miércoles, 22 de mayo de 2013

Mi Papá y Su Tecnología del Ayer

Hace poco, mi antiguo teléfono era tipo “sapito” (el que tiene tapa) y ya dejó de funcionar. Tantas veces que se me había caído de la cartera o del bolsillo al piso... algo de eso tenía que tener consecuencias. Pero, desde hace unas pocas semanas que estoy estrenando un celular nuevo, ya que me he comprado mi primer smartphone y, aunque no sea lo último en celulares, hasta ahora sigo "deslumbrada" con las “maravillas” que puede hacer mi celular: puedo estar conectadísima con el trabajo (algo que con el antiguo aparato no podía estarlo, porque no tenía conexión directa a Internet), avanzar algo de las traducciones que tenga cuando me encuentro fuera de casa (digamos, sentada esperando mi turno en el banco o en la clínica) o si no tengo nada que hacer, incluso puedo ver mi Facebook, etc. Hasta parezco una niña con juguete nuevo. Seguramente, muchos también se sentirán así cuando compran algo nuevo, sobretodo, algo que les facilita la vida. 

Cuando mi papá aún vivía, él era el quien se encargaba de traer la “tecnología” a casa, la tecnología de punta en aquella época, y con ella fue con la que crecimos. 

En la casa teníamos una radio a transistores de National Panasonic, que era una radio tan pesada que parecía un ladrillo y tenía una funda de cuero negra (creo que en casi todas las casas había una radio de esas), y que a mi hermano y a mí nos gustaba usarla para escuchar las “voces del más allá”, como así llamábamos a esa interferencia típica que hay cuando hay una comunicación por radio o teléfonica cerca, porque podíamos dar vuelta al dial en las frecuencias menos sintonizadas y se podían escuchar voces "extrañas" (aunque puede ser conversaciones interceptadas de teléfonos o incluso, realmente captaba voces

"fantasmales", quién sabe, aunque cuando niños, preferimos volar nuestra imaginación y decir que eran las “voces del más allá”).

Ahora que menciono el teléfono, aunque puede que no vaya al caso, recuerdo que la primera vez que obtuvimos nuestro primer teléfono fijo, mi mamá había puesto en la mesa del comedor varios fajos de billetes de soles o intis (no recuerdo bien), y ella junto con mis hermanos se pusieron a contar todos los billetes, porque al día siguiente iba a pagar a la Compañía de Teléfonos de aquella época, porque luego de más de diez años de espera, recién podíamos tener teléfono (y es que en aquella época, no era fácil ni mucho menos rápido tener teléfono en casa, había que estar en una especie de “lista de espera” que podía durar años y años). Mi papá había hecho los trámites correspondientes antes que yo naciera, pero falleció y después de varios años después, recién pudimos conseguir lo que mi papá había solicitado. 

Aparte de las noticias que le gustaba escuchar a mi papá por la radio, también le gustaba mucho los estudios y también quería que nosotros desarrollemos ese interés y dedicación, por lo que siempre trataba de darnos todo lo necesario para los estudios, y es así que también nos compró una máquina de escribir, la que también yo he usado para hacer las monografías del colegio y hasta para el primer ciclo de la universidad. 




Recuerdo que la máquina que teníamos era una Brother (la mejor, según mi mamá), pero no podía hacer mis tareas con ella por las noches porque las teclas eran tan duras, que para presionarlas, no podía utilizar los 4 dedos a la vez (como nos enseñaban en las
clases de mecanografía) sino un dedo por cada mano, así que el ruido que producía hacía que sonara como si estuviera “ametrallando” las palabras, en lugar de teclearlas.
                                                 

Mi papá fue el que había comprado la máquina de escribir, antes que naciera, y por la misma época, también había equipado la biblioteca de la casa con los famosos y pesados Baldor (¿quién no ha tenido un Baldor en casa?). Una máquina de escribir y los Baldor era lo que nunca podía faltar en una casa con niños en etapa escolar. Y es que a mi papá tenía mucha afinidad con las matemáticas y en mi casa nunca faltaban libros de álgebra o cálculo (como así se llamaban las matemáticas) o incluso, coleccionaba recortes de periódico con problemas de cálculo mental, los que pegaba en los cartones de cigarrillos a manera de libreta (bueno, como ahora se dice, era todo un ecologista, porque reciclaba las cosas, pero más que eso, era un ahorrador, no le gustaba botar nada). 

Cuando tenía unos 6 ó 7 años, recuerdo que en mi casa teníamos los televisores que parecían unos muebles de madera, tenían patas como una mesa y hasta tenían unas puertas que protegían la pantalla, las que al cerrarlas, hacían lucir a la tv como un mueble más. Pero como por aquella época,

 yo estaba en la edad que imitaba lo que veía en la televisión, no sé qué habré visto en la tv que recuerdo que me trepé a las puertas de ese televisor (seguro que habré visto a un acróbata) y las patas se rompieron por el peso.                                                         

Me acuerdo que ya a la semana siguiente, compraron una nueva tv, a color y control remoto, algo muy nuevo para nosotros, porque la anterior tv era a perilla, a blanco y negro, y además, tenía la famosa antena de conejo. Así que mi “travesura”, no fue tan mala, porque al final fue como un “pretexto” para comprar una tv nueva. 

Y claro, no nos olvidemos del equipo de sonido. No, no; antes, cuando era pequeña, muy pequeña, no tenía un equipo de sonido o minicomponente, mucho menos un cd placer. Lo que teníamos era un tocadisco y luego, un tocacassette (bueno, el tocacassete lo utilicé incluso antes de los 20 años, así que yo sé lo que era rebobinar el cassete con un lapicero para no gastar la pila del walkman). 


Recuerdo que mi papá compró a mi hermano mayor unos discos de vinilo de la familia Telerín, que eran unos dibujos que enseñaban a multiplicar; y así fue como yo también aprendí a multiplicar: “2 por 9 dieciocho y 2 por diez es veinte, cha cha chá” (pero se lee cantando), y luego mi hermano mayor me compró años más tarde el disco de Topo Gigio, que estaba de moda en esa época. Y hasta ahora los conservo,
pero los mandé a que los pasen a formato CD, ya que ni tengo un tocadiscos, y si lo tuviera, ya no puedo usar esos mismos discos porque ya están rayados (de tanto uso).
Lo que antes era la tecnología de punta, ahora nos parece obsoleto, pero no hay duda que muchas veces nos trae muy buenos recuerdos, como en mi caso, que al final de todo me hicieron recordar a mi papá y su tecnología del ayer.

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