miércoles, 30 de octubre de 2013

El Otro Origen del Tsunahiki o China-Hichi (Obasuteyama)

Hace unas pocas semanas, mientras estaba revisando mis emails, vi una noticia que se repetía en varios medios. La atención no era para menos, puesto que era un festival okinawense que atrajo a miles de personas, entre extranjeros y locales y que se realizó en varias ciudades de Okinawa, casi en simultáneo. 

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Imagen tomada de Okinawa NightLife
Eran los festivales del Tsunahiki 綱引き o Nudo de Guerra, un festival antiguo que no pierde vigencia, a pesar de los años. Lo que recuerdo del Tsunahiki era lo que había escuchado de algunos conocidos y tíos, que era un evento en donde la gente se divide en dos grupos y cada uno jala un extremo de una soga gigante y al final gana el que hace caer al equipo contrario o haya jalado una mayor porción de la soga hacia su lado. Para mí es, simplemente, un juego de niños que se jugaba en el colegio; casi igual como mi mamá lo recuerda.

Cada vez que preguntaba a mi mamá si sabía el origen o si mi oba le contó algo sobre el tsunahiki, solo podía recordar los tsunahikis del colegio. Me contaba que en cada undokai los chicos se dividían en dos grupos: el aka gumi (equipo rojo o de las niñas) y el shiro gumi (equipo azul o de los niños) y entre los dos equipos, comenzaban a jalar una soga, cada uno para su lado. Pero no sabía nada más. O quizás no se acordaba. 

Lo último “nuevo” que me contó fue que cada equipo jalaba la soga con mucha fuerza para que el equipo contrario pierda. “¿Y por qué le llaman Nudo de Guerra?”, fue lo que le pregunté, pero solo se encogió de hombros y hasta ahora, me he quedado con la duda. 

Esa era la duda que siempre me he estado preguntando desde que escuché lo del Tsunahiki, incluso hasta hace unos pocos días en que era la “noticia del momento”. Así que decidí buscar la respuesta por mi cuenta. 

El tsunahiki es el nombre del evento en donde se utiliza una soga gigante hecha con paja de arroz como símbolo de la buena cosecha. Esta formada por dos sogas, una representando al hombre (representado por el pueblo del este) y otra, a la mujer (pueblo del oeste) que se unen, a manera simbólica de cópula, y es en ese momento que los equipos comienzan a jalar las sogas. Se decía que “así como se jala la soga, así se estaría jalando un año de abundancia”. 

Entre toda esta algarabía y adrenalina de multitudes, se confunden extranjeros y locales que participan del evento y se llevan a casa algunos trozos de la soga del equipo ganador como amuleto de buena suerte y fortuna o, quizás, como un simple recuerdo. Y cada año, esta tradición, que se remonta al siglo XVII, fue practicada para pedir paz, estabilidad y seguridad a los okinawenses. Pero poco a poco fue perdiendo ese carácter sagrado y ahora, más que un festival de agradecimiento, es un espectáculo para entretener y atraer más turismo a la isla. 

Pero, ¿qué tiene que ver la “guerra” en todo esto? Al parecer, todo se refiere a “buenas cosechas”, “fertilidad”, “properidad”y "buena suerte”. No encuentro una explicación literal que explique el por qué le llaman “nudo de guerra” al tsunahiki, o mejor dicho, al “China-hichi”. 

“China-hichi” significa en uchinaguchi “jalar la soga”, al igual que “tsunahiki”, el término japonés que se le da a esta tradición de corazón okinawense. Pero será por la costumbre y la publicidad que se le ha dado, que el “China Hichi” lo conocemos más como “Tsunahiki”. Y seguramente pasó lo mismo con su equivalente en español, “nudo de guerra”. 

Parece que la traducción “nudo de guerra” ha sido copiado directamente del “tug of war” inglés que del mismo término japonés (o uchinaguchi), porque no tiene nada “de guerra”. Sin embargo, seguramente le dieron esa equivalencia, porque el tsunahiki viene de un deporte muy antiguo, que también consistía en jalar una soga entre dos equipos y que era practicado como deporte en la antigua Grecia o como parte del entrenamiento de los guerreros en la antigua China. Seguramente, esa connotación entre “disputa” o “competencia” se derivó en “guerra” y se creó el "nudo de guerra". Puede ser una posibilidad. 

En fin, para muchos sería algo irrelevante, pero como soy traductora, no puedo evitar pasar por alto este tema de la semántica o sus equivalencias. Para mí, el “tsunahiki” es “tsunahiki” (o aún mejor, “China-hichi”), sea por escrito o hablado, y no lo traduciría como “nudo de guerra”. 

Sin embargo, a pesar de todo, aún sigo con la duda sobre el origen del tsunahiki. 
Encontré una posible explicación, o mejor dicho, la leyenda detrás de su origen. Decía que antiguamente se celebraba el Tsunahiki para pedir por una abundante cosecha o buena salud. Todo empezó con cuatro pueblos (Nishi-Machi, Higashi-Machi, Wakasa-Machi e Izumizaki) del Reino de Ryukyu que actualmente conocemos como Naha que se dividieron en dos grupos, el equipo del este y el del oeste, que participaron en batallas “simuladas” usando el conocido juego de “jalar la soga” en busca de la victoria. 
Los chamanes o yutas utilizaban esta victoria como un signo para predecir el futuro de los pueblos que competían. 

Pero, encontré otra leyenda que va más allá de cualquier batalla o guerra. Se cuenta que un hijo busca el consejo de su padre ya anciano para deshacerse de la plaga que azotaba al pueblo. El padre, quien vivía en la montaña, le aconseja que colocara un nudo de guerra en llamas en medio de los arrozales mientras tocaba gongs y encendiera antorchas. Con todo ese ruido y humo que salía de ese nudo de guerra, la plaga abandonó los arrozales, pensando que se estaba incendiando. La plaga desapareció del pueblo. Así, su consejo fue todo un éxito  y a partir de esa fecha se realizaron tsunahikis en Okinawa. 

Imagen tomada de Yahoo Blog
Esta leyenda se parece mucho a una antigua leyenda japonesa, por no decir que es la misma. Es la leyenda de Obasuteyama, la montaña en donde las mujeres ancianas eran abandonadas. (Obasuteyama 姥捨て山 significa literalmente "la montaña de las ancianas abandonadas" y también es conocido como Ubasuteyama).

Existen varias versiones de esta leyenda, que han cambiado con el paso del tiempo, y quizás, por el olvido mismo. Se cuenta que, antiguamente, existía una ley que ordenaba abandonar a los ancianos en las montañas alejadas del pueblo, una vez que llegaran a los 70 años y se convirtieran en una carga para su familia y la comunidad. Tenían que valerse por sí mismos en el campo, teniendo solo dos opciones: sobrevivir o morir. 

En el pueblo vivía un hijo con su madre, quien ya era anciana y por lo tanto, tenía que ir a la montaña para morir. El hijo, a pesar que quería mucho a su madre, tenía que cumplir con la ley. Aún así, la madre lo entendía. 

El hijo cargó sobre sus espaldas a su madre y la llevó rumbo a la montaña. Durante todo el camino, la madre, aún sobre las espaldas del hijo, extendía sus brazos y cogía las ramas que había en el camino y las arrojaba al suelo. El hijo notó lo que su madre estaba haciendo y le preguntó el por qué lo hacía. 

“Estoy dejando las ramas en el suelo para que no te pierdas. Si las sigues, puedes regresar al pueblo sin problemas”. Aquellas palabras conmovieron mucho al hijo puesto que, incluso estando en una situación tan penosa y miserable, la madre seguía pensando en el bienestar del hijo. 

“No te puedo abandonar, vamos a regresar a la casa” fue lo que dijo a su madre y aunque, la ley decía lo contrario, nuevamente la llevó sobre las espaldas a su madre de regreso a casa. En casa, no tuvo la mejor idea que esconderla en un lugar secreto, que había acondicionado especialmente para su madre, evitando que esté a la vista de todos; protegiéndola, así, de esa temida ley emitida por el señor feudal. 

Un día, un rey vecino amenazó al señor feudal con invadir sus tierras, a menos que resolviera algunos problemas que éste le planteara. 
El primer problema era hacer una cuerda hecha de cenizas. El señor feudal no sabía cómo resolver el problema y pidió ayuda a su pueblo, ofreciendo una buena recompensa a aquél que pueda resolverlo y traerlo a su castillo. Así como el rey, nadie del pueblo sabía cómo resolver el problema. 

El hijo, al enterarse del pedido del señor feudal, acudió donde su madre en busca de un consejo, quien permanecía escondida en un lugar de la casa. La madre, sin pensar tanto, le dió la respuesta: tenía que hacer una soga con paja y prenderle fuego, no sin antes haberla bañado en sal. El hijo hizo lo que su madre le aconsejó y al final obtuvo una soga de cenizas. Lo llevó al castillo y fue muy bien recompensado. Pero, el rey planteó un segundo problema. Quería que le fabricara un tambor que sonara, incluso si nadie lo estuviera tocando. El problema parecía más difícil que el anterior, pero no lo fue para la anciana que seguía escondida. 

Nuevamente, el hijo pide consejo a su madre, quien le da una solución sencilla para un problema aparentemente imposible. El hijo tenía que aflojar un poco el cuero del tambor para poder meter algunas abejas por ese orificio. Ajustó nuevamente el cuero y ya estaba listo el tambor. Las abejas volarían dentro y se chocarían contra el cuero del tambor, haciendo que el tambor suene sin que nadie lo estuviera tocando. Y una vez más, el hijo fue recompensado por el señor feudal. 

Pero, el rey no contento aún, planteó un último problema. Se tenía que coger un palo de madera que sea del mismo grosor en ambos extremos y tenía que indicar cuál extremo había sido la raíz y cuál había sido la rama. Parecía aún más difícil, pero la madre, una vez más, lo solucionó con gran sabiduría. 

La madre aconsejó al hijo colocar el palo en un cubo lleno de agua. El extremo que se hunda sería la raíz. Con estos tres problemas solucionados, el rey ya no tuvo más que cumplir con su palabra y no invadió el pueblo. El señor feudal, agradecido e intrigado por la inteligencia del hijo, le preguntó cómo había podido encontrar la solución a los enigmas. 

El hijo, aprovechando la situación, dijo con orgullo que fue su madre quien le aconsejó todo lo que tenía que hacer. A partir de ese momento, el señor feudal derogó esa absurda ley y permitió que los ancianos vivan en el pueblo junto con su familia. Una leyenda con un final feliz. 

Aunque es una leyenda, no podemos dejar de pensar si realmente existía esta costumbre en el Japón feudal. Parecería que fuera una metáfora a la sociedad moderna y su actitud con respecto a los mayores, en la que los asilos o casas de reposos son los "obasuteyama" modernos de aquellos miembros que son considerados como "carga" dentro de una familia.

Muchas veces me he preguntado, si lo que leemos simplemente como leyendas o cuentos, ¿habrá tenido un origen real? o ¿cómo fue que inventaron una leyenda como ésta? ¿cuál habría sido su musa inspiradora? Tantas preguntas pero que al final quedarían como está ahora, es decir, sin respuesta. Como generamente se dice "al fin y al cabo, son solo leyendas".

A veces, las leyendas esconden muchos secretos, que se van perdiendo con el paso del tiempo o de las generaciones; así como pasó con el otro origen del Tsunahiki, que escondía una leyenda que era muy conocida en la antiguedad, pero que pasa casi desapercibida en nuestros tiempos.

PARA SABER MÁS:
FUENTES:

lunes, 28 de octubre de 2013

Entretenimiento Solo Para tus Ojos: Los Misemonos

¡Cómo son los recuerdos, no? Aparecen en el momento menos inesperado… 

Hasta hace unas pocas semanas atrás, estaba mirando las noticias por la televisión, cuando salieron las imágenes de un mítin en plena Plaza Dos de Mayo. Las cámaras no solamente enfocaban a los manifestantes, sino también los alrededores. Era como una foto panorámica que me llevó, por pocos segundos, a la época en que mi oba tenía una tienda muy cerca de la plaza. Aparecían las mismas calles que, a pesar de los años, siguen casi iguales. Pero, en una de esas tomas, salió una pequeña calle que me llamó la atención porque me causó cierta nostalgia. 

A pesar de los gratos recuerdos, no sé cómo se llama esa calle, puesto que nunca pregunté cómo se llamaba esa calle, ni tuve la necesidad por saberlo, puesto que cada vez que salía a pasear cerca de la tienda, siempre le decía a mi mamá “ya regreso, voy a la vuelta”. Y mi mamá ya sabía a dónde iba. “A la vuelta” había muchas cosas para ver: los ambulantes en plena vereda vendiendo de todo y hasta un museo. Sí, un museo de cera. 

Era un museo muy pequeño que parecía escondido entre los ambulantes y las tiendas de instrumentos musicales que hasta ahora perduran con el tiempo. Era un museo de cera del horror, en donde recuerdo que se exhibían rostros de monstruos famosos, hasta creo que había un drácula de tamaño real parado en una esquina, como si estuviera dándonos la bienvenida al museo del terror que, curiosamente, se llamaba "Le Paris". Tenía unas empinadas escaleras de madera que conducían al segundo piso, en donde estaba el museo. 

Recuerdo que entré a ese museo con mi hermano mayor, pero cada vez que pasaba por el lugar, nunca me atrevía a entrar sola, simplemente me conformaba con mirar el letrero del museo y una máscara que era exhibida en la puerta de entrada. El solo hecho de ver esa máscara y esas viejas escaleras de madera, ya me dejaba una sensación de miedo que me hacía correr de regreso hacia la tienda. Pero, el museo no duró mucho y al poco tiempo cerró sus puertas, al igual que muchos otros negocios que cerraron debido a la crisis. Seguramente que muchos no lo recordarán, pero fue un museo inusual en un lugar tradicional (¡un museo de terror en pleno Centro Histórico de Lima!). Fue un museo que existió por unos años sin pena ni gloria, pero al menos quedó como otro recuerdo más en la nostalgia de aquellos que ahí vivíamos por los alrededores y de aquellos que alguna vez hemos logrado ingresar. 

Y como los recuerdos vienen uno detrás de otro, también recordé la época que estaba en Japón y había visitado un museo “parecido”. No recuerdo bien el nombre, pero estaba en Ikebukuro. Era “parecido” en el sentido de la temática, es decir, era de terror, pero era muy diferente a la vez. Era más grande, más “nuevo”, más interactivo (puesto que era un parque temático, en donde uno podía hacer rutas del “terror” y encontrar en el camino algún que otro espanto). En esa época, coincidentemente, también fui con mi hermano. Me comentó que también habían otros museos de terror (llamados “obake yashiki”), pero que no llegamos a visitar.

Parece que los temas de terror o espanto son un buen negocio, ya que atraen a la gente, sea el tiempo y el lugar que sea. Así como la gente necesita reír o llorar y va al teatro o al cine, también tiene necesita satisfacer otra emoción innata, como lo es el miedo o la curiosidad, aunque muchas veces, se linda casi con el morbo. En el caso del Japón premoderno, también se sacó provecho de esa necesidad por sentir miedo, de la curiosidad o incluso, el morbo que tienen las personas. Es así como aparecieron los misemono

Misemono” 見世物 significa en japonés “exhibición” o “espectáculo” y agrupaba a todos aquellos espectáculos tan variopintos como actos acrobáticos, demostración de personas con alguna habilidad inusual o extraordinaria o incluso simples pero llamativas exhibiciones de animales, plantas y hasta de personas con alguna deformidad física o enfermedad congénita). Es decir, todo aquello que se podía observar y que llamara la atención. 

En el periodo Edo (1603-1867) es cuando esa necesidad latente por aprender más o por, simplemente, “ver cosas nuevas” alcanza su máximo esplendor. Se cuenta que el origen de los misemono se remonta a las antiguas exhibiciones que se realizaban en los templos y que eran llamados kaichou 開帳, en donde se mostraba alguna reliquia por un periodo corto de tiempo (entre un par de días a unos meses) con el fin de recaudar fondos para los templos. 


Como, generalmente, la reliquia permanecía oculta de la vista del público, provocaba la curiosidad de los creyentes que acudían al templo para ver aquella “rareza”. Entre los diversos objetos que se han exhibido, podemos encontrar a monstruos mitológicos japoneses (Kappas) o supuestos demonios o, incluso, a sirenas momificadas que, al final de cuentas, todas eran perfectas obras de taxidermia en donde se unían partes de animales con papel y pegamento. Aunque todo una farsa, llamaban mucho la atención, incluso hasta nuestros días. 

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Supuesto Kappa momificado conservado en el Templo Zuiryuji (Osaka)
(Imagen tomada de Pink Tentacle)
Supuesta momia de bebé-demonio del Templo Rakanji
(Imagen tomada de Pink Tentacle)

Una de las sirenas exhibidas más famosa fue la sirena de Fiji de P. T. Barnum, que incluso participó en una exhibición en Londres en 1822. Se cree que fue creada hábilmente por un pescador japonés aproximadamente en 1810, puesto que por aquellas épocas se acostumbraba vender sirenas “falsas” como recuerdos a los extranjeros que venían a Japón. Estas sirenas eran simples muñecos que tenían la cabeza de un mono unido con las partes de algún pescado o de otros animales. 
Supuesta sirena momificada
(Imagen tomada de Pink Tentacle)

La destreza en su armado era tal, que era imposible, a simple vista, descubrir que eran totalmente falsas. Aunque ya no se vean fácilmente en exhibición, varias de estas sirenas, así como otros restos momificados de supuestos monstruos mitológicos, las podemos encontrar en varios templos japoneses.

Con el tiempo, el concepto de “misemono” fue más amplio y ya lo podíamos encontrar no solo en las ferias kaichou, sino casi en todas partes, incluso en las mismas calles. 
Era común ver ferias callejeras instaladas temporalmente en algún rincón de la ciudad, sea al aire libre o en un recinto cerrado, puesto que solo necesitaba de unas bancas, un toldo (en algunos casos), la plataforma en donde se iba a realizar la presentación y algún afiche publicitando el misemono

Viendo que los misemono eran una oportunidad para obtener dinero, rápidamente se popularizaron en las calles de Edo (como antiguamente se llamaba Tokyo). Se publicitaban las exhibiciones a través de volantes que eran repartidos cerca de las barberías o baños públicos o, incluso, los mismos organizadores del misemono anunciaban a viva voz el espectáculo en el mismo lugar de la presentación, al mismo estilo de los pregoneros de antaño. 

Como todo espectáculo, todos los misemono tenían un costo de admisión. El precio era bastante asequible, en comparación a otros tipos de entretenimiento de la época, lo que la convertía en una forma de entretenimiento para todos, sean pobres o ricos. Una entrada podía costar entre 8 mon (15 centavos de dólar) a 30 mon (50 centavos de dólar) a inicios del siglo XIX; todo dependía del tipo de espectáculo y ciudad en que se presentaba. En cambio, un asiento para una obra de Kabuki podría costar entre 1300 mon (22 dólares) hasta 6000 mon (100 dólares). 
Sin embargo, la variedad de misemonos era tal que, incluso, muchos eran “informales” y no tenían precio fijo de admisión, por lo que se cobraba la voluntad del espectador, "pasando el sombrero" a mitad del espectáculo. Con este pago, el espectador podía disfrutar de un espectáculo por unos pocos minutos antes que deba retirarse del lugar para dar espacio a los otros espectadores que también querían ver el misemono; mientras que los asistentes a una obra Kabuki tenían derecho a horas de entretenimiento por el precio de su ticket. 

En estos misemonos "callejeros" (para diferenciarlos de los misemonos de los templos o ferias kaichou, que fueron los antecedentes de los misemonos en sí), también debemos incluir a los vendedores, sean ambulantes o formales quienes, por la necesidad de vender sus productos, realizaban pequeños actos para atraer la atención de sus clientes, como el caso de los vendedores de dulces o golosinas de la época. Por ejemplo, los vendedores de tokoroten (gelatina de agar-agar endulzada) manejaban larguísimos ohashi (palillos para comer) con gran destreza para entregar el producto a sus clientes, incluso si éstos se encontraran en el segundo piso de la casa, ofreciendo un pequeño espectáculo de destreza . 

Empaque de Hangontan (Imagen de Kanpouyaku no Kigusuri)
O el caso del espectáculo con espadas, organizado por una farmacia para vender sus productos. El ejecutante del acto, sacaba dos paquetes pequeños de papel. En uno de ellos contenía Hangontan 反魂丹 (el “Elíxir de la Resurrección”), que era una medicina hecha en base a una receta secreta de familia y que aliviaba los calambres estomacales, envenenamientos, gases excesivos (eructos o flatulencias), mareos o intoxicación; en fin, se decía que si se tomaba para cualquier dolencia, se obtenían resultados inmediatos). En el otro paquete, en cambio, había dentífrico que curaba los diente cariados, eliminaba el mal aliento y blanqueaba los dientes con asombrosa rapidez. Mientras promocionaba las propiedades de cada medicamento, hacía una demostración del producto, sacando una moneda para limpiarla con el dentífrico hasta dejarla reluciente y brillante. Al final de su presentación, muchos transeúntes compraban el producto y continuaban con su camino. 

Sobre los misemonos como tales, en donde se limitaban a exhibir algo o a alguien solo para entretener al público, la lista es muy larga, pero podemos mencionar unos cuantos ejemplos llamativos. 

Comenzando esta lista, tenemos a las exhibiciones de “prodigios humanos". Podemos ver el caso del año 1778 con la "niña-demonio", una jovencita con una fealdad considerada como "sobrenatural"; la “niña-escroto”, otra jovencita con una apariencia femenina normal, salvo por una enfermedad genética que le hizo desarrollar un escroto bien definido (año 1806). O el caso de la "niña-oso", que era una jovencita cuyo cuerpo estaba cubierto completamente de un manto de piel negra. También hubo exhibiciones de gigantes, como el de Oyome, una mujer con 7'3" de alto (aproximadamente 2,13cm) o de Chan Cheng-Chiu, un gigante de 8" de alto (aproximadamente 2,43) que vino de Nanking (China) y quien fue él último representante de esta galería de “prodigios humanos”. 
Persona con alguna enfermedad congénita que era exhibido como misemono (Imagen tomada de Ebay)

Sobre las exhibiciones de habilidades o capacidades superhumanas, podemos destacar unos cuantos: Kirifuri Hanasaki Otoko, el hombre que podía tragar grandes cantidades de aire y exhalarlas en flatulencias melodiosas (año 1774). O la de Hajikara Kiemon, quien podía romper tazas de porcelana con sus dientes o sostener una campana del templo entre sus dientes (1841) o la de un adolescente que tenía la habilidad de sacar sus globos oculares y regresarlas a sus cuencas cada vez que quería (1840). También encontramos a los Ashigei, que eran los artistas que podían usar sus pies si fueran sus manos y podían llenar una pipa, hacer fuego o hacer ikebana, los tragadores de fuego o el caso de una mujer ventrílocua que era ciega, por solo nombrar unos cuantos ejemplos. 

(Imagen tomada de Yajifun)
Otras exhibiciones consideradas como misemonos, eran las exhibiciones de animales o plantas exóticas. Se exhibieron periquitos exóticos (año 1758), camellos persas que llegaron a Nagasaki entre 1821 y 1824, crisantemos gigantes en exhibición en 1856 en Okuyama, figuras ornamentales hechas a partir de pétalos de flores, réplicas de aves, animales o plantas en paja o incluso trabajos en kombu (alga seca) como la exhibición realizada en 1853 de los "24 modelos de la piedad filial". 

Lo grotesco o lo morboso tampoco podía estar ausente en esta lista de misemonos. En una feria kaichou de 1838 se mostraron manequíes que recreaban diversas formas de muertes no naturales con manequíes que representaban a cadáveres mutilados atados a troncos, cabezas desmembradas, etc. O hubieron otros misemonos, en donde mujeres jóvenes maquilladas recargadamente y vistiendo opulentos trajes. Su acto consistía simplemente en quedarse sentadas sin moverse y mostrando sus genitales a clientes morbosos. Aquellos espectadores que eran capaces de aguantarse la risa por la vergüenza o pena ante el acto, recibían un pequeño premio. 

Y lo educativo, tampoco podía faltar dentro de los misemonos. En 1864 se exhibieron modelos que representaban, casi de forma realista, a un útero abierto en las distintas fases de desarrollo de un feto durante el periodo de gestación, en una exhibición llamada “diez meses de gestación”. El detalle de los modelos era perfecta, incluso para nuestros días. 
Exposición de "Diez meses de embarazo" (Imagen tomada de Pink Tentacle

Pero no solo se exhibieron modelos estáticos, sino también movibles, como los karakuri ningyo ("muñecos con dispositivos” o más comúnmente, “iki ningyo” ("muñecos vivientes"). Se exhibieron muñecos capaces de realizar una variedad limitada de movimientos repetitivos, accionados únicamente por medio de engranajes. Como la exhibición de 1813, en donde una anciana pudo hacer que las muñecas bailaran y tocaran instrumentos sin ninguna ayuda humana, conectando simplemente sus mecanismos a una rueda de agua en Asakusa. 
Imagen tomada de Live Jornal (Kelly Sears Smith)
Los empresarios que organizaban los misemonos consideraban todo aquello que les podría generar ganancias. Así, vieron que las exhibiciones de misemono no solo eran la fuente de ganancia de estos empresarios del espectáculo, sino también los dispositivos que usaban los clientes para verlos, como los telescopios con sus lentes de aumento. El alquiler de los telescopios generaban una fuente más de ingresos. No solo se les recomendaban a los espectadores que servían para mirar mejor aquello que estaba  ala distancia, sino que, ingenuamente, también les recomendaban que sostuvieran el telescopio cerca a sus orejas para escuchar lo que se hablaba en el escenario o cerca a su nariz para sentir, por ejemplo, el aroma de las anguilas. 

Hubo casos de algunos empresarios más osados, como el de un empresario quien en 1798 en Fukagawa (dentro de Tokyo) no tuvo una mejor idea que pintar la imagen del Buda de Shinagawa en uno de los lentes del telescopio que alquilaba. 

Nozoki Karakuri (imagen de The Museum of Osaka University)
Y ya que hablamos de maquinitas para ver, también podemos mencionar a los Nozoki-karakuri o “espectaculos para ver” o peepshow que utilizaban los lentes ópticos occidentales para mostrar un mundo artificial especialmente preparado dentro de una caja. Algo común en todos los nozoki karakuri fue una consola grande portátil, frecuentemente decorada con llamativas escenas del espectáculo que contenía. 

El espectador veía únicamente una sucesión de imágenes sobre un rollo, algunas veces con leyendas escritas. Las escenas frecuentemente estaban en un estilo de “imagen flotante” de uki-e, que daba la ilusión de profundidad. 

Ya a comienzos del siglo XX, llegan los circos a Japón, entrando casi en competencia con los misemonos locales. En 1864 llegó a Japón el primer circo moderno con el "Profesor Risley", quien trajo desde los Estados Unidos a una tropa de artistas y animales. Dos año después, recluta a dos docenas de artistas callejeros locales (entre acróbatas, artistas de ashigei, entre otros) para un tour de dos años a los Estados Unidos. 

Después del circo de Risley, llegaron otros circos a Japón, como el francés Soullier y el italiano de Chiarini, en donde mostraban actos de acróbatas, animales y payasos.

Con el tour del circo del Profesor Rysley, "The Imperial Japaneses Troupe" ("La Compañía Imperial Japonesa") los artistas japoneses comenzaron a ser una atracción en los circos y espectáculos europeos durante la última mitad del siglo XIX. Aquí no podemos dejar de mencionar a Larry Houdini, el famoso escapista estadounidenses de todos los tiempos, quien aprendió sus técnicas de regurgitación de un acrobata japonés, Sankichi Akimoto. Esta era una técnica vital para los actos de escape de Houdini, puesto que era el secreto de sus escapes, ya que con esta técnica podía tragar y regurgitar a voluntad las llaves con las que podía abrir los candados o esposas. 

El número de espectáculos de misemono no mostraba una disminución durante los años en que llegaron estos circos europeos a Japón entre 1860 a 1970. Más bien, con la Restauración Meiji, aparecieron una nueva clase de artistas, como muchos samurai que realizaban demostraciones públicas de manejo de espadas para ganar su sustento diario, una vez que su estatus fuese abolido durante la Restauración. Sin embargo, para los 1880, los espectáculos de Edo ya muestra su ocaso, puesto que disminuyeron notablemente en número y vitalidad. 
Una de las primeras causas por la declinación de estos espectáculos fue la política legislativa del régimen Meiji a favor de una ley más conservadora o puritana. La ley de 1870 prohibía las exhibiciones engañosas y fraudulentas. Dos años después, en 1872, se emitieron ordenanzas al respecto y al siguiente año, se prohibió la exhibición de deformidades por razones humanitarias y morales (muchos empresarios se aprovecharon de la necesidad de los "prodigios humanos" y les prometían pagarles una buena suma, a cambio que mostrara sus defectos o "prodigios").

Un segundo factor fue la eliminación de los lugares tradicionales de estos misemonos para dar paso a la moderrnidad, como la necesidad del espacio que ocupaban estos misemonos para las recientes oficinas telegráficas. La presencia de entretenimientos mecánicos acabaron por debilitar todas las exhibiciones o espectaculos en vivo. Y con la modernidad, parecía que el ocaso era inevitable. El gramófono ingresó a japón a finales del periodo Meiji y el kinetoscopio en 1896, dando inicio así a los primeros tocadiscos y al cine.


Como vemos, el mercado de los misemono pudo haber continuado, pero la modernidad parecía exigir su extinción. Si no se hubiese dado paso a la modernidad, seguramente los misemonos continuarían hasta nuestros días con el mismo interés de sus inicios. En aquella época, la novedad de los misemonos y su  misma naturaleza temporal evitó su desaparición. 
Solo cuando un misemono motraba signos de una larga permanencia, corría el riesgo de ser cerrada por las autoridades. Como el caso de una casa de té encantada de Omori en 1830. Era una casa de té decorada con esculturas de fantasmas que era considerada como una obra de arte y no como un misemono en sí, pero en poco tiempo adquirió el estatus de una atracción total (es decir, de un misemono), puesto que atrajo la atención de muchos visitantes locales y foráneos, por lo que fue cerrada por las autoridades locales. 

En 1866, un ex-bombero presentó una nueva variedad de kabuki a las audiencias en Edo: en todas las actuaciones se presentaron adolescentes, hombres y mujeres, quienes actuaban sin decir palabra alguna pero moviendo sus labios para hacer como una pantomima del joruri (recitación tradicional japonesa). Esta actividad levantaba ya ciertos cuestionamientos por parte de las autoridades, puesto que abarcaba un área de casi 3700 pies cuadrados y tenía dos pisos para los espectadores. Finalmente, fue cerrada puesto que se convertía en un rival para los teatros autorizados. 

El misemono estuvo libre de sanciones legales durante el periodo Edo, pero muchas veces  eran cerrados, pero no era a causa de alguna transgresión a la ley, sino porque simplemente constituían una amenaza frente a los otros tipos de entretenimiento.

 Vista de carteles de misemono en alguna feria de Japón (imagen tomada de Technical Lure Fishing)
Aunque la época de oro de los misemonos ya acabó, muchos misemonos continuaron con el tiempo, incluso hasta nuestros días, más que nada, como exhibiciones de personas con alguna destreza o habilidad. Sea el lugar o el tiempo, vemos que esa curiosidad innata que los empresarios del entretenimiento querían explotar y obtener buenas ganancias, nos recuerda a la que tenían los estadounidenses y europeos con sus muchas ferias de fenómenos, como la "mujer barbuda", el hombre más fuerte del mundo", entre otros, que seguramente hemos visto en no pocas películas antiguas.

PARA SABER MÁS:
FUENTES:

 

lunes, 21 de octubre de 2013

El "País del Oro" que mi Oba no Conocía (Una Anécdota con Historia)

“No importa, mi oba sabe por qué lo hago”. Fue lo que pensé mientras salía de la joyería. Había vendido unas cadenas de oro que las tenía guardadas desde hace varios años en mi joyero. Me las regaló mi mamá cuando viajé a Japón hace una década atrás, diciéndome que las recibió de mi oba cuando era joven y que, ahora, eran mías. Así como mi oba, mi mamá quería que las usara en alguna ocasión especial, tal vez en algún matrimonio, o alguna fiesta. Pero, para mí, la ocasión especial ya había llegado y no había una mejor forma que usarlas que ésta. 

En estas últimas semanas tuve un problema con una empresa que se demoró en pagarme (¡un mes de retraso!) por un simple pero negligente descuido. Podía comprender sus disculpas o excusas por la demora, pero mis obligaciones (y pagos) que tenía que hacer, no me lo permitían. Para mí, setiembre no solo fue el mes de la primavera, sino también el mes de los pagos “grandes”. Todo se me había juntado: los impuestos, los gastos de la casa, el tratamiento médico para mi mamá, entre otros. Tenía que cumplir con todas estas obligaciones, pero aún no recibía el dinero. “¿Cómo haré?” fue lo que pensé mientras estaba en el dormitorio, hasta que vi por casualidad mi joyero y me acordé de las cadenas de mi oba. Y así fue como pude resolver este problema. 

Mi oba solía ir a las joyerías para comprar alguna pulsera o anillo de oro para mi mamá o para mis tías. Pensaba que la mejor herencia que podía dejarles era alguna joya de oro, aunque no las usaran mucho y siempre terminaran guardadas en los cajones del clóset. Recuerdo que mi mamá me contaba sobre las veces que mi oba viajaba a Japón para visitar a la familia que aún quedaba en Yonabaru. No solo les llevaba fotos, sino también algún anillo o quizás alguna pulsera con alguna llama o tumi colgado como pequeños dijes, o cualquier otra cosa, pero tenía que ser de oro. 

Mi oba en su fiesta de cumpleaños número 60 (Kanreki)
Mis tías y mi mamá mandaron a confeccionar una pulsera de oro a mi oba, como regalo por sus 60 años de vida en Perú. Curiosamente, una de las tías se lo llevó a Japón (tal vez como "omiyage").
Mi mamá me contaba que sus propios familiares pedían a mi oba que les trajera alguna joya de oro como omiyage, puesto que decían que en Japón el oro era escaso. Realmente, mi oba no tenía ningún problema en satisfacerles ese capricho (o quizás necesidad, porque seguramente querían venderlo para obtener algo de dinero, tan necesario y escaso para el Japón de la postguerra), puesto que mi oba tenía mucha suerte en los negocios en Perú. En fin, eran tiempos de bonanza que nunca conocí, y cada vez que mi mamá me lo contaba, todo parecía un cuento. Si no fuera por las cadenas que me regaló, nunca le hubiese creído… 

Ya cuando salí de la joyería, sentí un poco de tristeza y algo de culpa por haber vendido las cadenas de mi oba, pero me tranquilizaba la idea de que era por una "buena causa" y no para alguna frivolidad. Es algo extraño, porque aunque hayan pasado más de 20 años desde su partida, hasta ahora siento que mi oba me ayuda. Siempre ha sido muy dadivosa con todos, con familiares y amigos, pero sobretodo con mi mamá, a quien le ayudaba a mantenernos sobretodo cuando mi papá ya no podía trabajar más. ¡Qué épocas aquellas! Eran las épocas en donde mi oba era como la "mamá de todos" y se preocupaba por todos, ayudándonos a resolver cualquier problema (o apuro) que tuviéramos. Hasta mi oba pensaba en la familia que dejó en Okinawa y les regalaba algún anillo o pulsera de oro, porque según ella, “el oro era escaso en Japón y había que llevarles algo que allá no hay”. 

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Kinkakuji (Imagen Tomada de Rainbowsocks)
Pero, ¿realmente el oro era escaso en Japón? Desde que era pequeña, siempre he visto en mi casa varios tazones, ohashi (palillos para comer) y hasta fuentes laqueadas que mi oba trajo de Japón o que compraba por encargo en el Mercado Central y que estaban decoradas con flores doradas que parecían oro puro. También recuerdo las fotos de las revistas en donde salían varios templos japoneses, como el Kikankuji o el Toshogo, cuyas paredes están cubiertas de oro. O quizás, las imágenes de finos platos de cerámica reparados con oro mediante la antigua técnica del Kintsugi. O sobre el Buda de Nara, que originariamente estaba cubierto con hojas de oro. O las monedas antiguas de oro japonesas. En fin, pareciera que el oro fuera “conocido” en Japón desde tiempos antiguos y no era tan escaso, como así contaba mi oba. De lo contario, ¿por qué parecía que el oro tuviera cierto protagonismo en la vida diaria de Japón, si realmente era escaso? 
Imagen tomada de Salarm Yuka
Taza Sobachoko reparada con la técnica de Kintsugi
Parece que realmente no era tan escaso, y más bien, existió una "fiebre del oro" en Japón que mi oba pasaba por alto. Si bien en tiempos modernos el oro ya es un metal escaso, en el Japón medieval era todo lo contrario. Por la época de Marco Polo, se corrieron rumores de un “país del oro”, en donde "había oro en grandísima abundancia”. Y aunque pareciera que se estuviera refiriendo al Perú con su Imperio de los Incas, se refería, más bien, a un imperio del otro lado del Pacífico, que era Cipango (como antiguamente se llamaba a Japón). Y así como pasó con el Imperio Incaico, la duración de este “boom aurífero” en Japón fue lo suficientemente efímera como para atraer la atención de los comerciantes europeos. Parece que mi oba, no había escuchado del "País del Oro", o por lo menos, de la "época de oro" de Japón. 

La historia del oro en Japón comienza en el año 749 cuando se descubrió oro en los ríos de Oshu (actual prefectura de Iwate). En ese mismo año, se extrajeron 38 kg de oro de esta misma región que fueron llevados a Nara para terminar de cubrir al Gran Buda que se estaba construyendo. Para el año 752, la gran estatua de más de 15 metros de alto ya estaba terminada y llevaba encima aproximadamente 439 kg de oro procedente de Oshu. A pesar de las grandes cantidades de oro que se extrajeron solamente para cubrir al Buda, aún quedaba oro en Oshu. Incluso con una producción ya mermada (de solo 22 kg por año), se seguía enviando oro a la antigua capital (Nara). 

El shogunato de Tokugawa no solo usó el oro para cubrir la gran estatua, sino también para pagar la estadía de los estudiantes o legaciones que enviaba a China mayormente por estudios. Por ejemplo, se constata que el embajador y su asistente recibieron cerca de 7.5 kg y 5.6 kg de oro, respectivamente, para pagar sus viáticos. 

Ya para el siglo XVII, la producción de oro en Japón alcanzó su máximo esplendor, así como sus técnicas de extracción. Durante el período de Tokugawa se importó desde Corea la técnica del refinado de oro y plata denominada “Haifuki-hō” 灰吹法 (copelación), en donde se fundía el mineral con el plomo. Pero fue desplazada por otra técnica que fue traída de España y que era más práctica y rentable, puesto que solo tomaba la décima parte del tiempo del Haifuki-hō y su producción era diez veces mayor. Era la técnica del amalgama, en donde se utilizaba mercurio para refinar el oro y la plata. 

No solo habían minas de oro, sino también de plata, como la mina de plata de Iwami (Kagoshima), de Ikuno (Hyogo), la de oro de Sado (Kagoshima), entre otras; por las que el shogun Tokugawa deseaba controlar, sobretodo, a aquellas minas que tenían una mayor producción. Pensando no solo en la producción, sino en una extracción más eficaz de estos recursos, Tokugawa solicitó mineros españoles al Rey Felipe III de España, a través de Don Rodrigo de Vivero (por coincidencias de la vida, España era la indicada, puesto que ya tenía una "larga experiencia" en la explotación de metales preciosos como el oro; sino, recordemos al Virreinato del Perú). 

Rodrigo de Vivero, quien era gobernador de las Islas Filipinas, llegó a Japón, literalmente, por accidente. Cuando viajaba hacia Nueva España (México) desde Filipinas, le sorprendió una gran tormenta que lo obligó a naufragar cerca de las costas japonesas en 1609. Fue recibido por Tokugawa Ieyasu, el gobernador de facto de Japón, quien se mostró muy amable ante Vivero. Tokugawa conocía de los grandes territorios que poseía el rey español y, aprovechando la situación, sabía que le resultaría beneficioso mantener relaciones comerciales con España, por lo que llega a ciertos acuerdos con Vivero. Así es como nace el primer tratado comercial entre España y Japón. 

Entre estos acuerdos, Tokugawa requirió el envío de 200 técnicos mineros españoles a Japón. En aquella época, habían varias minas que estaban bajo el poder de varios señores feudales o damyos. Pero con la llegada de estos técnicos españoles, el panorama cambió. Ahora, estos damyo no podían manejarlas libremente, sino que tenían que tenían que llegar a acuerdos con estos recién llegados. Pero, en el caso de nuevas minas que fueran descubiertas por estos técnicos en Japón, la producción sería repartida de esta manera: la mitad para los españoles; un cuarto para Tokugawa y otra parte para el rey Felipe III. También se acordó sobre los costos del mercurio, que sería traído por los españoles pero correría a cuenta de los japoneses. Y como toda conquista (o semi-conquista) iba de la mano con la religión, se permitiría la presencia de sacerdotes españoles en Japón, para las necesidades religiosas de los técnicos españoles. 
A su vez, Japón se comprometía a fomentar lazos de amistad entre España y Japón y a expulsar a los holandeses que residían en el archipiélago, aunque este último punto no fue del agrado de los japoneses, puesto que su deseo era tener el contacto con un mayor número de mercados europeos. 

La producción de oro en Japón habría sido tan grande, que se dice que Tokugawa Ieyasu pudo ser la persona más rica del mundo, puesto que "según los catálogos que se conservan sobre las propiedades de la familia Tokugawa, se custodiaba la cantidad de 2.000.000 ryō en el castillo de Sumpu y de 4.000.000 ryō en el castillo de Edo. En total, son 6.000.000 ryō que equivalen a 2.100.000.000.000 yenes". Y además, aún "se conservan 300 bloques de oro pertenecientes a Tokugawa Ieyasu en el Banco Japonés Central, en Tokio"(*). 

Aunque la producción del oro comenzó desde tiempos antiguos a una escala pequeña, fue recién en la época medieval en donde alcanzó su máximo esplendor, coincidentemente en una época en donde las potencias europeas buscaban nuevas colonias de dónde podían intercambiar (o extraer) recursos naturales, sobretodo, metales preciosos como el oro y la plata. 

¿Y por qué Japón no fue colonizado, al igual que Perú, que era otro de los grandes imperios conocidos por su gran riqueza aurífera? Simplemente podemos resumirla en dos palabras: "unión" y "tolerancia". 

Cuando Francisco Pizarro llegó al Perú en 1532, encontró a una sociedad totalmente fragmentada por una guerra civil. Había llegado justo en el momento en que se disputaban el trono del Imperio entre Atahualpa y Huáscar, ante el fallecimiento de su padre, el inca Huayna Cápac. En medio de esta guerra, se percibía el descontento de las grandes mayorías, quienes ya estaban cansados de la larga dominación inca y vieron en los españoles a los aliados perfectos que les ayudarían a deshacerse de sus aparentes "opresores". Ante esta sociedad ya desmoronada y fragmentada y sin jefe de por medio, el conquistador pudo “fácilmente” dominar al conquistado. 

Y en el otro lado del mundo, un caso casi similar pasaba en Japón, en donde se libraba una guerra civil entre los diferentes daimyos cuando ingresaron los primeros europeos, los portugueses y españoles. Era una lucha que aspiraba la unificación de Japón, que por aquella época estaba dividida en varios feudos. Finalmente, los llamados "unificadores de Japón": Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, logran la pacificación y unificación del archipiélago japonés. 

Bajo una política represiva, se adoptaron varias medidas para prevenir posibles revueltas entre la gente descontenta por el poder y opresión de los shogunes. Toyotomi Hideyoshi, por ejemplo, conquistó a los pueblos que estuvieran en contra de él y ordenó confiscar armas a todos los campesinos en 1588. De esta forma, logró la pacificación interna de Japón y una mayor estabilidad social, una característica básica pero decisiva para repeler posibles ataques o invasiones por parte de alguna potencia extranjera. 

Y como toda conquista iba de la mano con la religión, el factor decisivo para desatar la ira y despertar aún más la codicia de los españoles fue el rechazo de la fe católica por parte de Atahualpa, la autoridad máxima del Imperio. Una religión impuesta, una invasión segura. 

La milimétrica intolerancia religiosa de los españoles contrastaba con la "aparente" tolerancia que sí mostraban algunos shogunes o daimyos hacia la fé católica. Algunos shogunes, como Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, aceptaron la fé católica, no por simple conversión religiosa, sino por su interés por acercarse más a aquellos europeos que les permitirían acceder a nuevos mercados internacionales y que, además, traían armas de fuego y nueva tecnología, con las cuales podrían dominar a los otros feudos o damyos.

A diferencia del Imperio Incaico, en donde la fé católica fue impuesta a la fuerza, sin mayores explicaciones, Japón tuvo una exposición menos traumática a la religión católica. 
Los primeros jesuitas que llegaron a Japón en 1549, respetaron la cultura e idiosincracia local (a diferencia de Valverde, el fray agustiniano que impuso la fé católica a Atahualpa), concluyendo que la evangelización tendría éxito si estos "conquistadores" de la fé" aprendían la cultura, costumbres e idioma local, es decir, ellos confiaban en que su empatía lograría la conversión de aquellos japoneses. Fue un proceso lento, y sobretodo, menos violento que en el caso incaico.

Y como la religión siempre ha sido la excusa de toda conquista, Japón no podía escaparse de la ambición europea, pero parece que una posible invasión a Japón solo quedaba en sueños de algunos pocos. Aparentemente, Japón aceptaba fé católica, pero no podía disimularlo por mucho tiempo. Llegó a desconfiar, en cierto modo, de estas misiones religiosas, puesto que pensaba que eran parte de una estrategia para colonizarlos posteriormente, por lo que las autoridades japonesas decidieron expulsar a todos los extranjeros de Japón durante la época del Sakoku o periodo de aislamiento (siglos XVII - XIX), para salvaguardar su seguridad nacional.

También, se puede pensar que esta colonización nunca podía darse, de la misma forma que se dió en el Perú, puesto que Japón mantenía relaciones comerciales con varios países asiáticos y europeos, que podían "defenderlos" de una posible agresión por parte de la potencia enemiga.

En fin, la historia es larga y corto es el espacio para contarla. Pero quería compartirles acerca del otro "País del Oro" que los europeos tanto hablaban desde tiempos antiguos (y que mi oba aparentemente desconocía o se había olvidado). Parece que recordamos más la crueldad que puede resultar una invasión, porque generalmente asociamos el “País del Oro” y los españoles con el “Imperio de los Incas” y no nos acordamos de ese pasado "dorado" que tuvo Japón y que parece que pasó imperceptible para muchos. A veces, llegamos a olvidar, incluso, lo que aprendimos en el colegio, como las historias de los viajes de Colón y su búsqueda por llegar a la Asia de las riquezas y del "País del Oro" que tanto se hablaba en la época, y que era nada más y nada menos que Japón.

A veces pensamos que Japón es un país completamente distinto, sobretodo en los tiempos antiguos, pero también tuvo su propio sueño dorado, así como el Perú y su imperio incaico. Fue como un sueño un tanto efímero pero lo suficiente duradero como para construir la leyenda de Cipango, el “País del Oro” de Asia.

(*) Extracto de TAKIZAWA, OSAMI. Japón: País del Oro. Archivo de la Frontera.
tumi= cuchillo ceremonial  representativo de las culturas Moche, Chimú e Inca del Perú.
omiyage= recuerdo de viaje en japonés
 

lunes, 14 de octubre de 2013

La "Verdadera" Protagonista era mi Oba (A propósito de la Exposición de Nomura Ryu Ongaku Kyokai Perú Shibu)

Hace unos días me pasaron la voz acerca de una foto de mi oba que se exhibía en el Museo de la Inmigración Japonesa al Perú. "¡Qué raro!, no sabía que mi oba hubiese prestado o regalado alguna foto a alguien, ni mucho menos al museo", fue lo primero que pensé al enterarme. "Tengo que ir uno de estos días a ver si es verdad". Y "uno de estos días" fue justamente el día de hoy. Había llevado a mi perrita a la veterinaria y como no me gusta dejarla tanto tiempo sola, quise esperar cerca del lugar hasta que terminen de bañarla. Así que decidí hacer tiempo por los alrededores hasta que sea la hora de recogerla. Fui a hacer algunas compras para la casa y ya estando a punto de ingresar a la veterinaria, pensé "¿y por qué no?". Me dí media vuelta y fui al museo (felizmente que la APJ estaba a un paso).

Al subir los escalones rumbo al museo, sentí una mezcla entre nostalgia y deja vú que me transportó, por pocos segundos, a aquellos años en que tenía que levantarme temprano y llegar a las 9 a.m. al museo para trabajar como guía. Después de una renuncia casi intempestiva, me prometí que nunca más iba a volver a ese lugar, pero aquella curiosidad que tenía por saber si realmente esa era una foto de mi oba, fue más fuerte que aquella promesa que, al parecer, fue hecha para romper.

Ni bien entré al museo, decidí ir al fondo, al lugar destinado a las exposiciones temporales. "¿Dónde estará?" Busqué por varios minutos, rápidamente, hasta que la encontré. La foto en cuestión muestra al grupo Nomura Ryu Ongaku Kyokai Perú Shibu en plena performance de noviembre de 1959. Pero, realmente, la "verdadera" protagonista era mi oba, Tsuru, quien celebraba sus 60 años en la tradicional fiesta japonesa denominada Kanreki y que lo celebró a lo grande en compañía de la familia, amigos y conocidos, en donde no podía faltar un opíparo banquete y música tradicional japonesa a cargo de Nomura Ryu Ongaku Kyokai Perú Shibu. En la foto, aparece mi oba Tsuru, quien disimuladamente posaba detrás de todos, en compañía de una de sus hijas (tía Shizuko) su yerno, Sokko Gibu y varias otras personas, desconocidas para mí. 
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Como la memoria es frágil, ya mi mamá no se acuerda casi nada de la foto (y ya no está ni mi tía ni mi tío para explicarme algo más de esa foto), por lo que en todos estos años estuve tratando de re-armar la historia que había detrás de cada una de las fotos que aún guardamos en casa. 
Para mí, esta foto siempre ha sido la "foto del cumpleaños de mi oba", pero ahora, que ya sé un poco más, sé que esta foto, ya no solo es una foto de mi oba, mi tía y mi tío y "unos cuantos desconocidos" en su fiesta, sino que es una foto que también retrata a esos "cuantos desconocidos" que eran nada más y nada menos que integrantes de un grupo representativo de música tradicional japonesa en el Perú, Nomura Ryu Ongaku Kyokai Perú Shibu.

¿Cómo es la vida, no? en las formas menos pensadas, uno puede re-construir su propia historia familiar, casi al azar. A mí me pasó con esta foto que guardo entre los álbumes familiares y cuya copia la encontré entre un collage de fotos dentro de una exposición de un museo que es "especial" para mí, puesto que es el museo en donde había trabajado hace varios años atrás y que pensé que nunca más iba a volver a visitarlo.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Un pequeño recuerdo: La Foto Perdida de Papá

No me gusta tomarme fotos y muy raras veces me gusta poner fotos mías en el Facebook, pero hace un par de meses atrás necesitaba una foto mía para un proyecto del Discover Nikkei, en donde escribí una historia sobre mi oba y la acompañé con algunas fotografías de ella y una mía. 

Realmente no soy fotogénica y por eso no me gusta tomarme fotos. Cuando me dicen que van a tomar una foto y tenemos que sonreír, yo “siento” que lo hago, pero al final me veo horrible y las veces que no sonrío, la gente me pregunta que por qué salgo molesta en la foto. Para evitar todo eso, simplemente prefiero no tomarme fotos y asunto arreglado. Pero como tenía que enviar una foto mía, encontré una en donde salía sonriendo (creo que las pocas en donde sonrío y sale bien). La edité para quitar a las personas que salían junto conmigo en la foto y la envié. 

Tenía otras fotos “más elaboradas”, es decir maquillada y tomadas en estudio, pero como dicen, las fotos espontáneas son las mejores fotos.

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La primera purikura que me tomé en Japón junto con mis primos paternos.
Curiosamente, todos éramos los últimos hijos de nuestras familias que durante un tiempo vivíamos en una misma casa.
Era una foto que me tomé hace casi unos 10 años atrás en Japón y en donde aparecía junto con unos primos. Recuerdo que habíamos ido a pasear de noche y nos metimos a esas tiendas donde sacan las purikura (fotos pequeñas como calcomanías que pueden ser adornadas con estrellas, corazones o letras). Nos metimos los cuatro en una cabina y no sabíamos cómo acomodarnos porque el espacio era bastante pequeño. Nos demoramos tanto en acomodarnos y hacer nuestra mejor pose que, al final, el tiempo nos ganó y la máquina se disparó por sí sola. Después de unos pocos segundos, salió la tira con las cuatro fotos y felizmente que salimos bien a la primera toma. Cada uno conservó una purikura y hasta ahora, tengo la mía, ya que fue la primera que me tomé en Japón.

Ya cuando terminé de escanear la foto para enviar a Discover Nikkei, la puse dentro del álbum de donde la había sacado. Y como la nostalgia no perdona a nadie, me puse a hojear las otras fotos que tenía, retrocediendo a mis épocas de la universidad, del colegio y de mi infancia. Cada vez que retrocedía más en el tiempo, disminuía la cantidad de fotos. 10 de la universidad, 6 fotos del colegio, otras 4 cuando estaba en el kinder y apenas 2 cuando tenía menos de 2 años. 

Me di cuenta que tengo poquísimas fotos, que apenas cubrían algunas hojas del álbum. Siempre me he preguntado por qué tengo tan pocas fotos de cuando era pequeña. Recuerdo que siempre le preguntaba a mi mamá que por qué no tengo tantas fotos de pequeña como tiene mi hermano mayor, o por lo menos, por qué no tengo ni una foto junto con mi oba o mi papá. Y siempre me respondía que era porque estaba la tienda

Era como si la tienda, aquél negocio familiar que teníamos, fuera el causante de mis prejuicios infantiles, muy comunes en los niños, en donde siempre le decía a mi mamá que "nadie quería tomarse fotos conmigo o siquiera, tomarme fotos porque no me querían". Pero ya cuando crecí, fui comprendiendo que estaba equivocada. 

Desde que nací mi papá ya estaba enfermo, y lo único que recuerdo era verlo acostado sobre su cama, o descansando en la sala y pidiéndonos que no hagamos tanto ruido mientras jugábamos, y algunas que otras veces, llevándome de la mano para ir a la tienda. Y como ya él no podía trabajar en la tienda, mi mamá tenía que reemplazarlo, pasando la mayor parte del tiempo trabajando. Así que creo que no habían muchas ganas (ni el tiempo) para pensar en tomarnos alguna foto familiar. Por aquellas épocas, no existían las cámaras digitales que convertían a cualquiera en un fotógrafo de turno para alguna foto del momento, todo era con rollos de 24 ó 36 y que eran llevados al estudio para revelarlas después de un par de días de espera. Así, que realmente, no había tiempo para eso. Pero, había una foto en donde aparecemos los cinco: mi papá, mi mamá y mis dos hermanos mayores junto conmigo. La única foto que hubiera tenido en donde aparezco junto con mi papá pero que no sabemos donde está. 

En casi todas las fotos de pequeña, aparezco cogiendo algún objeto que mi mamá me daba para evitar que llore mientras me tomaba la foto
Antes, vivíamos por el centro de Lima, a pocas cuadras de la Av. Colonial. Recuerdo que por esa avenida había un estudio fotográfico de un nisei cuyo nombre no recuerdo y que solía tomarnos las pocas fotos que tenemos y que hasta ahora conservamos. Recuerdo que antes de entrar a su estudio, teníamos que pasar por el mostrador y en donde vendía álbumes para fotos con las típicas hojas ya engomadas de antaño y celofán encima y muchas cajitas amarillas con rollos fotográficos. Su estudio estaba lleno de luces cubiertas con sombrillas y cámaras antiguas con trípode, y recuerdo que mi mamá me colocaba delante de unas cortinas como fondo y esperaba al costado del fotógrafo, pidiéndome en todo momento que sonría, pero al final terminaba asustándome de las luces y terminaba llorando. Para que me calme, mi mamá me daba algunos juguetitos para que lo sostenga y no tuviera miedo o me prometía que me iba a comprar algún dulce y automáticamente, dejaba de llorar.

Y como la memoria es frágil, pero el instinto no, recuerdo vagamente, como pequeños flashbacks, que nos tomaron una foto junto con mi papá, que creo que era ya la última para él. El fotógrafo nos dijo que quería tomarnos una foto familiar y que quería colocarlo como una de esas fotos-modelo que exhibía en su tienda, como una forma de publicidad. Aceptamos pero nunca reclamamos una copia ni siquiera vimos aquella foto exhibiéndose en su estudio. No le dimos mucha importancia hasta cuando falleció mi papá. Recién, nos acordamos de aquella foto y mi mamá quería conservarlo como el último recuerdo que tenía de él, pero la foto ya no estaba. El fotógrafo se había mudado y el actual dueño no sabía adónde se había ido ni tampoco sabía de la existencia de aquella foto. 

Sin el nombre ni dirección, ¿cómo se puede saber el paradero de una foto? En fin, esa es una foto ya perdida. Prefiero creer que nunca nos la hemos tomado. Si bien los mejores recuerdos son aquellos que uno guarda bien dentro de la memoria, una foto de alguien de quien no he conocido muy bien, como fue mi papá, habría sido muy valiosa para mí. Hubiera sido como una foto de despedida, aunque felizmente todavía conservo algunos recuerdos en mi memoria sobre él, aunque sea en forma de pequeños  flashbacks.


LA SANBASAN (PARTERA) "MÁS FAMOSA" EN LA LIMA DE LA PREGUERRA: LA SANBASAN TOKESHI

La foto que muestro fue tomada el 27 de febrero de 1930.  Es una vista del patio de Lima Nikko en una ocasión especial.  En ese día, hubo un...