domingo, 29 de septiembre de 2013

La Corona de Okinawa que fue Tomada como Botín de Guerra en 1945 (El Tamanchaabui)

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Imagen tomada de Flickriver (Bryce Garner)
Ayer en la mañana estaba leyendo las noticias por internet y había encontrado una en donde mencionaban el misterio aún sin resolver sobre la desaparición de la corona real de Ryukyu o Tamanchaabui (como se llama en uchinaguchi) o Hibinkan o Tama mi Kabuiri (en japonés).

(Imagen de una copia de la corona real que se encuentra en el Museo de la Ciudad de Naha, Okinawa)
Hasta ahora no sabe en dónde está o quién tiene la corona, pero hace unos 70 años el misterio de su desaparición apuntaba a un comandante estadounidense Carl Sternfelt, quien había estado en Okinawa en los años 40, precisamente durante la Segunda Guerra mundial.

(Imagen del Comandante Sternfelt, tomada de Stars and Stripes)

Sin embargo, desde hace más de 10 años no han aparecido nuevas evidencias que vinculen a este comandante estadounidense o a sus descendientes con la corona; por lo que crece la posibilidad de que la corona podría haberse simplemente perdido. Pero, ¿cómo fue que la sospecha recayó en él? Para responder a esta pregunta, retrocedamos unos cuantos años atrás. 

Antes que Okinawa se convirtiera en la prefectura japonesa que ahora conocemos, hasta 1879 era el Reino de Ryukyu. El Reino de Ryukyu llegó a su fin en 1879 cuando Japón la convirtió en una de sus prefecturas, llamándose “Okinawa” a partir de esa fecha.

Su último rey, Sho Tai, fue obligado a vivir en Tokyo. Junto con él, también fueron llevados la mayor parte de las obras de arte, antigüedades y documentos pertenecientes a la familia real de Ryukyu (las que permanecieron en la misma residencia de Sho Tai en Tokyo). El resto de las reliquias permanecieron en el Castillo de Shuri en Okinawa. 

Entre estas reliquias, se encontraban dos coronas casi idénticas del Reino de Ryukyu. Ambas estaban decoradas con oro, jade, perlas y piedras preciosas y fueron usadas como tocados ceremoniales por los reyes de Ryukyu durante cientos de años. 

Una de estas coronas se encontraba en Tokyo con los descendientes del rey Sho Tai, pero posteriormente fue donada al Museo de Naha en Okinawa. En cambio, la otra corona no corrió la misma suerte, puesto que se perdió junto con otras reliquias del reino de Ryukyu en abril de 1945, que fue cuando los soldados estadounidenses invadieron la isla de Okinawa durante la segunda guerra mundial. 

Mientras que los descendientes del rey Sho Tai ya vivían en Tokyo, en Okinawa aún permanecían ocho mayordomos encargados de custodiar las reliquias reales en el Castillo de Shuri, entre los cuales se encontraba la corona real y el Omoro Soshi, uno de los documentos históricos más importantes de Okinawa. Pero, ante la inminente llegada de los soldados estadounidenses y verse ya acorralados, tuvieron que abandonar el castillo, no sin antes esconder la corona junto con el Omoro Soshi y las otras reliquias reales en una alcantarilla del castillo, pensando que, una vez terminada la guerra, las encontrarían nuevamente sanas y salvas. Pero fue todo lo contrario. 

Cuando la guerra terminó, estos mayordomos regresaron al castillo, o lo que quedaba de él, ya que se dieron con la sorpresa de que solo quedaban cenizas del castillo y no habían rastros de las reliquias que habían escondido. La única evidencia que demuestra la veracidad de este tesoro real escondido era el testimonio de Maehira Bokei, uno de los mayordomos que ayudó a esconder los tesoros reales. 


Maehira recuerda que solo los mayordomos de mayor antigüedad estaban autorizados a tocar la corona, pero pudo observar que sus compañeros la colocaron dentro de una caja negra laqueada que tenía el escudo real antes que fuera escondida en la alcantarilla. Y en este mismo lugar, Maehira también ayudó a esconder los 22 volúmenes del Omoro Soshi. Pero todo esto desapareció, junto con el incendio que destruyó el castillo. O quizás no. 

Maehira se enteró que el tesoro real que había escondido había sido saqueado por los soldados estadounidenses. Y posteriormente esta sospecha fue confirmada en diciembre de 1945 en los Estados Unidos, cuando el comandante Sternfelt trataba de vender algunas reliquias de Okinawa. 

Carl Sternfelt, quien había participado en la batalla de Okinawa, fue al museo Fogg de la Universidad de Harvard en diciembre de 1945 para tasar las reliquias que había traído de Okinawa. Entre estas reliquias, se identificaron al Omoro Soshi, que era una colección de antiguos poemas okinawenses que datan del siglo XII y que describen el origen del hombre de Okinawa. Pero no estaba la corona, o por lo menos, no hay registros o alguna evidencia que indiquen que la corona real también se encontraba junto con estas reliquias cuando fueron presentadas por Sternfelt en el museo.

Sin embargo, dada la situación, Sternfelt se convirtió automáticamente en el principal sospechoso del saqueo del tesoro real de Okinawa, puesto que la corona real había sido escondida junto con el Omoro Soshi y otras reliquias por Maehira y sus compañeros, por lo que era de suponer que si Sternfelt tenía en su poder el Omoro Soshi, necesariamente debería de tener la corona. Después de todo, no pudo vender ninguna de las reliquias, puesto que fueron confiscadas y devueltas a Okinawa en 1953. 

En ese año, el gobierno estadounidense devolvió a Okinawa el Omoro Soshi junto con otras reliquias reales, bajo pretexto de conmemorar los 100 años de la primera llegada del Comodoro Mathew Perry a Okinawa. Los Estados Unidos quería aprovechar esta oportunidad para reforzar sus relaciones con Okinawa, ya que por aquella época participaba en la Guerra con Corea,  y necesitaba a la isla de Okinawa como una base estratégica.

Y aunque no se encontraban mayores evidencias que vinculen a Sternfelt con la corona, aún era el principal sospechoso, por lo menos para Shizuo (Alex) Kishaba. Kishaba,  presidente de Ryukyu American Historical Research Society (Sociedad Americana de Investigación Histórica de Ryukyu) y quien ha estado durante muchos años detrás de la corona y de otros objetos históricos de Okinawa, aún sospecha que Sternfelt habría escondido la corona en algún lugar secreto de su casa o quizás la habría vendido a algún museo en Boston. 

Sin embargo, aunque aún no se haya podido recuperar la corona, existen otros objetos históricos que sí han podido ser recuperados a lo largo de todos estos años, como las campanas del Templo Gokokuji y del Templo Daisho Zenji, álbumes fotográficos, cartas, objetos personales, entre otros.

Pero aunque pasen los años, el misterio de la corona aún sigue vigente. Actualmente, el FBI (Federal Bureau Investigation u Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos) está ayudando a difundir, a través de su website, el caso de la corona real desaparecida, junto con otros objetos históricos de Okinawa, con el fin de encontrarlos y devolverlos al lugar donde pertenecen, es decir, a Okinawa. Sin embargo, a pesar de las sospechas fundadas de Kishaba sobre Sternfelt y ante la falta de nueva evidencia, lo único que queda es continuar la búsqueda de la corona, así como los otros objetos perdidos (o saqueados). Los hijos de Sternfelt aún continúan afirmando que nunca vieron la corona real entre el “botín de guerra” que había traído su padre desde Okinawa, aunque su argumento podría debilitarse ante la evidencia de Maehira, que dice que el Omoro Soshi y la corona fueron escondidas juntas. 


Esta constante negativa podría deberse a que temen que el Ryukyu American Historical Research Society los demande con el fin de recuperar el dinero que su padre ha obtenido de la venta de su botín de guerra. Además, se dice que ellos han vendido varios objetos después de la muerte de su padre. 

Y aunque aún no hay rastros de la corona original, podemos encontrar en exhibición una copia en el Museo de Historia de la Ciudad de Naha, puesto que, como dice Kishaba, "nuestra cultura podría estar en peligro de ser olvidada", por lo que no se puede dejar de lado un objeto tan importante como la corona dentro de un museo de historia sobre Okinawa. Esta corona, además de su valor histórico, es la evidencia que atestigua que realmente existió un pueblo que tuvo  un sistema político y cultural casi independiente de Japón, como lo fue el Reino de Ryukyu.

Así como pasó en la batalla de Okinawa, y en todas las guerras y conflictos en general, los soldados estadounidenses se llevaron consigo muchas reliquias históricas como simples "botines de Guerra” y que al final, terminaron en alguna vitrina de un museo estadounidense o quizás, exhibidos como simples trofeos en algún estante de alguna casa.

Aunque hay que reconocer, también, que muchos de los objetos okinawenses que se encuentran desperdigados por los Estados Unidos, y quizás en otras partes del mundo, no fueron parte de algún botín de guerra, sino que fueron adquiridos legalmente por algún coleccionista privado o una institución con fines de investigación antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no podemos pasar por alto aquella forma ilícita de saquear el patrimonio cultural de un pueblo, que son los "botines de guerra".

Estos botines o trofeos, que además de recordar la destrucción, muerte y violencia hacia un pueblo, también provocan la depredación de su patrimonio cultural, provocando que las generaciones futuras puedan olvidar fácilmente su pasado lleno de historia y cultura, el que muchas veces no basta con ser simplemente contado de generación en generación o ser leído a través de los libros (o en el internet).   

INFORMACIÓN DE INTERÉS:

FUENTES:

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Saludo que Tanto Esperaba Cuando era Pequeña (un pequeño recuerdo)

“¿Ya la saludaste?, fue lo que me preguntó mi mamá cuando estábamos caminando por la calle. Volteé a mirar pero no había nadie, al menos nadie conocido. ¿A quién se estaba refiriendo mi mamá? “¿No habías visto a esa nesan?” fue lo que me dijo para referirse a una señora nikkei que pasó por nuestro lado haciendo una ligera inclinación con la cabeza, como si estuviera saludando.

Y no es la primera vez que mi mamá me dice lo mismo, el de saludar a una desconocida, sino que ya son varias veces que sucede lo mismo. Por mi casa viven varias familias nikkei: al frente, en la otra cuadra, a la vuelta y en las otras cuadras, por lo que es común encontrarme con varios nikkei en la calle y a quienes mi mamá pretende que los salude sin siquiera conocerlos.

Aunque pasen los años, esa es una costumbre que mi mamá tiene y que aún me sigue repitiendo como si todavía fuera una niña pequeña. Ella siempre me decía que cuando me encuentre con cualquier nikkei por las calles, tengo que saludar con una ligera reverencia de cabeza, aún si es un completo desconocido.

“Así debe ser, porque no hay muchos nikkei por aquí”, era lo que me decía mi mamá cuando aún vivíamos en Lima, en unas calles en donde muy raras veces uno podía encontrarse con algún nikkei.

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Mi oba (la que está mirando a la cámara) junto con una amiga en un paseo a Churín (Año: 1968)
Con esta justificación, mi mamá quería establecer nuevas amistades, aunque sea "de pasada", con alguna nesan o nisan. Lo mismo pasaba con mi oba. Ella acostumbraba a saludar con esa ligera inclinación de cabeza y una sonrisa que tímidamente se dibujaba en su rostro al encontrarse con otra nesan entre las calles limeñas. Mi mamá siguió el ejemplo de mi oba, pero yo no. Si mi oba estuviera viva, pensaría que soy algo rebelde, pero más que rebeldía por no seguir las costumbres, creo que más bien es por adaptación: los tiempos han cambiado y ya no es lo mismo. 

No suelo saludar a gente desconocida, pero sí a los amigos y conocidos, aunque muchas veces, me he encontrado con amigos que tienen que pasarme la voz, porque ya varias veces paso sin saludarlos. A veces, ando despistada o no recuerdo las caras o a veces se me “olvida” ponerme los lentes por las mañanas muy temprano y sin ellos, realmente no veo nada (desde pequeña he usado todo tipo de lentes, pero al final, me quedé con los de contacto; aunque a veces da flojera limpiar y colocarme los lentes todas las mañanas). 
Pero, por lo general, saludo a mis amigos y conocidos. A los extraños, aunque sean nikkei, no mucho, o casi nunca.

El saludo, más que una cortesía, es una forma de afianzar los lazos que tenemos con los amigos y hasta con nuestros propios familiares. Recuerdo que en mi casa, nunca nos saludábamos cuando alguien llegaba a casa. Simplemente decían “ya”, en el sentido “abreviado” de “ya...llegué a casa”. Nunca he escuchado que digan el "tadaima" ni mucho menos el "okaeri", ni siquiera de mi oba. Creo que es una costumbre que la hemos aprendido “tácitamente” de nuestros oji y oba y luego, de nuestros papás. 

Mi mamá recuerda que mi oba pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en el cafetín y casi no tenía tiempo para dedicarles a mi mamá o a mis tíos cuando eran pequeños, por lo que los momentos que pasaban juntos eran muy escasos. Y como si fuese un deja-vú, recuerdo que mi mamá también pasaba más tiempo trabajando en el cafetín que en la casa, al igual que mi oba. Seguro que será esa la razón por la que solo nos saludaban con un "ya" al llegar a casa, porque el cansancio solo les provocaba irse a sentarse con nosotros a comer y a dejar de lado las simples formalidades de un "tadaima"(*) o un "okaerinasai"(**) que no significaban mucho para nosotros. 

La que estaba más contenta por ver que mi mamá regresara del cafetín era yo. Muchas veces me quedaba despierta hasta las 8 ó 9 de la noche,  aunque a veces el sueño me ganaba, porque quería escuchar que la puerta se abría para ver a mi mamá diciéndome "ya" y preguntándome si había comido o qué había hecho en el colegio. Para mí, ese "ya" era el saludo que quería escuchar. Ese "ya" significaba que mi mamá ya estaba de vuelta a casa.

Como dicen, los tiempos cambian. Si bien no sigo al pie de la letra la tradición "familiar" de trabajar por largas horas fuera de la casa, más bien, trabajo dentro de ella; aunque fue una decisión más que una opción. Así, puedo pasar más tiempo con mi mamá, quien ya tiene una edad prudente como para no quedarse sola en casa. Y cuando termino de trabajar (de traducir), bajo a la sala en donde mayormente pasa las tardes mi mamá mirando la televisión o leyendo el periódico y le digo "ya" y ella me entiende. "Ya" sabe que es la hora del lonche y nos sentamos a comer. Y "ya" se nos ha hecho como una costumbre, que la comenzó mi oba y aún la seguimos. Como ven, hay algunas costumbres de familia que siempre quedan.

(*) tadaima = significa en japonés, "estoy de vuelta"
(**) okaerinasai=significa en japonés, "bienvenido (a casa)" (es la respuesta a "tadaima")

domingo, 22 de septiembre de 2013

Tan Lejos y Tan Cerca a la Vez: El Vínculo Genético entre Perú y Japón

Hace unos pocos días, me pasaron un link sobre una noticia que apenas se destacaba entre los medios. En ella, se difundían los resultados de un estudio genético que realizaron al pueblo de Uros (pueblo flotante del Lago Titicaca) y que afirmaban la legitimidad de su raza ancestral. Además de la noticia en sí, lo que también destacaba era la participación de un nikkei peruano dentro de este proyecto, el Dr. Ricardo Fujita, quien lidera estos estudios en el Perú que forman parte del Proyecto Genográfico de National Geographic. 

Pero, aunque este artículo no me llamó mucho la atención, no pude evitar pensar que, aunque estemos viviendo en plena era tecnológica y futurista, aún sigamos preocupándonos por nuestro pasado, por nuestros orígenes. Seguramente, debe ser porque tenemos una constante necesidad por querer reafirmar nuestra identidad o porque simplemente, tenemos una curiosidad innata por saber de dónde venimos o cuáles son nuestros orígenes (o la de otras personas). 

Me acuerdo, por ejemplo, las veces en que conocía a alguien por primera vez y que a primera vista parecía que también era nikkei como yo, pero al final descubría que no tenía nada de japonés: ni el apellido, ni mucho menos algún antepasado japonés (aunque sea lejano), salvo sus ojos rasgados. Seguro que a muchos, aunque sea alguna vez, también les ha pasado lo mismo. ¿Y alguna vez se han preguntado por qué hay personas que son oriundas de la Sierra y parecen japoneses? 

La respuesta para este misterio la podemos encontrar en la genética. Como dice Fujita: “los orígenes no se borran del ADN”, por lo que parece que esos rasgos japoneses que podemos ver en algunas personas oriundas de la Sierra serían ese eslabón perdido que demostraría un aparente vínculo genético entre japoneses y peruanos. 

Pero estos estudios de ADN, usados para conocer el pasado de los pueblos, como el caso de los Uros o el Proyecto Genográfico, no son nuevos. Por ejemplo, en 1996, salieron a la luz los resultados del ADN que se realizaron a la momia Juanita (Arequipa, Perú), descubriéndose que portaba genes coreanos por parte de padre. Años más tarde, en el 2009, un estudio de ADN confirmó la conexión genética que tenían los antiguos pobladores Mochicas con los Ainus de Japón. También se descubrió una relación similar en abril del 2013, pero en este caso era la de los Botocudos de Brasil con los polinésicos. O también podemos recordar el estudio que salió publicado en julio del 2012, en donde se afirma que existieron tres grandes oleadas migratorias provenientes del Asia. 

Así, vemos que realmente han existido contactos entre Asia y Latinoamérica desde la antigüedad y estos estudios de ADN simplemente estarían reforzando aquellas antiguas hipótesis que corrían como simples rumores acerca del vínculo genético no solo entre Japón y Perú, sino también entre Asia y Latinoamérica. 

¿Y cómo se origina este vínculo genético entre Perú y Japón? Para entender esta pregunta, recordemos un poco de historia. Los primeros hombres de la humanidad partieron desde África hacia el resto del mundo hace unos 60 mil años atrás (*). A su vez, estos primeros ancestros se dividieron en grupos que llegaron a lo que actualmente conocemos como continentes. 
Uno de estos grupos, los que posteriormente fueron conocidos como Jomon, llegó desde el sudoeste asiático al archipiélago japonés y siglos más tarde, llegaron los Yayoi desde la península de Corea. Otro grupo se desplazó por el Estrecho de Bering, que por aquellos tiempos unían el continente asiático con el americano, poblando toda América, desde el norte hacia el sur. Y así es cómo llegaron al Perú. 
Aunque los mismos investigadores afirman que todavía quedan muchos misterios por descubrir, ya podemos deducir, en vista de las pruebas genéticas y teorías, que Japón y Perú comparten los mismos orígenes genéticos. 

Sin embargo, esta teoría sobre los vínculos genéticos entre Japón y Perú tampoco es nueva. 

Hace unos 80 años atrás, apareció el libro “Manco Cápac (Fundador del Imperio Incaico, fue Japonés)” de Francisco Loayza, en donde se propone una teoría muy similar que afirmaba el origen japonés de Manco Cápac, en base a similitudes encontradas en los idiomas, costumbres y leyendas tanto de Japón y Perú. 

Tanto los estudios de ADN como el libro de Loayza solo validarían aquello que por durante mucho tiempo ha sido como un “secreto a voces”. Existen muchas similitudes que podemos encontrar entre Perú y Japón. Quizás sean simplemente coincidencias, pero por la variedad y cantidad de similitudes, creo que estaríamos hablando más bien de similitudes que de coincidencias, que podrían estar conservando los rezagos de algo pasado común. Muchas de estas similitudes, que pueden pasar hasta desapercibidas, nos demuestran que la distancia no puede ser un parámetro determinante al definir los lazos entre pueblos. 

Precisamente, aquellos que recuerdan la exposición que se realizó en el museo Amano en el año de 1999, titulada “Paralelismo Cultural Perú- Japón”, sabrán a qué me refiero. Pero para los que no tuvimos esa oportunidad, quisiera compartir algunas coincidencias que mostraron y alguna que otra que he encontrado navegando por Internet. 

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(1) Quipu del Perú En Perú Blog 
(2) Warazan de Okinawa Arithmeum
Para comenzar, recordemos a los famosos quipus, aquellos cordones con nudos que servían para registrar y contabilizar. Comúnmente eran considerados como un invento inca, pero realmente no lo eran. El sistema de quipus fue usado en casi todos los pueblos ubicados dentro del área de la Cuenca del Pacifico, por lo que también fue utilizado en Okinawa, Japón y en las islas Polinesias. En japonés se le llamaba warazan y la diferencia con el quipu era que estaban hechos de paja de arroz y fueron utilizados hasta casi el siglo XX. 



(3) Vista de Andén (Perú) Culturas Pre-Incaicas
(4) Vista de un tanada (Fukuoka, Japón) Fukuoka Bochibochi Fotolive2
Otro invento que se creía que era exclusivamente de los incas fueron los andenes, aquellas terrazas agrícolas que podemos ver en la ciudadela de Macchu-Picchu. Pero, realmente no tenían un origen incaico exclusivo. La técnica de cultivo de terrazas era una práctica muy extendida para el cultivo del arroz entre países asiáticos como Filipinas, Vietnam, China y Japón. En Japón podemos encontrar hermosas vistas de estas terrazas (tanada 棚田 en japonés) que nos recuerda a nuestros andenes. ¿Será simple coincidencia? ¿Cómo llegó a expandirse la práctica de esta técnica en sociedades aparentemente diferentes? Aún quedan preguntas por resolver. 


(5) Chamán peruano tocando un pututo Fotocommunity (Edwin Guzman)
(6) Foto de un samurai tocando el horagai (Autor: Felice Beato, año: 1860-1900 aprox.) Smithsonian Institution Research Information System
Otra característica que poseen tanto Perú como Japón es su acceso al mar. Este privilegio de pocos ha facilitado que aprovechen sus recursos casi de forma similar. Por ejemplo, usaron las conchas de los caracoles marinos como instrumentos de viento, llamándolos pututo en Perú y horagai 法螺貝 en Japón. Y ya que mencionamos a los instrumentos, también podemos encontrar una similitud en cuanto a la forma con las quenas del Perú y los shakuhachi 尺八 de Japón. 


(7) Imagen de la cultura Moche representando a la pesca con guayanes Trujillo del Perú
(8) Imagen de la práctica de pesca tradicional japonesa Ukai Prints of Japan

Se destaca también una técnica de pesca peculiar, en donde se usan guayanes o cormoranes domesticados para atrapar a los peces y que era practicada por los antiguos Moches, coincidentemente un grupo étnico de quienes se dice que tiene antecedentes Ainu (grupo indígena de Japón) en sus genes. Esta misma técnica, denominada Ukai en Japón, se practica en algunas zonas, más que nada como una atracción turística.


(9) Niño cuzqueno 123RF (Keith Levit)
(10) Niño japonés Flickriver (Joe Routon)
Y volviendo al tema de las personas de origen serrano con rasgos japoneses. No solamente son los ojos rasgados, sino también hay otras características que podemos ver tanto en japoneses como algunas personas oriundas de la Sierra peruana, como la mancha mongólica (aquella mancha que aparece en los niños asiáticos y indígenas de Sudamérica al nacer y que desaparecen con el paso de los años), así como la escasa pilosidad o los cabellos oscuros y lisótricos (lisos), por mencionar solo algunas características más notables. 


También existe una costumbre similar relacionada con la estética, que la podemos encontrar en el ennegrecimiento de los dientes. El Ohaguro お歯黒 era una práctica tradicional japonesa en donde las mujeres se teñían los dientes de negro con fines estéticos. Era una tradición practicada no solo en Japón sino en varios países asiáticos, incluso en la tribu de los Piros o Chontaquiros de la selva amazónica, quienes masticaban un tipo de raíz (chonta) para ennegrecerse los dientes.

(11) Comparación de las técnicas decorativas entre la cerámica Valdivia (Ecuador) y la de Jomón (Japón) Ecuador Prehispánico

Además de similitudes físicas, también existen similitudes arqueológicas entre la cultura Jomon de Japón (10 mil a 5 mil A.C.) y algunas culturas de Perú y Ecuador. Por ejemplo, en la década de los '60, Betty Meggers encontró similitudes entre la cerámica Valdivia de Ecuador con la cerámica Jomón de Japón en cuanto a sus técnicas decorativas y que demostrarían que Asia había llegado a tierras americanas mucho antes que Colón. Al principio fue una hipótesis que no fue muy bien aceptada entre sus detractores, pero que terminó siendo reconocida como una posible teoría ante los recientes estudios de ADN que así lo confirmaban.  O también, podemos nombrar a Yoshitaro Amano y las similitudes que descubrió entre la cerámica Chancay con la japonesa. 


(12) Toritos de Pucará (Cuzco, Perú) Peru Adventure Tours 
(13) Shisaa de Okinawa Magnifika 

Y aunque no sea una similitud propiamente dicha, tal vez sea una simple coincidencia cultural. No hay que olvidarnos de los Toritos de Pucará del Perú y los Shisaa de Okinawa, Japón.
Ambos son figuras representativas de animales (en el caso de Perú, es un toro y en el de Okinawa, es un animal mitológico, una mezcla entre perro y león) que son colocados generalmente en parejas sobre los techos de las casas como protección (en el caso de los Shisaa) y para atraer la buena suerte (en el caso de los Toritos). 


(14) Peruana cargando a su bebé con un lliclla "América"del Sur (Michel Palomino)
(15) Japonesa cargando un paquete envuelto en furoshiki (año 1890 aprox.) Old Photos of Japan

Y por último, vemos el caso del lliclla peruano con el furoshiki japonés, que fue recordado en aquella exposición del año de 1999. El lliclla es una manta que se lleva en la espalda para llevar consigo a niños pequeños o pequeños bultos, casi de forma similar al uso que se le da al furoshiki, una tela cuadrada que sirve para envolver objetos y llevarlos de un lugar a otro. 

La lista podría seguir, pero solo quería mostrarles una pequeña muestra de las similitudes que podemos encontrar entre la cultura peruana y la japonesa y que demostraría algún vínculo (sea genético o cultural) entre ambas, que en un tiempo no muy lejano se pensaba que era una simple hipótesis. Así, parece que podrían desmoronarse aquellas viejas teorías que aprendimos en el colegio, para darles paso a éstas otras nuevas (o revivir aquellas otras teorías olvidadas por la ignorancia o el paso del tiempo).

Ahora, con estos estudios de ADN, no podemos descartar ninguna posibilidad, porque parece que de una u otra forma, todas las sociedades comparten algo de otra y así, ya la cultura no es exclusiva de un tiempo o de un lugar. Ante todo esto, solo nos queda pensar que no existen razas en el mundo, sino una sola: la raza humana.




(*) Dato obtenido de The Genographic Project de National Geographic.

Para saber más sobre el libro de Francisco Loayza:
¿Fueron Japoneses los Incas? (I)  Anécdotas de Moleskine

FUENTES:
Apuntes sobre la Provincia Litoral de Loreto.  RAIMONDI, Antonio. Lima, Tipografía Nacional. 1862.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Recordando a La Tienda de mi Oba

A mi mamá no le gusta ir al doctor, ni mucho menos a mí. Pero la edad ya se hace sentir y frecuentemente tengo que llevarla para que se haga sus chequeos médicos. 
El mes pasado la había llevado a su terapia de láser por una contractura muscular que la aquejaba por bastante tiempo. La doctora era también nikkei y mientras le aplicaba el láser a mi mamá, le preguntaba sobre su vida, como para hacer menos aburrida la sesión. 
Le preguntó que si vivía cerca y, coincidentemente, ella vivía a pocas calles de la casa. “Hace poco nos mudamos, ya que antes vivíamos en el Centro de Lima” fue lo que agregó mi mamá. Y casi instantáneamente, la doctora lanzó un sorpresivo “¡Ah!...¡En la Lima la horrible!”, que parecía una mezcla de horror con alivio. 
Ella también había vivido en el Centro de Lima, y también se mudó porque la zona no era muy tranquila. 

Me causó gracia cuando mi mamá me comentó que la doctora le dijo "la Lima la horrible". Realmente no me gusta el Centro de Lima, porque me parece todo caótico, desordenado, algunas veces peligroso y hasta insalubre (para mis pulmones y mi salud mental, refiriéndome sin lugar a dudas a la mítica Abancay). 

Y no solamente fue esa doctora, sino también otro doctor, también nikkei, que por azares del destino, también vive a pocas calles de la casa. Y claro, no desaprovechó en recordar algo de esa Lima de antaño con mi mamá, de donde también vivía cuando era pequeño. Parecía que los médicos habían encontrado en mi mamá el desfogue perfecto para aplacar esa cierta nostalgia que sentían por el antiguo barrio, el barrio de la infancia. 
Aunque creo que es normal, porque yo también lo hago. 

A veces me he encontrado con viejos conocidos que ya no viven por Lima (quizás la horrible, o quizás la Lima nostálgica) y nos preguntamos mutuamente si sabemos la vida de tales o cuales; cuando en aquellos tiempos, ni siquiera nos importaba en qué andaban. 
Pero así de paradójica es la vida. Cuando uno tiene algo, lo detesta, pero cuando no, lo extraña. 

Ahora que vivimos en un lugar más tranquilo, recuerdo con algo de nostalgia el centro de Lima, porque fue en donde pasé mi infancia y parte de mi juventud y sobretodo, porque era el barrio donde mi oba vivió y trabajó. 
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Mi oba junto con algunos tíos (hermanos mayores de mi mamá). Mi mamá no recuerda mucho sobre esta foto, pero me cuenta que parece que era la antigua panaderia en donde mi oba anteriormente trabajaba. (Año: aproximadamente antes de 1935)
Mi oba tenía un cafetín en la cuadra 8 de Moquegua. Era el único cafetín de la cuadra, una calle que comúnmente era conocida como Malambito. En el cafetín se vendía sándwiches, jugos y gaseosas, pero ya con el tiempo, también vendía menúes y platos a la carta. 
Incluso también vendían licor, que por aquellas épocas se vendían por copitas por unos pocos centavos, como la cascarilla o el anisado, los preferidos por los clientes para contrarrestar las frías mañanas de invierno. 

Aunque mi oba era okinawense, no sé cómo aprendió o quién le enseñó a mi tía a preparar
Leche Vinagre (Imagen tomada de Viajeros)
comida criolla. Recuerdo que preparaban muchas comidas limeñas de antaño, como el clásico huesillo, ensalada de patita o la leche vinagre. Pero lo que más me gustaba era la leche asada que mi tía preparaba, las cremoladas de Maracuyá y el lomo saltado que servía con sus dos panes tolete (porque así la gente lo pedía, que sea “muy contundente”) y que por más que lo intento en casa, no me sale igual. 
Mi mamá dice que es por la cocina, ya que era industrial y se podía fogonear la carne del lomo más fácilmente. 

Recuerdo que por aquella época no había tanta variedad de marcas, por lo que los tés más conocidos eran el Sabú (uno que venía en cajitas) y el Huyro. Y si pedían café con leche, servían una buena taza de leche Vigor (la que aún se vende en bolsas) con su toque de café recién pasado. Todo natural, todo tradicional; nada instantáneo.

Vista del mostrador de la tienda, donde se puede ver que vendía casi de todo: dulces, fruta, gaseosas. Aquí aparecen mis hermanos mayores. (Año 1975)
No podían faltar los chancays solo o con mantequilla, para acompañar a la hora del lonche, junto con los chifones y queques que preparaba una señora nikkei, quien los hacía a pedido y vivía a unas cuadras del cafetín. Y los sata andagi de siempre (sin la clásica miel que ponen los ambulantes en el centro de Lima), que eran vendidos como pan caliente y que la gente pedía como “Bombitas”. 
En sí, la tienda estaba bien surtida, se podían ver los estantes llenos con gaseosas de todo tipo y que ya no vemos, como la Pasteurina, Watts en botella (en esa época no existía el tetrapack) o la colorida Lulú o la Viva Backus, junto con botellas oscuras llenas de algarrobina para hacer los surtidos y jugos especiales. 
Incluso vendían cartones de cigarrillos y algunos sueltos, como el Premiere, Winston o Salem, sin olvidar los casi desaparecidos Inca, que eran comprados mayormente por algún que otro chamán de la cuadra y que los usaba para leer la suerte. 

Este cafetín abría casi todos los días y de "cariño", la llamábamos "la tienda". Recuerdo que desde pequeña siempre me llevaban para que no me quedara sola en la casa cuando no había nadie. Realmente, no podía aburrirme en ella, porque llevaba algunos juguetes conmigo y porque en la tienda, siempre había algo con qué jugar. 

Mi oba y mi mamá me enseñaron a hacer tsurus con los papeles platina de las cajas de cigarrillos o los sobres de las infusiones que vendían y les pasaban un hilo entre cada uno, formando como si fuera una cadeneta de tsurus. Se veían muy bien, algunos de colores y otros brillantes y parecían que estuvieran volando en el aire, así que las colgaba por las macetas de la tienda. 
O sino, me compraban muñecas de papel y con ellas me las pasaba jugando, haciéndoles más ropa con los papeles que encontraba en la tienda: los sobres de té, de cigarrillos o las servilletas de papel kraft. O también, jugaba con los gatos que vivían en la tienda.

Mi oba permitía que tengamos gatos en la tienda porque quería que espantaran a los ratones. Aquellos ratones pequeñitos, porque aquellos de mayor calibre, simplemente hacían de las suyas en la tienda: me refiero a los ladrones o rateros de la zona. 

Queso Laive (Imagen tomada de Laive)
Recuerdo que nunca podíamos dejar el mostrador desatendido, siempre tenía que haber alguna persona. Pero en varias ocasiones, habían algunos rateros que aprovechaban cualquier descuido nuestro y entraban al mostrador. En lugar de robar el dinero, cogían el molde de queso Laive y se lo llevaban corriendo, como si fuera un preciado botín. 
¿Qué le habrán visto al queso Laive? No sé si era porque estábamos en la época de Alan en donde todo escaseaba, incluyendo los alimentos y el queso era (o se veía) más valioso que los billetes de millones de intis que habían en la caja registradora y que en realidad, no valían casi nada. 

Hasta ahora me quedo con la intriga. Mi mamá me cuenta, aún con cierto asombro, que llegaron a entrar a la tienda por el techo cuando estaba cerrado y nadie estaba en la trastienda. Se llevaron el dinero de la caja y barrieron con toda la comida que había. Mi mamá aún recuerda, como si hubiera sido ayer, que “se dieron tremendo festín que, incluso, usaron el baño y no bajaron la palanca”. Una anécdota que, si bien a mi mamá y a mi nos causa cierta gracia, seguro que a mi oba no le pareció nada gracioso. 

Mi oba solo pensaba en trabajar, en buscar el máximo rendimiento y economía, por lo que compraba todo al por mayor: sacos de arroz, latas de aceite, cajas de naranjas; incluso, bolsas de pulitón. Cuando estaba muy pequeña, no existían los detergentes para vajilla, o seguro que eran muy caros en esa época, y siempre compraban pulitón para lavar las ollas. 

El pulitón era un polvo blanquecino (algunas veces de color rosado) y que era el único que podía realmente arrasar con la grasa (aparte del detergente para ropa). Pero no todo era maravilla, sino que cada cierto tiempo, tenían que llamar al gasfitero para desatorar los caños. El pulitón más la grasa no era una buena combinación, sobretodo para las tuberías de antaño. 

Recuerdo que por aquellas épocas no había el delivery, o quizás no haya sido muy conocido. Así que todo tenía que ser comprado a pie. Siempre le acompañaba a mi tío a comprar los balones de gas en un carrito que el mismo diseñó. Algunas veces escaseaba y teníamos que llamar por teléfono preguntando si ya tenían gas, para ir literalmente corriendo con el carrito hasta "Don Pepe" (así se llamaba la distribuidora de gas) y formar largas colas para que nos venda un balón, al igual que muchos otros vecinos. 

Pero, la tienda de mi oba no era la única tienda de japoneses de Malambito. Antes que yo naciera, habían otras tiendas de japoneses en la misma cuadra 8, como la encomendería de Yamakawa (a quien mi oba le llamaba Yamaga) o la peluquería de un tal Higa. Pero ya con el paso del tiempo, la única tienda de japoneses que sobrevivió en la calle Malambito fue la de mi oba. 
Poco a poco, allá por los años de 1980, empezó la inmigración de sierra a costa, trayendo en masa a muchos comerciantes de ascendencia serrana. Abrieron sus tiendas de instrumentos musicales alrededor de la tienda y fueron remplazando a los otroras negocios de japoneses de la cuadra 8. 

Pero cuadras más arriba, todavía quedaban tiendas también de japoneses, como fondas, ferreterías o panaderías. No solía ir por aquellas calles, salvo cuando iba al mercado La Aurora o Modelo o cuando iba al Monterrey de Cañete a comprarme ropa. 

Todo me parecía peligroso, pero aún así, me sentía como en casa. Nunca tuve amigos de la zona, salvo en el colegio y luego, en la universidad. Y aunque habían varios chicos de mi edad que también eran nikkei, nunca nos hablamos, será por la timidez propia de la edad, o porque simplemente no nos interesaba quedar como amigos. Parecía que cada uno estuviera bien protegido dentro de su casa, porque no los veía en la calle, contrastando con la presencia de chicos palomillas, vendedores ambulantes y algún que otro ladrón al paso (ladrones de queso y también de billeteras). 

Ya a medida que fuimos creciendo, casi todos aquellos chicos nikkei cuyos padres también tenían sus negocios por aquél barrio, así como yo, decidimos no continuar con el negocio familiar; y más bien, decidimos abrirnos un nuevo camino. Algunos decidieron vivir en el extranjero, otros decidimos quedarnos en Perú y estudiar alguna carrera en la universidad y otros, bueno, no sé que habrá sido de los otros que también los conocía de vista. 

Realmente el tiempo pasa volando. Los tiempos cambian y la mentalidad también, pero solo la nostalgia es lo único que podemos conservar de esos años. Si bien aquellas épocas de infancia no fueron tan maravillosas como hubiera querido que sean, fueron significativas para mí, porque fue la época en que pude aprender que con esfuerzo y trabajo, todo se puede. Esa fue la verdadera herencia que me dejó la tienda de mi oba.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Una Pequeña Historia de mi Oba Compartida en el Proyecto Nikkei+ de Discover Nikkei


Hacer click aquí para leer el artículo
Quería compartirles un link, en donde aparece publicado "El Mabuyá o el Temblor de la Suerte: Algunas Costumbres de mi Oba que ahora son Recuerdos de mi Infancia", que es  un post que ya había escrito anteriormente en el blog, sobre el mabuyá, el temblor de la suerte y otras creencias y que en esta oportunidad, los he resumido en uno solo para el proyecto Nikkei+ de Discover Nikkei. 
Si les gusta el artículo, pueden votar por él.
 
Proyecto Nikkei+ de Discover Nikkei


Y si les gustan escribir y quisieran compartir algunas anécdotas, o historias sobre su familia o sus oji u oba; también pueden enviar sus propias historias (en español, inglés, portugués o japonés) siguiendo unas sencillas pautas indicadas en la misma website de Discover Nikkei.

Aquí les dejo el link del artículo en Nikkei+, y el link del proyecto Nikkei+ (en español) e inglés). Tienen hasta el 30 de setiembre de este mes para compartir sus historias.
¡Anímense a compartir y escribir!

jueves, 5 de septiembre de 2013

No soy Nikkei, soy Sansei

Por poco boto una foto de mi papá. La había encontrado dentro de una caja, junto con el desorden de papeles, propagandas y hasta de viejas facturas que poco a poco estuve botando durante la mañana.
Era una foto a blanco y negro, en donde apenas se podían distinguir las caras.
(PARA AGRANDAR LAS IMÁGENES, HACER CLICK SOBRE ELLAS. VOLVER A HACER CLICK PARA VOLVER A SU TAMAÑO ORIGINAL)


Mostraba a un numeroso grupo de amigos, todos adolescentes, que posaban sonrientes para la foto. La alegría que mostraban era tan contagiosa, que incluso parecía que podía escucharles toda la algarabía y barullo que hicieron antes que alguien les tomara esa foto. A un lado del marco estaba escrito a mano: “Colegio Lima San Carlos. 1954”. 

A primera vista, esa foto no significaba nada para mí. Pero viéndola detenidamente, veo a un único chico japonés que se asomaba tímidamente entre esa multitud de chicos mestizos. Ese chico era mi papá. No sabía que mi papá había estudiado en un colegio fiscal. Supuse que había estudiado en un colegio japonés, así como mi mamá y muchos otros nisei de la Lima de la preguerra. 
Ahora que me pongo a pensar sobre mi papá, creo que él era más peruano que nikkei, a pesar que su apariencia mostraba todo lo contrario. 

Mi papá nació en La Victoria y creo que por eso fue aliancista de corazón. Portaba siempre en su billetera algunas fotos nuestras y unas calcomanías con el logo blanquiazul. Incluso, puso una taza conmemorativa del club aliancista en la mesa del comedor como servilletero, quizás para contagiarnos su espíritu “íntimo”. 
Le gustaba escuchar a Los Morunos y alguna que otra Cumparcita. Recuerdo que por navidad me compró una pequeña pizarra de plástico y me dijo que me lo dejó Papá Noel.  Y de vez en cuando, le compraba a mi hermano mayor  discos con música infantil para que aprendamos a cantar “Los Pollitos Dicen” o alguna que otra ronda infantil, al mismo tiempo que aprendíamos el "Haru ga Kita" o el Hato Popo" que mi oba nos enseñaba al compás de las palmas. 

Mi papá junto con mi tío. Aquí aparece bebiendo un poco de sake, para celebrar su unión matrimonial con mi mamá. Ese día, mi oba, mi mamá y mi papá junto con unos tíos muy cercanos, debían de beber un poco de sake del mismo vaso, como símbolo de su pertenencia a la nueva familia. Mi papá no sabía mucho sobre esa costumbre okinawense, pero mi tío (y mi oba) eran quienes lo dirigian en esa ceremonia simbólica. (Año 1970)
Imagen tomada de Preciolandia
Como mi oba tenía un cafetín, nunca podía faltar la gaseosa en la casa. Recuerdo que mi papá prefería tomar una Pasteurina helada antes que el ocha que mi oba preparaba. Siempre nos decía que la Pasteurina le hacía bien al estómago, aunque no se si lo decía como excusa para no tomar el ocha de mi oba o si realmente era verdad.

A primera vista, cualquiera podría suponer que en mi casa hubo un “choque generacional”. Pero no fue así, porque existía la tolerancia y respeto mutuo entre mi oba y mi papá, logrando así una convivencia armoniosa entre lo japonés y lo peruano bajo el mismo techo.

Mi oba comprendía y quería mucho a mi papá, considerándolo incluso como otro hijo más. “Él ya es nisei”, era lo que decía mi oba para justificar el por qué mi papá no practicaba muchas costumbres japonesas en casa. Y por eso mismo, ella no le exigía que hiciera tal o cual costumbre, ni mucho menos a nosotros, que ya somos sansei. Simplemente, ella compartía sus costumbres y creencias con nosotros. Y el resto, ya dependía de nosotros, porque ella pensaba así: "Nacieron en Perú, así que es mejor que aprendan la cultura de Perú". Y como toda abuela que quiere a sus nietos, no podía dejar de compartir con nosotros lo que ella había aprendido en Okinawa. Como decía un viejo refrán del nido al que iba de pequeña: "Nada a la fuerza, todo con amor". Así era mi oba, nada de imposiciones.

A pesar que vivíamos todos en la misma casa, mi oba nunca se entrometía en los asuntos de la casa ni tomaba las decisiones sobre nuestra educación. Ella simplemente aconsejaba y compartía lo que sabía. Y aún así, la herencia de mi oba caló más en mí que la de mi papá, quizás porque pude compartir mas tiempo con mi oba que con mi papá, quien falleció cuando ya faltaba poco para que cumpliera mis primeros cinco años de vida.

Si no hubiera conocido a mi oba, creo que también hubiera sido más peruana que nikkei, al igual que mi papá. Y seguro que las costumbres japonesas (y okinawenses) que se practicaban en casa poco a poco se hubieran quedado en el olvido. Hay mucho de cierto, cuando se dice que lo que se aprende en la niñez, ya no se olvida. 

Pero, realmente, no me considero como nikkei, sino más bien sansei. Aunque teóricamente serían sinónimos muy estrechamente relacionados, me siento más identificada como sansei. ¿Y por qué? Simplemente porque mi oba siempre me lo decía.

Mi oba siempre decía o que éramos nisei (por mi papá o mamá) o sansei (por mi hermano y yo). Cuando escucho que alguien me dice que soy “nikkei”, no me siento aludida; me suena a algo ajeno y distante, porque no puedo identificar a mi oba en ese término casi moderno.  Tampoco me convence afirmar que soy nikkei al igual que algunos sobrinos, que son yonsei, quienes apenas conocen algo sobre las costumbres de mi oji u oba (para ellos, sus bisabuelos), llevando únicamente el apellido o los ojos rasgados como el único recuerdo de sus orígenes.


Por eso, prefiero decir que soy sansei. Creo que tuve suerte al haber nacido en el medio de dos generaciones casi dispares, la de mis abuelos japoneses y la de mis padres peruanos, aprendiendo tácitamente lo que actualmente conocemos como "ser nikkei" (en el Perú): el ser protagonistas de una nueva cultura usada como un nexo entre la cultura japonesa (y en mi caso, okinawense) y la peruana. 

Siendo la generación intermedia(ria), pienso que debemos de crear conciencia, sobretodo en los más jóvenes acerca de lo que realmente significa ser nikkei. Ser nikkei no significa que debemos solamente repetir las costumbres que nuestros abuelos nos han enseñado y adaptarlas a la realidad en que vivimos (recordando que la cultura no es algo estático), porque puede llegar incluso a cambiar tanto con el paso de las generaciones, que podríamos incluso crear una nueva cultura que ya ha perdido la síntesis del original. Ser nikkei es, más que nada, conservar la esencia de nuestros abuelos sin perder la dinamicidad de la sociedad en donde vivimos (y no al revés). 

Los yonsei, gosei y las generaciones venideras, pueden llegar a enfrentarse a una cultura nikkei casi totalmente nueva, en donde se corre el riesgo de olvidar en el camino los verdaderos orígenes, es decir, el de nuestros ancestros. Algo que podría pasar a esta nueva generación, aquella que no tuvo la suerte de conocer a los issei. 

Algunos términos:
  • Pasteurina: gaseosa hecha a base de Hierbaluisa, muy popular en Lima y que dejó de producirse a inicios de la década de los 90.
  • Club Alianza Lima, aliancista, espíritu "íntimo": refiriéndose a un legendario club de fútbol en Lima que nació en 1900.
  • Los Morunos: trío musical de Lima
  • La Cumparcita: nombre de un tango popular y antiguo.
  • Nisei: segunda generación de descendientes de japoneses
  • Sansei: tercera generación de descendientes de japoneses
  • Nikkei: se refiere a todos los descendientes de japoneses, sin distinción de grado de consanguinidad (nisei, sansei,yosei, etc.)

LA SANBASAN (PARTERA) "MÁS FAMOSA" EN LA LIMA DE LA PREGUERRA: LA SANBASAN TOKESHI

La foto que muestro fue tomada el 27 de febrero de 1930.  Es una vista del patio de Lima Nikko en una ocasión especial.  En ese día, hubo un...