miércoles, 6 de marzo de 2019

En la época de guerra: camotes en Okinawa y en el Perú, tortilla con cebollita china


En la época de guerra (la segunda guerra mundial), los camotes eran uno de los alimentos básicos de los okinawenses. Y en el Perú, la tortilla con negi (cebollita china) era uno de los platillos recurrentes en las mesas de las familias nikkei.

Fue una época difícil y más aún, si la familia era numerosa y con muchos hijos. 
Pero como el ingenio de las mamás nunca falla, seguramente en una cocina nikkei nació este platillo tan simple pero nutritivo.

Mi mamá solía prepararme tortilla con negi para desayunar y para llevar al colegio. 
La época de guerra ya había terminado hace décadas, pero la época en donde yo nací fue casi tan difícil como la de mi mamá en la guerra. Eran mediados de los años 80. 

Tortilla con negi y leche de soya casera eran algunos de los "sustitutos" de la leche que mi mamá preparaba en casa por aquellos años. Se levantaba muy temprano, para que le alcanzara el tiempo para preparar todo. "Come todo, tiene bastante calcio", siempre decía.

Yo no me quejaba. Realmente, mi mamá sabía cómo prepararlos. Todo estaba muy rico, sobretodo la tortilla con negi.

"Cuando estaba chiquita, mi mamá preparaba tortilla con negi. Con un solo huevo y bastante negi, ya el gohan estaba listo." Eran los años 40, en plena época de guerra. 
Mi mamá recordaba muy poco (o quizás no quería recordar). Recuerdo que siempre me decía: "Come todo, tiene bastante calcio".

Y hoy que fui al supermercado, se me antojó comer pejerrey frito. No encontré, pero encontré algo mejor. Compré cebollita china y la preparé en tortilla, tal y como lo hacía mi mamá. 

En estas épocas de fast-food y comida gourmet, la comida casera y sobretodo, la que nuestras mamás preparaban con cariño y harto ingenio en épocas difíciles, son las que tienen más sabor. Sabor a nostalgia y hogar.
Como la tortilla con negi, que fue uno de los platillos infaltables en muchas mesas nikkei en la época de guerra en el Perú.

La imagen que comparto es la tortilla con negi que preparé. La acompañé con una ensalada de espinacas, queso fresco y jamonada.

(Post originalmente publicado en el Facebook de Jiritsu el 21 de noviembre de 2016).

sábado, 2 de marzo de 2019

No habrán sido los pioneros, pero sí los mejores (los antiguos emolienteros y raspadilleros japoneses en el Perú)

(Recordando a los emolienteros y raspadilleros japoneses, aquellos "ambulantes" de la Lima de antaño).

Cuando llegaron los primeros inmigrantes al Perú, muchos de ellos no culminaron su contrato de trabajo en las haciendas y se fugaron. 
Otros, en cambio, terminaron su contrato de trabajo y con dinero en mano, decidieron abrir sus propios negocios en Lima.

Realmente, la vida era difícil. En un país con costumbres e idioma desconocido, ¿de qué iban a vivir? 
Pero como dice el dicho “cuando el hambre aprieta…”, no hay nada mejor que el ingenio y las ganas de trabajar.

Algunos inmigrantes japoneses tuvieron que trabajar duro y comenzar desde abajo, incluso, como vendedores ambulantes (conocidos comúnmente como "ambulantes").
Algunos afirman que los primeros vendedores de raspadillas y melcocha en Lima fueron japoneses.[1][2]
Antes de la imagen del raspadillero japonés, estaba el heladero local, según Pedro Benvenuttto Murrieta en su libro “Quince plazuelas, una alameda y un callejón” (1932):
“[…] El antiguo tipo del heladero –cholo coronguino, hirsuto borrado y bastante irascible que con su cubo de madera y su paleta o espátula de lata vendía helados de lúcuma, de piña y de leche, aturdiendo al vecindario con sus gritos- ha sido substituido por un japonés amable y siempre sonriente que vende helados de raspadilla. 
Para hacerlos emplea una máquina especie de cepillo o «torito» que en vez de cepillar madera y obtener virutas, cepilla un trozo de hielo sacando raspas de él, las cuales prensadas en un vaso y teñidas por un jarabe más o menos coloreado y auténtico constituyen la raspadilla.[…]”[3]

Parece que los clientes preferían al raspadillero japonés por su forma de atenderlos, (además de ser considerados como los pioneros en la venta de raspadillas en Lima).
Como así lo menciona Manuel Beingolea (narrador peruano, 1881-1953): «la raspadilla japonesa que muy lindas bocas succionan», en un recuerdo que data incluso de 1910.
Pero por más que eran los "favoritos" en el rubro, los ambulantes japoneses no se dormían en sus laureles.
Si bien la venta de raspadilla era un negocio redondo en la época de calor, no sucedería lo mismo en el invierno. 
Tenían que adaptarse al gusto del cliente y también, a las estaciones.

Un emoliente caliente en pleno invierno no es nada despreciable, y menos, en esas épocas. 
Si bien los japoneses no fueron los pioneros en vender emoliente en carretillas, sí fueron los mejores, según así lo recuerdan algunos, como Andrés Herrera Cornejo (en “ Estampas costumbristas de Lima de 1934 a 1937”):

“[…]No fueron los japoneses quienes comenzaron con la venta de emoliente, sino los provincianos radicados en la capital, allá por el año 1900, quienes en busca de un trabajo digno e independiente, sacaron a la venta este preparado de hierbas. 
Así apareció un buen día en una de las principales calles de la ciudad, y a altas horas de la noche, el emolientero con su mandil blanco, acompañado de su carretilla con botellas de diversos colores. 
En el frío de la noche, y con los restaurantes y cafés cerrados, aparecieron salvadores los vasos de emoliente para calentar el cuerpo. […] Algunos japoneses, contagiados del furor causado por esta novedad, deciden dedicarse a esta actividad, mejorando el sabor del líquido, siendo por ello preferidos por los clientes. Su presencia en las calles fue corta, sólo se recuerda haberlos visto un par de décadas, generalmente a la salida de los cines del barrio, como en el antiguo Teatro Lima[…]”.[4]

¿Ya vieron? Como les dije anteriormente, “no hay nada mejor que el ingenio y las ganas de trabajar” para salir adelante.
FUENTE: Nippi Shimpo (Lima, 1924)
Muchos coinciden en que los comerciantes japoneses fueron exitosos en su mayoría y muchos negocios aún son recordados como parte de la historia de la Lima de antaño, especialmente los de comida.
Y parece que los comerciantes japoneses “informales” (léase “ambulantes”) no fueron ajenos a esta suerte. 
Aunque hayan pasado los años, aún sobrevive en la memoria (y en los libros) la imagen de los raspadilleros, melcocheros y emolienteros japoneses (sin dejar de mencionar a los maniceros, vendedores de choncholí, anticuchos, etc.)

La imagen que comparto corresponde a uno de los negocios de los hermanos Sewo, oriundos de Hiroshima Ken. Tenían 3 negocios, uno en La Victoria (Av. De Santa Teresa) y los otros dos, en el Centro de Lima (Calle de Nazarenas, Baratillo y Virú).
En ella podemos observar un letrero "Higiénica Refrescos" (lado izquierdo).

Me da la impresión que es un toldo de lo que podría ser un carrito ambulante o módulo de venta de aquellas épocas, como aquellos en los que se habrían vendido las raspadillas, emolientes, melcochas, entre otros.
"[...]Recuerdo que durante el verano, las mismas carretillas eran usadas para la venta de refrescos de piña y raspadillas con miel de frutas, cargando los inmensos bloques de hielo.[...]"[4]


FUENTES:

[1] MOROMISATO, Doris. Okinawa: un siglo en el Perú. Lima: Ediciones OKP, 2006. Pág. 104. 
[2] THORNDIKE, Guillermo. Los imperios del sol: una historia de los japoneses en el Perú. Lima: Brasa. 1996. Pág. 20.


[3] BENVENUTTO MURRIETA, Pedro Manuel. Quince plazuelas, una alameda y un callejón. Imp. y lit. T. Scheuch, 1932. Pág. 265.


[4] HERRERA CORNEJO, H. Andrés. Estampas costumbristas de Lima de 1934 a 1937. I nstituto Fotográfico Eugenio Courret, 2003. Pág. 


IMAGEN TOMADA DE:
Álbum Gráfico e informativo de Perú y Bolivia. Lima: Nippi Shimpo. 1924. Pág. 233.

(Post originalmente publicado en el Facebook de Jiritsu el 15 de setiembre de 2015)

"Présteme su baño" (recordando a los antiguos baños públicos de Lima)

FUENTE: Nippi Shimpo (Lima, 1924).

¿Quién no ha escuchado (o dicho) alguna vez "présteme su baño"? Más que nada usamos los baños públicos para retocarnos el maquillaje, lavarnos las manos y, naturalmente, para “eliminar aquello que ya nuestro cuerpo no necesita" (por decirlo más eufemísticamente). 


Pero, hasta hace unos 60 años, por ejemplo, era común ver en Lima baños públicos, aquellos que brindaban baños tibios (o fríos) para que la gente pueda asearse o darse un baño. 

La razón por la que existieron los baños públicos era porque “[…]Lima, a fines del siglo XIX, era una ciudad sin agua potable, ni sistemas de alcantarillado, con canales y acequias coloniales. A fines del siglo XIX, existían en Lima algunos establecimientos de baños públicos[…]”[1], como los baños de Piedra Liza o los baños de Otero, ambos en el Rímac o las riberas del río Rímac (cerca del puente Balta) o la acequia del Martinete de lo que ahora es el jirón Huánuco. 

Con el paso del tiempo y la modernidad, aumentó la población en Lima que vivía entre animales domésticos (aves de corral, caballos, perros, etc.) y precarios sistemas de desagüe[2]. 

Con este panorama ya nos imaginaremos la facilidad con que la Lima antigua ha sido presa fácil de todo tipo de epidemias, causadas, más que nada, por las pésimas condiciones sanitarias en Lima. 

Un claro ejemplo de la precariedad en los servicios higiénicos en la Lima de finales del siglo XIX, la podemos ver en un aviso publicado en el diario El Comercio de 1861, en donde “[…]una empresa privada anunciaba su original servicio de "aparatos abrónicos (...) destinados a recibir las materias fecales", los cuales eran recogidos por su personal dos veces por semana".[…][3]

Pero a partir de 1868, este panorama empieza a cambiar.
Se efectúan mejoras en el sistema de desagües públicos y a partir de la década de 1890, las epidemias en Lima ya no eran tan frecuentes.[2] 
Bueno, eso era lo primordial para una ciudad que ya estaba modernizándose, pero faltaba algo más: la gente tenía que cambiar también sus costumbres, sobretodo aquellas relacionadas con la higiene y el aseo. 

Al parecer, los baños no eran muy frecuentes, como se puede deducir implícitamente de lo que decía a mediados del siglo XIX, Manuel Anastasio Fuentes (autor del libro “Lima: Apuntes Históricos, Descriptivos, Estadísticos y de Costumbres”de 1867), quien recomendaba: “[…]para las personas adultas, hombres y mujeres, hacer uso de “los baños lo más continuamente que sea posible; como término conveniente debe usarse un baño cada quince días, y cada ocho en las estaciones medias. En estas dos estaciones, son preferibles los baños tomados en el propio dormitorio (…) En el estío no tiene inconveniente alguno el bañarse dos o tres veces por semana, en agua fría (pero) que la inmersión no pase de quince minutos” (Fuentes, 1859).[…]” [3, pág.85]. 

Pero, ¿realmente la gente no se bañaba con frecuencia? Bueno, lo que sí podemos afirmar es que por aquella época, pocas casas eran las privilegiadas con tener un ambiente adecuado para el aseo. Habían muchas razones para ello: Lima contaba con agua potable recién a partir de 1856 y un año después, se comenzó a instalar cañerías en las casas. Y hasta 1872, pocas familias podían darse el lujo de importar tinas de mármol. Antiguamente, las tinas eran hechas en madera y eran llenadas con el agua de las acequias, lo que era un método poco higiénico [3].

Ante esta situación, una opción era recurrir a los baños públicos. Ya para 1850, por ejemplo, había en Lima 5 baños calientes y 15 baños pequeños y para pobres.[3]
Pero su existencia data de mucho tiempo atrás. Se dice que desde la época colonial han existido los baños públicos, los mismos que atendían en diferentes turnos a los hombres y a las mujeres, por cuestiones de moralidad (los hombres iban por las mañanas y las mujeres, por las tardes). También, se dice que se reservaban los mejores recintos para los blancos y otro, solo para los negros.[3]
Sobre la forma de bañarse, “[…]según Witt, los hombres solían hacerlo desnudos, aunque en la fecha en que escribían (1843), al parecer este hábito empezaba a abandonarse y la mayoría de bañistas usaban pantalones cortos.[…]” [3]

Pero en general, los baños eran utilizados por toda clase de gente, independientemente de su condición social, como así lo grafica un aviso publicado en el Mercurio Peruano de 1829, “[…]en donde se ofrecían suscripciones por toda la temporada, pudiendo las personas ir acompañados, pues "los niños y criados (van) de gratis (10 de septiembre de 1829) [...]". Y en un aviso de El Comercio del 6 de agosto de 1845, una elegante posada destinada principalmente a los extranjeros (el aviso está escrito en español, inglés y francés), ofrecía baños tibios y de vapor, tiro de pistola, billas, y un servicio de cafetería que incluía licores. […]” [3]

Y ¿cómo lucía un baño público de la Lima de aquellas épocas? Hay una descripción que nos da Fuentes sobre el baño de Puquio o de la Piedra Lisa y con la cual nos podemos imaginar: “En Lima hay varios establecimientos de baños públicos fríos y tibios, pero no merecen especial atención, en cuanto a los primeros, sino los llamados del Puquio o de la Piedra Lisa. Están situados al final de la alameda de Acho, atravesando la plazuela que esta forma frente a la puerta principal del circo, y toda la calle de árboles que sigue a esa plazuela. 

El edificio tiene una vista alegre y agradable; a la izquierda están situados 26 cuartos, dentro de cada uno de los cuales hay hermosos estanques de agua pura y cristalina.
La primera puerta de ese costado da paso a los baños de lluvia y de chorro, y la última a un baño grande destinado a los hombres; los demás cuartos son para señoras.

A la derecha está la administración de los baños, y en la parte interior hay un café, billar, juego de bochas y un salón rústico para bailes. Se paga por un baño un real, En el verano se establecen en la plaza principal unos ómnibus pequeños que hacen viajes repetido al Puquio exigiéndose solo un real por cada asiento.

Los mejores establecimientos de baños tibios son: el del hotel de Morin, situado en el portal de Escribanos número 128, y el del portal de S. Agustin número 178, cuyo propietario es D. Juan Voirgard. En ambos se encuentran listos los baños á toda hora del día. Por cada baño se paga cuatro reales.”” [4]

Y con esta descripción, comparto una vista de lo que fue el baño "Central" de propiedad de K. Yokota y N. Chiba, que era un baño público de la Lima de la década de los 20 y que se ubicaba en la Calle del Capón No.749 (Lima). Podemos ver una pequeña salita que parece de espera y un largo pasadizo, que conduce quizás a los cuartos de baño.


IMAGEN TOMADA DE:
NIPPI SHIMPO. Álbum Gráfico e Informativo del Perú y Bolivia". Lima. 1924. Pág. 230.


FUENTES:

[1] Blog “Rincón de Historia Peruana” del historiador Juan José Pacheco Ibarra. “El verano de los pobres. Pozas y piscinas de Lima (1880-1935)” 6 de febrero del 2011.

[2] Blog “Rumbo al Bicentenario” de Juan Luis Orrego Penagos. “Enfermedades, epidemias y muerte en Lima, siglo XIX”.

[3] DEL ÁGUILA PERALTA, Alicia. Los velos y las pieles: cuerpo, género y reordenamiento social en el Perú republicano (Lima, 1822-1872). Lima. Instituto de Estudios Peruanos (IEP). 2003. Págs.82-84. 

[4] FUENTES, Manuel Anastasio. Guía histórico-descriptiva administrativa, judicial y de domicilio de Lima. Librería Central, 1860 (pág.s 132-133)



(Post originalmente publicado en el Facebook de Jiritsu el 12 de setiembre de 2014).

LA SANBASAN (PARTERA) "MÁS FAMOSA" EN LA LIMA DE LA PREGUERRA: LA SANBASAN TOKESHI

La foto que muestro fue tomada el 27 de febrero de 1930.  Es una vista del patio de Lima Nikko en una ocasión especial.  En ese día, hubo un...