domingo, 25 de mayo de 2014

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domingo, 11 de mayo de 2014

"Siempre Quise Tener una Mamá Más Joven"

¡Qué tranquilidad se siente en la madrugada! Me gusta levantarme temprano, sea que tenga trabajo o no, porque me da más tiempo “para hacer mis cosas”, como siempre le digo a mi mamá. 
A veces, el trabajo en sí o el de la casa me quita tiempo y a veces no tengo un descanso para mí misma. A veces, tengo que dar prioridades a muchas “cosas”, pensando no solo en mí, sino también en mi mamá. A veces, mejor dicho, me siento como si fuera una mamá. 

El viernes pasado había terminado un trabajo que me mantuvo ocupada (y estresada) en esta semana. Ya desde ese día, en la mañana, estaba haciendo planes para el sábado: ir temprano a la peluquería, ir a pagar los recibos (y formar mi cola de 1 hora de espera o más), limpiar la casa, contestar los emails del blog, entre otros. 
Aparentemente, ya no tenía más espacio en mi “agenda mental”. 

Pero, como dicen, siempre hay imprevistos. Justo el viernes por la noche, mientras mi mamá y yo estábamos paseando a nuestro perro por el parque de la casa, un animal se encargó de estropear mis planes del sábado. Era un “animal” que no tuvo mejor idea que sacar a pasear a su perro sin correa y dejarlo que corra libremente por el parque. 

Me quedé sorprendida al ver a un samoyedo blanco, gigantesco para nosotras, corriendo casi al galope por todo el parque. Corría tan rápido que apenas podíamos imaginarnos lo que iba a suceder dentro de unos pocos segundos. Se abalanzó hacia mi mamá y terminó por pararse sobre sus patas traseras y empujarla hacia el suelo. Mi mamá cayó y recién fue que su "dueño" se acercó a sujetar a su perro. Sobra decir, en palabras, todo el enfado y temor que expresaba en cada uno de mis reclamos hacia el "animal" de su dueño, en donde siempre le enfatizaba la frase muchas veces escuchada “¿por qué no le pones correa a tu perro?”. 

No necesariamente el perro debe ser agresivo para llevar correa o arnés, hasta un samoyedo juguetón y gigantesco puede ser un verdadero peligro (sobretodo para la contextura de mi mamá, que es delgada y pequeña). Esa noche, mi mamá quería descansar. “Mejor, mañana me llevas a la clínica” fue lo que me decía cada vez que le insistía para ir esa misma noche. 

Mi mamá cargando en brazos
a uno de mis hermanos
A la mañana siguiente, la hice ingresar por emergencias. El resultado: fractura de codo con (probable) cirugía. Felizmente, las cosas salieron “bien” (lo que más temía era una fractura de cadera o algún golpe en la cabeza). Pero, en plena emergencia, en pleno trajín de ir y venir, me dí cuenta de algo o, más bien, alguien me hizo acordar una frase que solía decir cuando estaba en el colegio. “Me hubiera gustado que mi mamá fuera más joven”

Yo tengo más de 30 años, pero parece que aparento menos edad de la que tengo. Muchas veces, en el trabajo o en la misma vida diaria, la gente me dice que tengo “veintipico” de años y cuando les digo mi edad real, noto en ellos esa mirada de “¿será verdad?”. Y ayer no fue la excepción. “Ven niña, mejor quédate fuera mientras le tomo la placa”, fue lo que me dijo una enfermera, mientras me sacaba del cuarto de Rayox X. Pero, antes de cerrarme la puerta, me pregunta “¿y cuántos años tienes?” Qué inoportuna. “Tengo más de 30 años. ¿Cómo se le ocurre preguntarme mi edad en estos momentos?”, fue lo único que atiné a decir, puesto que mi preocupación era mayor por mi mamá. 

 “Ah, es que no sabe. No te molestes... ¡qué más quieres! te echa menos años” fue lo que mi mamá me dijo, media bromeando, mientras esperaba a que le tomen las placas. Aún así, mi molestia aún quedaba. Con el pasar de las horas y mientras hacia algunos trámites de aquí a allá, me enviaron al piso de Traumatología. 

Mientras esperaba al médico, pude ver a varias señoras mayores con cabestrillos y con el brazo enyesado acompañados de sus hijos. Se parecían tanto a nosotras. “Se ha caído” fue lo que pude escuchar de una de esas señoras, mientras caminaban a paso raudo hacia el ascensor. Se parecían tanto a mi mamá: delgadas y bajitas, de unos 80 años, nikkei (¿o esto estaría de sobra decirlo?) que se habían fracturado el codo producto de una caída. 
Estaban acompañadas por varios de sus hijos (en algunos casos) y en otros, acompañadas solo por una hija, casi igual como en nuestro caso. Casi igual. 

Y ahí fue que me di cuenta (o que me acordé) de esa frase que solía decir y que ya parecía haber quedado en el olvido “quisiera que mi mamá fuera más joven”. 

Las hijas (o hijos), a los que veía haciendo los trámites, pasaban los 50 años. Y yo, aunque con más de 30, aparentaba mucho menos. Y seguramente por eso me lo preguntó esa enfermera inoportuna y curiosa, quien al final, me hizo recordar esa frase. 
Cuando estaba en el colegio, recuerdo que mis amigas venían acompañados de sus papás o mamás al colegio. No han sido pocas las veces en que he escuchado “¡Qué gusto conocerla! ¿Es su abuelita?” O cuando tenía unos 16 años, me hubiera gustado salir de compras con mi mamá o hacer tantas cosas con ella y compartir esos momentos. Pero, como dicen, “los años pesan y, a veces, la edad no ayuda”. 

Pero todo es cuestión de acostumbrarse. Aprendí a comprarme ropa sola (aunque muchas veces aún llevo a mi mamá, más que nada, para que se distraiga). Aprendí también, a hacerme responsable, a pensar en otras personas (aunque a veces mi carácter no congenia muy bien con la paciencia, que digamos). Aprendí a vivir la vida por mí misma. Al principio me costaba mucho, sobretodo cuando era adolescente. 

Pero como dicen, cuando uno ya es adulto, puede entender mejor las cosas. A veces no es fácil dejar de compararse con otras personas. “Mi amiga puede viajar sin problemas, en cambio yo, tengo que hacerme cargo de la casa”, “Mientras que mis amigas están planeando sus vacaciones con la agencia; yo estoy aquí, haciendo trámites familiares con un abogado”. “Mientras que mis amigas se preocupan por ellas mismas, yo tengo que preocuparme por otros”. Y otras frases más, que a veces pensaba intencionalmente en voz alta (y que a veces, hasta ahora se me “escapan”). 

Pero, como mi mamá me dice, más que un “consuelo de mamá”, es una verdad: “pero tu les llevas la delantera, tu tienes más experiencia”. Experiencia de vida. Sí, creo que tiene razón.

Tener una “mamá mayor” es igual o mejor que tener una “mamá más joven”. De mi mamá aprendí a resolver problemas grandes y pequeños, aprendí a tener más paciencia (aunque es difícil), a ser perseverante y responsable como ella y mi oba y, también, aprendí muchas “cosas de vida”, como dice “solo lo que la experiencia de vida te puede enseñar”. Y claro está, ser hija de una mamá mayor es una ventaja, sobretodo si a uno le gusta la historia y las costumbres de antaño (qué mejor referencia que su propia mamá que puede compartir lo que ha vivido). 
Y claro, tener una mamá mayor no es fácil para una sola, felizmente que tengo a un hermano mayor que, aunque esté lejos, sé que puedo contar con él.

El año pasado escribí un post casi similar, pero homenajeando a mi oba. En este año, quise dedicárselo a mi mamá, a propósito de un accidente fortuito que me trajo a la memoria una frase que solía decir cuando estaba en el colegio, pero, con los años, me di cuenta que la experiencia de vida es lo mejor que mi mamá me puede dar con sus años (a cuestas, por así decirlo).

(Un pequeño post para aquellos hijos/hijas "jóvenes" como yo y con papás mayores.)



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La foto que muestro fue tomada el 27 de febrero de 1930.  Es una vista del patio de Lima Nikko en una ocasión especial.  En ese día, hubo un...