viejito, que no se preocupara, porque él viviría en esa casa y ahí lo cuidarían, claro, que todos lo tomaron en tono de broma. Por eso, me doy cuenta que los tiempos han cambiado, que lo que una vez nuestro oji u oba nos enseñaron, nosotros, los más jóvenes, somos quienes seguimos sus ejemplos o enseñanzas, pero lo hacemos o interpretamos “a nuestra manera”.



Ahora la vida es más competitiva, más rápida, más estresante. Y eso es lo que muchas veces, no nos permite, sobretodo a los jóvenes, ir a la par de esa vida tan agitada con lo que nos enseñaron nuestros oji u oba, como en mi caso, que me dijeron que los hijos tenían que cuidar a los padres en casa. Pero, yo aún tengo a mi mamá, y para darle tranquilidad y mejor vida, preferimos internar a mi tía en la casa de reposo, donde no le falta lo material, pero si lo afectivo; porque con tanto estrés y sentimientos encontrados, no podría ofrecer nada bueno a nadie, ni a mi misma. Como mi hermano me aconsejó últimamente: “se ayuda en lo que se pueda”. Y es verdad. Juntando lo que dijo mi oba con lo que me dijo mi hermano: “hay que cuidar de los mayores, pero en lo que se pueda”. Porque los tiempos han cambiado, y si no vamos a la par con la vida misma, no lograremos nada, ni para nosotros mismos ni para nuestra familia. Se podría decir que, lo que una vez mi oba nos dijo, la estamos poniendo en práctica, pero lo hemos "modernizado"





miércoles, 22 de mayo de 2013

Mi Papá y Su Tecnología del Ayer

Hace poco, mi antiguo teléfono era tipo “sapito” (el que tiene tapa) y ya dejó de funcionar. Tantas veces que se me había caído de la cartera o del bolsillo al piso... algo de eso tenía que tener consecuencias. Pero, desde hace unas pocas semanas que estoy estrenando un celular nuevo, ya que me he comprado mi primer smartphone y, aunque no sea lo último en celulares, hasta ahora sigo "deslumbrada" con las “maravillas” que puede hacer mi celular: puedo estar conectadísima con el trabajo (algo que con el antiguo aparato no podía estarlo, porque no tenía conexión directa a Internet), avanzar algo de las traducciones que tenga cuando me encuentro fuera de casa (digamos, sentada esperando mi turno en el banco o en la clínica) o si no tengo nada que hacer, incluso puedo ver mi Facebook, etc. Hasta parezco una niña con juguete nuevo. Seguramente, muchos también se sentirán así cuando compran algo nuevo, sobretodo, algo que les facilita la vida. 

Cuando mi papá aún vivía, él era el quien se encargaba de traer la “tecnología” a casa, la tecnología de punta en aquella época, y con ella fue con la que crecimos. 

En la casa teníamos una radio a transistores de National Panasonic, que era una radio tan pesada que parecía un ladrillo y tenía una funda de cuero negra (creo que en casi todas las casas había una radio de esas), y que a mi hermano y a mí nos gustaba usarla para escuchar las “voces del más allá”, como así llamábamos a esa interferencia típica que hay cuando hay una comunicación por radio o teléfonica cerca, porque podíamos dar vuelta al dial en las frecuencias menos sintonizadas y se podían escuchar voces "extrañas" (aunque puede ser conversaciones interceptadas de teléfonos o incluso, realmente captaba voces

"fantasmales", quién sabe, aunque cuando niños, preferimos volar nuestra imaginación y decir que eran las “voces del más allá”).

Ahora que menciono el teléfono, aunque puede que no vaya al caso, recuerdo que la primera vez que obtuvimos nuestro primer teléfono fijo, mi mamá había puesto en la mesa del comedor varios fajos de billetes de soles o intis (no recuerdo bien), y ella junto con mis hermanos se pusieron a contar todos los billetes, porque al día siguiente iba a pagar a la Compañía de Teléfonos de aquella época, porque luego de más de diez años de espera, recién podíamos tener teléfono (y es que en aquella época, no era fácil ni mucho menos rápido tener teléfono en casa, había que estar en una especie de “lista de espera” que podía durar años y años). Mi papá había hecho los trámites correspondientes antes que yo naciera, pero falleció y después de varios años después, recién pudimos conseguir lo que mi papá había solicitado. 

Aparte de las noticias que le gustaba escuchar a mi papá por la radio, también le gustaba mucho los estudios y también quería que nosotros desarrollemos ese interés y dedicación, por lo que siempre trataba de darnos todo lo necesario para los estudios, y es así que también nos compró una máquina de escribir, la que también yo he usado para hacer las monografías del colegio y hasta para el primer ciclo de la universidad. 




Recuerdo que la máquina que teníamos era una Brother (la mejor, según mi mamá), pero no podía hacer mis tareas con ella por las noches porque las teclas eran tan duras, que para presionarlas, no podía utilizar los 4 dedos a la vez (como nos enseñaban en las
clases de mecanografía) sino un dedo por cada mano, así que el ruido que producía hacía que sonara como si estuviera “ametrallando” las palabras, en lugar de teclearlas.
                                                 

Mi papá fue el que había comprado la máquina de escribir, antes que naciera, y por la misma época, también había equipado la biblioteca de la casa con los famosos y pesados Baldor (¿quién no ha tenido un Baldor en casa?). Una máquina de escribir y los Baldor era lo que nunca podía faltar en una casa con niños en etapa escolar. Y es que a mi papá tenía mucha afinidad con las matemáticas y en mi casa nunca faltaban libros de álgebra o cálculo (como así se llamaban las matemáticas) o incluso, coleccionaba recortes de periódico con problemas de cálculo mental, los que pegaba en los cartones de cigarrillos a manera de libreta (bueno, como ahora se dice, era todo un ecologista, porque reciclaba las cosas, pero más que eso, era un ahorrador, no le gustaba botar nada). 

Cuando tenía unos 6 ó 7 años, recuerdo que en mi casa teníamos los televisores que parecían unos muebles de madera, tenían patas como una mesa y hasta tenían unas puertas que protegían la pantalla, las que al cerrarlas, hacían lucir a la tv como un mueble más. Pero como por aquella época,

 yo estaba en la edad que imitaba lo que veía en la televisión, no sé qué habré visto en la tv que recuerdo que me trepé a las puertas de ese televisor (seguro que habré visto a un acróbata) y las patas se rompieron por el peso.                                                         

Me acuerdo que ya a la semana siguiente, compraron una nueva tv, a color y control remoto, algo muy nuevo para nosotros, porque la anterior tv era a perilla, a blanco y negro, y además, tenía la famosa antena de conejo. Así que mi “travesura”, no fue tan mala, porque al final fue como un “pretexto” para comprar una tv nueva. 

Y claro, no nos olvidemos del equipo de sonido. No, no; antes, cuando era pequeña, muy pequeña, no tenía un equipo de sonido o minicomponente, mucho menos un cd placer. Lo que teníamos era un tocadisco y luego, un tocacassette (bueno, el tocacassete lo utilicé incluso antes de los 20 años, así que yo sé lo que era rebobinar el cassete con un lapicero para no gastar la pila del walkman). 


Recuerdo que mi papá compró a mi hermano mayor unos discos de vinilo de la familia Telerín, que eran unos dibujos que enseñaban a multiplicar; y así fue como yo también aprendí a multiplicar: “2 por 9 dieciocho y 2 por diez es veinte, cha cha chá” (pero se lee cantando), y luego mi hermano mayor me compró años más tarde el disco de Topo Gigio, que estaba de moda en esa época. Y hasta ahora los conservo,
pero los mandé a que los pasen a formato CD, ya que ni tengo un tocadiscos, y si lo tuviera, ya no puedo usar esos mismos discos porque ya están rayados (de tanto uso).
Lo que antes era la tecnología de punta, ahora nos parece obsoleto, pero no hay duda que muchas veces nos trae muy buenos recuerdos, como en mi caso, que al final de todo me hicieron recordar a mi papá y su tecnología del ayer.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Un Pretexto para Decir: "¡Gracias Mamá!"

Faltan pocos días para celebrar el día de la madre y seguramente muchos de nosotros estaremos pensando en qué regalar a nuestra mamá u oba (abuela, en japonés) o a dónde la llevaremos a comer este domingo. Y es que ese día es un día especial en donde queremos demostrar nuestro cariño hacia nuestras madres (e incluso a nuestras oba, si aún las tenemos con nosotros). Este domingo, es un buen “pretexto” para demostrar el cariño y gratitud hacia nuestras mamás y obas (aunque, como dice una frase conocida, "no debería ser un solo día, sino todos los días").

Mi oba, en la celebración del Kanreki (cuando cumplió 60 años). (1959)
“Cariño” y “gratitud”, dos palabras que tienen mucho sentido pero a la vez muchos de nosotros no sabemos como expresarlas. A veces los regalos o las cosas materiales no pueden expresar cuanto cariño o agradecimiento tenemos hacia nuestras madres (o mejor dicho, “mamás”, porque seamos honestos, sea que tengamos cinco, quince, treinta o sesenta años de edad, siempre las vamos a llamar “mamá”). Y no solo es por darnos la vida, sino también por todo lo que han hecho por nosotros. 

Y aquí aprovecho para compartir algunos recuerdos que tengo de mi oba y sobre mi niñez. 

Mi oba materna viene de una familia de samurai, que es la clase guerrera de Japón; (aunque no estoy muy segura si Iida-san, el investigador que preparó el árbol genealógico de mi familia, se refería a los Pechin (antigua clase guerrera de Okinawa). Sea cual fuere el significado, lo que sí estoy segura, es que mi familia, sobre todo mi oba, viene de una familia de guerreros, porque fue luchadora y nunca se dio por vencida; como toda una samurai. 

Cuando mi mamá era pequeña, su papá (mi oji), falleció a causa de una enfermedad, casi joven, puesto que apenas pasaba los 40 años de edad. Mi oba, ya sola y con varios hijos, algunos pequeños, tuvo que afrontar muchas dificultades y estar al frente de un negocio familiar (puesto que en ella trabajaron mi oji y posteriormente, mi papá), que era una cafetería en el centro de Lima. 

Fue una época difícil, puesto que años más tarde, estalló la segunda guerra mundial y, aunque el centro de batalla estaba a miles de kilómetros del Perú, se percibía claramente el sentimiento antijaponés en Lima, en donde los japoneses residentes en el Perú sufrían el desprecio e insultos gratuitos y racistas por parte de la población local; seguramente contagiados e influenciados por el espíritu de la guerra de los Aliados. 

Décadas más tarde, esta misma historia pasó con mi mamá, porque mi papá falleció cuando era muy pequeña, así que son muy pocos, casi nada, los recuerdos que tengo de él. Y así, al igual que mi oba, mi mamá estaba sola con tres hijos pequeños: la menor de todos, yo, con cinco años y el más grande, con trece años de edad. Casi no recuerdo nada de mi papá, solo pequeños “flashes” que recuerdo, como si fuera un sueño; y lo único que recuerdo de su funeral, era que mi mamá lloraba y yo le decía ingenuamente: “mamá, ya no llores mucho”. 
Claro, a los cinco años, que iba a darme cuenta de la realidad, yo solo pensaba que mi papá se había ido de viaje y no que se había ido para siempre. 

Bueno, para no hacer muy larga la historia (un poco triste, pero como toda historia, el final es feliz, o por lo menos, mejor que el principio), aunque no hubo una guerra mundial, mis hermanos y yo crecimos en una época difícil, que era la época de Alan Garcia, en donde la leche escaseaba y había que hacer largas colas, había una altísima inflación y a lo que se sumaba el terrorismo y los toques de queda y apagones. Solo recuerdo esto por los libros, porque estaba muy pequeña, pero lo único que recuerdo era que no tuve muchas comodidades, ropa o juguetes cuando era muy pequeña, pero eso sí, nunca nos faltó comida, y era porque todavía mi mamá trabajaba en ese negocio familiar, la cafetería, pero que a duras penas daba para el sustento diario. Pero felizmente, estaba mi oba, porque ella le ayudaba a mi mamá, ya sea cuidándonos cuando regresábamos del colegio y mi mamá se encontraba en la tienda (como así llamábamos a la cafeteria), o a veces “prestándole” dinero a mi mamá, el mismo que mensualmente mi oba recibía de la embajada como una indemnización, porque uno de mis tíos (el único hijo varón que le quedaba) falleció en pleno campo de guerra. 

A pesar de las carencias económicas que podíamos tener, mi mamá casi siempre paraba en la tienda, porque tenía que trabajar, así que sobra decir cuanto la extrañaba, sobre todo en mis primeros años de colegio. Pero eso sí, a pesar de todo el cansancio que mi mamá podía tener, de trabajar de lunes a domingo, de limpiar la casa, darnos todo lo que buenamente podía; nunca nos descuidaba. Lo que recuerdo de esa época, la "famosa" década de los 80-90, era que a pesar que no teníamos mucho, tampoco no nos faltaba nada. Suena algo paradójico, pero era así: nos podía faltar un juguete o ropa nueva, pero siempre teníamos la atención y cariño de mi mamá, y de mi oba, claro está. 

Recuerdo que en el colegio, cuando tenía 7 años, me mandaron a recortar todas las palabras que empiecen con la letra R y pegarlas en mi cuaderno triple raya. Pero, como mi oba no sabía leer español, ella no podía ayudarme con mi tarea. Así que me quedaba dormida esperando a que llegara mi mamá de la tienda, para que juntas hiciéramos la tarea. Al día siguiente, me despertaba asustada, pensando en la tarea que no hice, pero grande era mi alivio al ver que mi mamá ya había pegado las palabras en mi cuaderno, palabras que había recortado mientras estaba trabajando en la tienda. O también esa vez, que no había comprado goma y mi mamá se puso a preparar “goma casera” temprano en la mañana mezclando un poco de harina con agua y colocándola en un pote y que mucha gente mayor la conoce como “engrudo”, para que lo llevara al colegio. Y así, pegaba mis figuritas en la clase, sin importarme qué podían pensar mis compañeras de clase. O en mis actuaciones, que mi mamá siempre me cosía mis disfraces, y a pesar que eran hechos a mano, para mí siempre eran bonitos. Y claro, aunque mi mamá siempre tenía que levantarse temprano para abrir la tienda, siempre se levantaba más temprano para prepararme mi lonchera o mi bento, se esmeraba por prepararme algo nutritivo y rico, como un pan con tortilla y cebollita china, unos pollitos fritos (que ahoran le llaman “nuggets”) o incluso, me preparaba una torta de chocolate con bastante fudge para mi cumpleaños. 

Tantos recuerdos, tantos buenos recuerdos. Ahora ya soy mayor, y si bien ya los tiempos son mejores, nunca olvidaré estos recuerdos, estos buenos recuerdos que resaltan el esfuerzo, perseverancia y cariño que mi oba y mi mamá nos han demostrado desde pequeños e incluso hasta ahora, más que nada, como un ejemplo a seguir. Así que, este domingo, tengo un buen pretexto para demostrar mi cariño y gratitud a mi mamá. ¡Feliz día de la Madre!

viernes, 3 de mayo de 2013

Tatuajes en Mujeres Ainu: El Peculiar Concepto de la Belleza en el Antiguo Japón (Parte II)

Los Ainu, considerados como los descendientes directos de los Jomon (pueblo prehistórico de Japón) y que viven en Hokkaido (situado al norte del archipiélago japonés) practicaron una tradición muy singular: el tatuaje de los labios entre las mujeres. 

Según Krutak, antropólogo especialista en tatuajes, el término Ainu para “tatuar” fue anchi piri (“anchi”=”obsidiana”, “piri”= “corte”; puesto que en la antigüedad se utilizaban piedras obsidianas), mientras que el término actual es “nuye” (literalmente “tallar”, “tatuar”, “escribir”) o de forma más literal “sinuye” (“tallarse uno mismo”). En este caso, tatuar y tallar connotaría cierta sinonímia, porque tatuar implica dibujar sobre la piel, pero mediante cortes pequeños que formaran las cicatrices y que darán forma al dibujo o diseño sobre la piel. 

Mujer Ainu con el típico tatuaje. 
Foto tomada de la colección de Okinawa Soba, quien posee en su cuenta en Flickr una extensa colección de fotos del antiguo Japón. (Para más fotos, click aquí)
En otras palabras, tatuar es tallar sobre la piel. Estos tatuajes se realizaban principalmente alrededor de los labios, pero también en los antebrazos, la parte posterior de las manos, articulaciones de los dedos; e incluso, otras partes del cuerpo fueron tatuadas con estos diseños geométricos, a manera de amuletos contra enfermedades específicas. El tatuaje de los labios comenzaba al tercer año de vida y se finalizaba cuando la mujer contraía matrimonio. Esto puede tener una connotación machista desde el punto de vista occidental, puesto que este tatuaje simbolizaba que las palabras que salieran de la boca de la mujer, pertenecian ahora a su esposo. Pero también se considerada que el tatuaje de los labios entre las mujeres era una forma de evitar que los espíritus ingresen al cuerpo. 

Del mismo modo, se tatuaban los brazos con diseños geométricos a partir del quinto o sexto año de nacida, también con la creencia de que las protegerían de los espíritus malignos (este tatuaje de brazos, se asemeja mucho a la tradición practicada por las mujeres okinawenses: el hajichi, que indicaba el estado civil de la mujer). 

No utilizaban agujas para tatuar, sino pequeños cuchillos llamados makiri con el cual podían cortar la piel, y anteriormente, se utilizaban puntas de flechas hechas de obsidiana. Durante el proceso del tatuaje, se utilizaba un antiséptico llamado nire (un preparado a base de corteza de árboles), en caso que los pequeños cortes sangraran. Frente a esto, es fácil deducir que era un procedimiento doloroso, por lo que la mujer sometida a esta práctica debía de permanecer quieta mientras se realiza el tatuado (y de esta forma, se creía que la mujer podía prepararse para afrontar el dolor de un futuro parto). Pero en caso que no pudiera resistir el dolor y no pueda quedarse quiera, era sujetada por otras personas hasta que termine el proceso de tatuado. 

Vista de una mujer Ainu con los labios y brazos tatuados, en donde se aprecia el diseño entrelazado en los brazos.
Pero esta moda, a diferencia del ohaguro (teñido de dientes) solo la practicaban las mujeres, porque, según los Ainu, esta costumbre fue traída a la Tierra por la diosa Okikurumi Turesh Machi, considerada la hermana menor del dios creador Okikurumi. De este modo, esta tradición fue practicada solamente por mujeres y las únicas encargadas en realizarlo, eran las abuelas o tías. 

Sin embargo, esta larga tradición, “mutilante” (según el concepto occidental) y dolorosa pero aceptada por las mujeres Ainu por tradición, fue prohibida por el gobierno japonés, quien en su intento por japonizar a los Ainu (así como con los okinawenses, considerados también como un pueblo de costumbres indígenas) decreta en 1799 y posteriormente en 1871 la prohibición de estos tatuajes. 

LA SANBASAN (PARTERA) "MÁS FAMOSA" EN LA LIMA DE LA PREGUERRA: LA SANBASAN TOKESHI

La foto que muestro fue tomada el 27 de febrero de 1930.  Es una vista del patio de Lima Nikko en una ocasión especial.  En ese día, hubo un...