domingo, 17 de mayo de 2015

Haciendo un mea culpa: el saqueo del 13 y 14 de mayo de 1940

Un intento por explicar el por qué y quiénes fueron los culpables del saqueo del 13 y 14 de mayo de 1940

Creo que este mes me quedará algo corto. En estos días se me acumuló el trabajo y he tenido al blog sobreviviendo a punta de post cortos. Y justo en este mes, hay muchas fechas importantes para recordar. 
El tiempo se convierte en mi peor tirano en estos días y tengo que escoger lo que voy a escribir para el blog o para la revista en donde colaboro

“Bueno”, me dije, “voy a publicar algo por el día de la madre, del trabajo; alguna mención sobre la guerra de Okinawa, una que otra nota curiosa y por qué no, el saqueo de 1940”. Todo estuvo bien, sin novedad. La gente le daba “like” a los posts y a veces, compartían o comentaban. Todo estaba ok. Pero cuando escribí sobre el saqueo, me di de bruces con la realidad. 

Le gente le daba “likes” o compartían tantas veces la noticia, que pensé que iba a viralizarse y así, más gente se enteraría sobre el saqueo. Pero al final, terminó cayendo en los “Face” de algunas personas que no compartían mi misma opinión. Bueno, eso pasa cuando uno escribe. Siempre hay opiniones de todo tipo, a favor y en contra. Eso lo entiendo. Pero, realmente, todavía me siento algo fastidiada. 

Aún no puedo entender el por qué algunas personas me criticaron por ese artículo. “¿Cuál es la razón de ese artículo?”, “Hay que olvidarnos de eso, ¿acaso estamos buscando a los culpables?” o “Mi mamá me cuenta cómo sufrió con el saqueo, por respeto a su dolor, hay que olvidar.” Realmente, no entiendo. 

Hasta ayer, creí que era verdad cuando dicen que “el tiempo cura las heridas”. Con 75 años a cuestas, el saqueo ya debería haberse convertido en un recuerdo más, casi indolente para muchos. Casi todos los principales protagonistas del saqueo (los adultos que soportaron la carga de proteger a la familia en esa época) ya no están con nosotros. 
Los únicos testigos directos que quedarían serían entonces los hijos, que para esa época aún eran unos niños. Y muchos otros recordarían el saqueo solo por lo que han escuchado. Es decir, el recuerdo del saqueo ya no debería doler mucho. 

Imagen tomada de: Discover Nikkei - Museo de la Inmigración 
Japonesa al Perú "Carlos Chiyoteru Hiraoka"
Vista de la fábrica de gaseosas del Sr. Tanaka después del saqueo.



Pero aun así, hay quienes prefieren olvidar. Y si alguien pretende recordar el saqueo, ¡ay de ellos!, que serán mal vistos y criticados. Sí, creo que entiendo. 
Quizás el dolor de aquellos días aún no se puede borrar. 
Pero, ¿por qué no decimos o sentimos lo mismo, cuando recordamos las guerras o las deportaciones o los campos de concentración? 

Cuando alguien menciona sobre el saqueo, casi siempre (de las veces que he conversado, leído o escuchado de otras personas mencionando sobre el tema) mencionan también las deportaciones y los campos de concentración en los Estados Unidos, como si todo fuera un hecho único. 
Así, es como si le restaran importancia al saqueo o se demostrara cierta falta de conocimientos de los hechos. 

El saqueo fue un evento que duró 2 días, con hechos que se resumen en un sentimiento anti-japonés disfrazado de violencia generalizada y que estuvo dirigida por quienes aún permanecen en el anonimato. Supuestamente, para muchos todos estos hechos se resumirían en robo y más robo. No habría más que hablar. Y el solo hecho de nombrar el saqueo, genera aún inconformidad para algunas de estas personas. 

Hay que olvidarlo” es lo que dicen. Parece que fuera algo fácil. Es como si arrancáramos de un libro de historia algunas de sus páginas, las que no nos gustan. Pero no lo es. Al final, tendríamos un libro de historia incompleto y con un libro así, con hojas faltantes ¿alguien podría entenderlo? El saqueo fue más que un “simple latrocinio”, como también he leído por ahí como comentario a mi artículo

El saqueo fue como el clímax de ese sentimiento antijaponés que se estuvo gestando desde tiempo atrás en el Perú. En cualquier momento, como si fuera una bomba de tiempo, iba a explotar. 

Paradójicamente, cuando muchos pensaron que esos 2 días que duró el saqueo fueron los peores días de sus vidas, se equivocaron. Apenas fue el preludio de lo que vendría más tarde. Las deportaciones fueron la excusa perfecta para demostrar ese sentimiento anti japonés que ahora tenía nombre y además, poder. Era el gobierno. 
El gobierno de turno fue quien manejó - bajo sus propios intereses y la de terceros- el destino de muchos japoneses residentes en el Perú. 

A solo un año del saqueo, Japón declaró la guerra a los Estados Unidos. Y un año después, comenzaron las deportaciones de japoneses a los campos de concentración de los Estados Unidos. Y así continúa el resto de la historia, que conforme avanza a través del tiempo, se vuelve más clara y menos “dolorosa”. Ya nuestra amnesia selectiva desaparece. 

Pero, ¿saben? Aún se me quedó la duda. Si el saqueo afectó a muchas familias de japoneses en Lima y Callao, ¿Por qué algunas personas prefieren olvidarlo? 
Generalmente, uno quiere olvidar los malos momentos y así podría entender cuando me dicen que “es mejor olvidar el saqueo”. Pero si las guerras o las deportaciones también son malos recuerdos, ¿por qué preferimos recordarlas y al saqueo, no? 

Entonces, creería que uno quisiera recordar solo aquello que nos victimiza, en donde destacamos nuestra supuesta fragilidad ante la coyuntura y cómo logramos superarla al final. Pero el saqueo, ¿acaso los japoneses afectados no fueron víctimas? A veces uno quiere olvidarse de aquello que le trae malo recuerdos o le avergüenza. Quizás sea por eso. 

Hace más un año, más o menos, estuve leyendo material sobre el saqueo. Uno de los documentos que más me llamó la atención fue un PDF que encontré en internet y que menciona el saqueo. Se titula “¿Quién eres?¿Quién soy?:el papel de la otredad en el desarrollo de la identidad asiática en el mundo hispano” de Victoria Nguyen (2013). Y luego vinieron otros textos (y que menciono al final de este post). 

Poco a poco comencé a darme cuenta que quizás algunas personas prefieren olvidar el saqueo más por vergüenza y temor que dolor, que fue aprendido de lo que escucharon de sus familias o de terceros. Vergüenza por sentir que ellos mismos provocaron de alguna u otra forma el saqueo y temor, porque nadie los iba a ayudar. ¿Qué más puedo pensar? Será que veo la historia con cierta frialdad (objetividad) que no entiendo el por qué algunas personas prefieren que se olvide el saqueo de la historia. 

Solo unos pequeños extractos de la tesis de Nguyen: 
“[…] los peruanos habían construido una identidad japonesa que consistió en la monopolización económica y la invasión de Perú. La percepción peruana sobre los japoneses solo empeoró con el tiempo […] Catalizó una gran cantidad de rumores y mentiras. […]La violencia peruana no estuvo basada en el odio ciego, sino en el miedo de las capacidades de los japoneses.[…] Por las divisiones tan fuertes entre los dos grupos étnicos, nunca había una oportunidad para entender la perspectiva o las características verdaderas de los japoneses y por lo tanto solo podían acceder a la falsa información.[…]el miedo se intensificó hasta llegar al odio y por último la violencia.[…]”[1] 

Creo que en el saqueo no hubo un solo culpable. Creo que todos han sido culpables: los peruanos y los japoneses, de alguna u otra forma. 

La violencia generalizada durante los saqueos del 13 y 14 de mayo demuestran la irracionalidad con que se actuó. La turba actuó siguiendo un plan: la de sus instintos. 
 Los rumores que corrieron intencionalmente días previos fueron suficientes como para azuzarlos para atacar a su supuesto enemigo: los japoneses. Pero los verdaderos autores del saqueo permanecieron escondidos, incluso hasta el día de hoy. 

Aún así, los japoneses prefirieron callar, por vergüenza y también por miedo, impotencia y resignación, porque el gobierno ya no los ayudaría. En poco tiempo, vendrían épocas peores para ellos. 

Pero, ¿En qué se equivocaron?¿Qué fue lo que hicieron los japoneses para que los saquearan? Quizás ellos mismos también tuvieron la culpa. Parece que su propia conducta fue la que terminó por provocar esa reacción tan violenta por parte de sus detractores. 

No hay hoja en los diarios El Comercio o La Prensa de los años 30 en donde no encontremos algún aviso de negocios de japoneses en Lima. A veces podían acaparar toda una hoja, destacándose fácilmente de los otros avisos de la competencia (peruanos).
“[…]Cuando se oye que en la radio no pueden pasar 10 minutos sin que se digan tres anuncios japoneses y cuando se ve que no es posible leer una página de diario peruano sin ver que lo japonés predomina[…]”(Don Julio y Manuel González Tello).[2] 
Este comentario de uno de esos tantos intelectuales de esa época, nos confirma que, para algunos, ya resultaba un fastidio esta situación. Los japoneses acaparaban los negocios y lo demostraban abiertamente. Publicaban avisos publicitarios en donde ofrecían descuentos imbatibles o promociones y ofertas que atraían a la clientela de cualquier competencia. Mucha de esa clientela venían de los negocios cuyos dueños eran peruanos. 

Los negocios se multiplicaron. Viendo el éxito de sus paisanos, muchos japoneses también quisieron tener la misma suerte y abrieron negocios de todo tipo. Al principio, no hubo control. La proliferación de negocios de japoneses en solo Lima alarmaba a sus detractores y preocupaba a su competencia:
“[…]De un total de 215 entre cafés y cafetines, 158 están en manos de japoneses y 27 en manos de peruanos; el resto, está repartido en propietarios de distintas nacionalidades. En el renglón de picanterías, hay 92 regentadas por japoneses y 85 por peruanos; en el ramo de panaderías hay 78 explotados por… japoneses y 36 por panaderos peruanos, pero en ningún ramo la absorción japonesa es más decisiva que en el de la peluquería que regenta en la proporción abrumadora de 140 establecimientos, siendo, la cifra que representa el número de peluquerías nacionales de 55. Podemos decir que el barbero nacional casi ha desaparecido..[…]”[2] 
Este virtual acaparamiento japonés del mercado peruano, provocó el cierre y traspaso de muchos negocios de peruanos, que ya no podían seguir ante tal competencia japonesa, que al parecer, era más próspera y rentable: 
"[...]La prosperidad de los japoneses se evidenciaba en la constante contribución que hacían a hospitales y beneficencias, siendo percibidos como un grupo privilegiado[...]"[4] 
La diferencia de idioma y de cultura, sumado al ambiente hostil en donde vivían, propició que la sociedad japonesa fuera cerrada, en donde la interacción con los peruanos parece que no era tan necesaria, salvo en la relación comercial: proveedor-cliente. 

Así, los japoneses crearon sus propias escuelas y gremios y posteriormente, asociaciones. Sus empleados eran generalmente sus propios paisanos y hasta tuvieron sus propios diarios. Era como si vivieran en su propio mundo. Pero la percepción distorsionada de los peruanos acerca de los japoneses venía de tiempo atrás. 

Para los japoneses era una forma de protegerse como comunidad extranjera dentro de un país que a veces le resultaba hostil. Pero para los peruanos, esto no era muy bien visto. Todo este resentimiento hacia los japoneses comenzó casi desde la época del trabajo en las haciendas. 

En muchos casos, los contratos de trabajo fueron incumplidos por los hacendados y como respuesta, los peones japoneses se negaban a trabajar[1]. 
Muchos se fugaron de las haciendas antes del término del contrato, escapándose a otras tierras (por ejemplo, Argentina) o llegando a Lima, para trabajar como mayordomos o vendedores ambulantes, antes de establecer sus primeros negocios. 
“[…]Al principio, los peruanos consideraban a los japoneses como buenos trabajadores que ayudarían la economía peruana. Sin embargo, cuando los colonos desafiaron a sus dueños, la imagen japonesa cambió en las mentes peruanas. De repente, los japoneses eran irrespetuosos y no estaban dispuestos a trabajar. La percepción peruana sobre los japoneses cambia de una manera negativa cuando la realidad de los japoneses no corresponde a la definición creada por los peruanos.[...]"[1] 
En pocas palabras, fueron las diferencias culturales, la percepción distorsionada del otro (peruano y japonés) y, con el correr del tiempo, el crecimiento notorio de los comerciantes japoneses y su afán de lucro. 

Como eran trabajadores temporales, estos comerciantes trabajaban mucho para poder ahorrar dinero más rápido y así regresar a su patria o simplemente, trabajaban mucho para poder vivir mejor en Lima que cuando estaban en Japón. 
Pero sea cual fuere la razón, era mal visto por los otros comerciantes peruanos. Aparentemente, esto explicaría el origen del rechazo, la envidia y el racismo. 

Pero, ¿lo mismo no pasaría con otros inmigrantes, como los chinos, alemanes, italianos, etc.? Sí, debería ser igual, pero hubo un mayor rechazo (si no, exclusivo) hacia los inmigrantes asiáticos (chinos y japoneses) que hacia los europeos. 

Los intelectuales de la época, en los inicios de la inmigración japonesa, idealizaban un mejoramiento de la raza peruana, atrayendo a inmigrantes europeos. Pero, a diferencia de otros países vecinos, como Argentina, Chile, Brasil y Uruguay[3], el Perú no reunía condiciones económicas y políticas muy favorables como para atraer a un número considerable de inmigrantes europeos que ayuden a “mejorar la raza” y que estén dispuestos a trabajar como peones de haciendas o en los cañaverales; atrayendo, en cambio, a inmigrantes chinos y japoneses: 
“[…]El más conocido de estos críticos fue Clemente Palma quien, desde 1899, a semanas de la llegada de los japoneses, afirmó que esta inmigración podía ser favorable desde el punto de vista comercial, pero constituía un “crimen sociológico[…]"[4] 
Siempre estuvo latente ese deseo oculto, por mejorar la raza, entre algunos intelectuales de la época. Con el tiempo, la prensa de la época se encargaría de difundirlo entre el pueblo, disfrazado como opiniones de coyuntura o actualidad nacional, en donde hablaban del acaparamiento japonés de los mercados peruanos o el peligro expansionista japonés,entre otros. 
Con el tiempo, la percepción peruana sobre los japoneses empeoró. En el otro lado del océano, el militarismo japonés se expandía por el Asia en guerras y dominios y los peruanos comenzaron a asociar esta agresión con todos los japoneses.[1] 

A esto, si le sumamos la percepción que tenían de ellos como una comunidad cerrada y ambiciosa (por el tema de los negocios), el sentimiento antijaponés iba creciendo más y más, como si fuera una bola de nieve. Finalizo con una cita de la tesis de Victoria Nguyen: 
“Esta creencia junto con el miedo de la pérdida de su prosperidad económica justificó las acciones de los peruanos contra los japoneses."[1] 
Los japoneses de esa época proyectaron una imagen que fue malinterpretada por los peruanos. Los japoneses querían sobrevivir en un país extraño. Trabajaron y se esforzaron mucho, pero muchas veces este deseo afectaba al de otros. Así ya era fácil eliminarlos. Hubo quienes, sentados desde algún lugar privilegiado, aprovecharon esta situación para manejar libremente las voluntades de las masa y así utilizarlos, sin que se dieran cuenta, para sacar del escenario a aquellos que interferían, quizás, con sus propios intereses económico, que eran los japoneses. 

FUENTES: 

[1] NGUYEN, Victoria. ¿Quién eres? ¿Quién soy?: El papel de la otredad en el desarrollo de la identidad asiática en el mundo hispano. (2013). Honors Thesis Collection. Paper 134. Págs. 66-71.

[2] GUEVARA, Víctor. Las grandes cuestiones nacionales. Lima: Talleres Tipográficos de H. G. Rozas. 1939. Págs. 155-156. 

[3] NAKAMOTO, Jorge M. “Discriminación y aislamiento: el caso de los japoneses y sus descendientes en el Perú” en Primer Seminario de Poblaciones Inmigrantes, Tomo 2, CONCYTEC. Págs. 188. 

[4] CONTRERAS, Carlos. Compendio de historia económica del Perú. Tomo 4. Economía de la primera centuria. Independiente. Lima: IEP Instituto de Estudios Peruanos IEP (Instituto de Estudios Peruanos). Pág. 76. 

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NOTA:

No siempre uno desea revivir la historia para buscar culpables. Los verdaderos culpables ya no están presentes. Pero, nosotros sí. Y nosotros pretendemos seguir con el ejemplo de nuestros abuelos, recordar sus bailes y costumbres; como si todo en su vida fuera solo eso. Pero cuando queremos recordar la historia, parece que aparece cierta censura. 

Comparto el comentario de Pedro Noguchi sobre este tema (querer olvidar hechos históricos y que fue publicado como comentario en el Facebook de Jiritsu, en el post del 13 de mayo, 10:45p.m.), haciendo una analogía muy interesante con el estreno de la película “Gloria del Pacífico”, que recrea la guerra con Chile y que aún genera tanta pasión y opiniones encontradas el día de hoy, como hace más de 130 años:

“[…]Voy a hacer una analogía con lo que le sucedió a mi amigo Juan Carlos Oganes antes de estrenar su película Gloria el Pacífico, que desnudó con mucha objetividad detalles poco conocidos sobre la guerra entre Perú y Chile. Aún sin haberla visto, hubo un sector de la crítica que afirmaba que no tenía sentido revivir hechos históricos dolorosos para el Perú porque sólo alimentaría nuestro resentimiento con el vecino país y que se debería dar vuelta a la página. No esperaban que el enfoque de la película era una autocrítica hacia nosotros mismos, que se perdió por la desunión y los intereses particulares de la oligarquía de la época. Comisiones debajo de la mesa para comprar armamento inservible y corrupción política. ¿No nos parece familiar esa historia con la actual? Entonces el mensaje es claro para todos los casos. Recordar la historia es importante para evitar repetirla y poco favor nos hacemos si barremos bajo la alfombra los hechos dolorosos.[…]”

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