Ha pasado poco más de un año (febrero 2017) desde la beatificación de Justo Takayama Ukon y su nombre apenas resuena entre los fieles católicos nikkei. No ha hecho milagros, pero su propia vida refleja un ejemplo de fe en medio de las adversidades, persecuciones y exilio. Aunque es conocido como el “samurái de Cristo”, Takayama Ukon reemplazó su espada por la fe. Como ferviente practicante, dio un significado espiritual al chadō (ceremonia del té), el cual facilitó su acercamiento al cristianismo de Occidente.
En plena época de enfrentamientos entre daimios (señores feudales) por el poder político de Japón, nació Takayama Ukon (Hikogorō Shigetomo) en 1552 en la antigua provincia de Settsu (actual parte sureste de Hyogo y norte de Osaka).
El padre de Ukon, Takayama Tomoteru, era daimio del castillo de Sawa (actual Nara), en donde vivía junto con su familia. En 1564 se reunió con el jesuita Ryosai Lorenzo para debatir sobre religión. La exposición del jesuita fue tan consistente, que Tomoteru terminó aceptando el cristianismo y pidió el bautizo junto con su familia. Tomoteru adoptó el nombre cristiano de Dario y su hijo Ukon, Justo, quien en ese entonces tenía 12 años. Había transcurrido 14 años desde la llegada de San Francisco Javier y el cristianismo al Japón.
Artículo publicado en el diario Peru Shimpo (marzo 2018) |
Cuando Ukon se convirtió en el daimio de Takatsuki, construyó una iglesia y un seminario en el centro de su territorio. En 1576, apoyó al padre Gnecchi-Soldo Organtino en la construcción de la primera iglesia cristiana en Kyoto: Nossa Senhora da Assunção (conocida como Nanbanji o el templo de los bárbaros del sur). De esta iglesia, solo queda la campana como recuerdo. Fue destruida en 1588 tras el edicto de Toyotomi Hideyoshi que expulsaba a los cristianos de Japón. Según los registros de la época, la arquitectura de la iglesia era al estilo romano, pero incluía una habitación japonesa con tatami y otra destinada para la ceremonia del té, de la cual Takayama Ukon era muy aficionado por sus orígenes nobles.
A la muerte de Oda Nobunaga en 1582, le sucedió en el poder Toyotomi Hideyoshi. Ukon le mostró su apoyo, sin imaginar que no seguiría la política de su antecesor. En 1587, Toyotomi emitió el primer edicto anti-cristiano, ante la sorpresa de los misioneros europeos que se encontraban en Japón. Afirmaba que “Japón es un país de dioses nativos” y acusaba a los misioneros de “destruir los templos budistas y santuarios sintoístas”. Si se descubría que alguien tenía en su poder imágenes religiosas, era torturado y asesinado. La fe se pagaba incluso con la crucifixión.
En 1614, se promulgó oficialmente la expulsión de misioneros extranjeros y cristianos japoneses. Hasta 1873, Japón mantuvo una política de persecución contra los cristianos.
En diciembre de 1614, Takayama Ukon fue exiliado a Manila, junto con su familia y otras 300 personas más. Antes de su exilio, Hideyoshi Toyotomi le dio una última oportunidad. Pero Ukon no quería renunciar a su fe y prefirió abandonar sus posesiones y privilegios en Japón antes que cometer apostasía. Al llegar a Manila, fue recibido como un mártir viviente. Pero el largo viaje hasta Manila, que había durado 43 días (20 días más de lo habitual), lo debilitó tanto que sucumbió ante una alta fiebre. Falleció a la edad de 62 años. Cada 3 de febrero se conmemora su fallecimiento en el calendario católico.
Además de estratega militar y cristiano, Takayama Ukon fue uno de los siete discípulos de Sen no Rikyū, maestro del chadō. Siendo uno de sus Rikyushichitetsu (“los siete de Rikyu”, de los cuales 5 eran cristianos), Ukon fue quien refinó el chadō en una ceremonia más calmada y con movimientos ceremoniales que podrían asemejarse a la Eucaristía. Curiosamente, la llegada del cristianismo a Japón coincidió con el tiempo del perfeccionamiento del chadō. Para Ukon, la paz interior y el recogimiento era necesario para saber decidir sabiamente en situaciones difíciles. Para él, el chashitsu (cuarto de té) era su refugio, cuando necesitaba meditar y encomendarse a dios.
Repasando la historia, veremos que el budismo y los samurái tienen una conexión muy estrecha con el té. La costumbre de beber té se remontaría a China, desde donde fue traído en el siglo XII. Los monjes budistas Zen solían beber té para aplacar la somnolencia que amenazaba sus largas horas de meditación. En Japón, los samurái fueron quienes crearon algunas reglas para beber té. Para el siglo XV, el monje budista Murata Shuko definió los fundamentos de lo que ahora conocemos como chadō, los cuales fueron desarrollados posteriormente por el maestro del chadō, Sen no Rikyū.
En el chadō, encontraremos una mezcla de filosofías budistas, taoístas y confucionistas que nos acercarían a nuestra parte espiritual. El budismo implica pureza y desprendimiento, el taoísmo enfatiza la idea de vivir en armonía y el confucionismo se enfoca en el orden correcto en el universo. En cada encuentro de chadō, se da el ichi-go ichi-e (“una vez, un encuentro”), que recuerda a los participantes que cada reunión es irrepetible y única, siendo una experiencia valiosa. El chadō nos permite interactuar con otras personas, mientras apreciamos la simplicidad de lo estético en el ambiente y los utensilios. Esto nos da paz interior.
En la actualidad, en el chadō ocupan un papel principal los principios que estableció Sen no Rikyū: armonía (wa), respeto (kei), pureza (sei) y tranquilidad (jaku).
FUENTES:
Takayama Ukon (website), Fernando García: El arte del té en Japón (1997), Javier González y Sandra Morales: Kôten: Lecturas cruzadas Japón-América Latina (2005), Emil Jurcan: A Comparative Study on Eucharist and the Sacred Foods of the Major Religions (2014), N. Frances Hioki: Silent Dialogue and “Teaism” (2013).
(Artículo publicado originalmente en el diario Peru Shimpo, el 30 de marzo de 2018)
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