“No importa, mi oba sabe por qué lo hago”. Fue lo que pensé mientras salía de la joyería. Había vendido unas cadenas de oro que las tenía guardadas desde hace varios años en mi joyero. Me las regaló mi mamá cuando viajé a Japón hace una década atrás, diciéndome que las recibió de mi oba cuando era joven y que, ahora, eran mías.
Así como mi oba, mi mamá quería que las usara en alguna ocasión especial, tal vez en algún matrimonio, o alguna fiesta. Pero, para mí, la ocasión especial ya había llegado y no había una mejor forma que usarlas que ésta.
En estas últimas semanas tuve un problema con una empresa que se demoró en pagarme (¡un mes de retraso!) por un simple pero negligente descuido. Podía comprender sus disculpas o excusas por la demora, pero mis obligaciones (y pagos) que tenía que hacer, no me lo permitían.
Para mí, setiembre no solo fue el mes de la primavera, sino también el mes de los pagos “grandes”. Todo se me había juntado: los impuestos, los gastos de la casa, el tratamiento médico para mi mamá, entre otros. Tenía que cumplir con todas estas obligaciones, pero aún no recibía el dinero. “¿Cómo haré?” fue lo que pensé mientras estaba en el dormitorio, hasta que vi por casualidad mi joyero y me acordé de las cadenas de mi oba. Y así fue como pude resolver este problema.
Mi oba solía ir a las joyerías para comprar alguna pulsera o anillo de oro para mi mamá o para mis tías. Pensaba que la mejor herencia que podía dejarles era alguna joya de oro, aunque no las usaran mucho y siempre terminaran guardadas en los cajones del clóset.
Recuerdo que mi mamá me contaba sobre las veces que mi oba viajaba a Japón para visitar a la familia que aún quedaba en Yonabaru. No solo les llevaba fotos, sino también algún anillo o quizás alguna pulsera con alguna llama o tumi colgado como pequeños dijes, o cualquier otra cosa, pero tenía que ser de oro.
Mi oba en su fiesta de cumpleaños número 60 (Kanreki) Mis tías y mi mamá mandaron a confeccionar una pulsera de oro a mi oba, como regalo por sus 60 años de vida en Perú. Curiosamente, una de las tías se lo llevó a Japón (tal vez como "omiyage"). |
Ya cuando salí de la joyería, sentí un poco de tristeza y algo de culpa por haber vendido las cadenas de mi oba, pero me tranquilizaba la idea de que era por una "buena causa" y no para alguna frivolidad.
Es algo extraño, porque aunque hayan pasado más de 20 años desde su partida, hasta ahora siento que mi oba me ayuda. Siempre ha sido muy dadivosa con todos, con familiares y amigos, pero sobretodo con mi mamá, a quien le ayudaba a mantenernos sobretodo cuando mi papá ya no podía trabajar más. ¡Qué épocas aquellas! Eran las épocas en donde mi oba era como la "mamá de todos" y se preocupaba por todos, ayudándonos a resolver cualquier problema (o apuro) que tuviéramos. Hasta mi oba pensaba en la familia que dejó en Okinawa y les regalaba algún anillo o pulsera de oro, porque según ella, “el oro era escaso en Japón y había que llevarles algo que allá no hay”.
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Kinkakuji (Imagen Tomada de Rainbowsocks) |
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Taza Sobachoko reparada con la técnica de Kintsugi |
Parece que realmente no era tan escaso, y más bien, existió una "fiebre del oro" en Japón que mi oba pasaba por alto. Si bien en tiempos modernos el oro ya es un metal escaso, en el Japón medieval era todo lo contrario. Por la época de Marco Polo, se corrieron rumores de un “país del oro”, en donde "había oro en grandísima abundancia”. Y aunque pareciera que se estuviera refiriendo al Perú con su Imperio de los Incas, se refería, más bien, a un imperio del otro lado del Pacífico, que era Cipango (como antiguamente se llamaba a Japón). Y así como pasó con el Imperio Incaico, la duración de este “boom aurífero” en Japón fue lo suficientemente efímera como para atraer la atención de los comerciantes europeos. Parece que mi oba, no había escuchado del "País del Oro", o por lo menos, de la "época de oro" de Japón.
La historia del oro en Japón comienza en el año 749 cuando se descubrió oro en los ríos de Oshu (actual prefectura de Iwate). En ese mismo año, se extrajeron 38 kg de oro de esta misma región que fueron llevados a Nara para terminar de cubrir al Gran Buda que se estaba construyendo. Para el año 752, la gran estatua de más de 15 metros de alto ya estaba terminada y llevaba encima aproximadamente 439 kg de oro procedente de Oshu.
A pesar de las grandes cantidades de oro que se extrajeron solamente para cubrir al Buda, aún quedaba oro en Oshu. Incluso con una producción ya mermada (de solo 22 kg por año), se seguía enviando oro a la antigua capital (Nara).
El shogunato de Tokugawa no solo usó el oro para cubrir la gran estatua, sino también para pagar la estadía de los estudiantes o legaciones que enviaba a China mayormente por estudios. Por ejemplo, se constata que el embajador y su asistente recibieron cerca de 7.5 kg y 5.6 kg de oro, respectivamente, para pagar sus viáticos.
Ya para el siglo XVII, la producción de oro en Japón alcanzó su máximo esplendor, así como sus técnicas de extracción. Durante el período de Tokugawa se importó desde Corea la técnica del refinado de oro y plata denominada “Haifuki-hō” 灰吹法 (copelación), en donde se fundía el mineral con el plomo. Pero fue desplazada por otra técnica que fue traída de España y que era más práctica y rentable, puesto que solo tomaba la décima parte del tiempo del Haifuki-hō y su producción era diez veces mayor. Era la técnica del amalgama, en donde se utilizaba mercurio para refinar el oro y la plata.
No solo habían minas de oro, sino también de plata, como la mina de plata de Iwami (Kagoshima), de Ikuno (Hyogo), la de oro de Sado (Kagoshima), entre otras; por las que el shogun Tokugawa deseaba controlar, sobretodo, a aquellas minas que tenían una mayor producción. Pensando no solo en la producción, sino en una extracción más eficaz de estos recursos, Tokugawa solicitó mineros españoles al Rey Felipe III de España, a través de Don Rodrigo de Vivero (por coincidencias de la vida, España era la indicada, puesto que ya tenía una "larga experiencia" en la explotación de metales preciosos como el oro; sino, recordemos al Virreinato del Perú).
Rodrigo de Vivero, quien era gobernador de las Islas Filipinas, llegó a Japón, literalmente, por accidente. Cuando viajaba hacia Nueva España (México) desde Filipinas, le sorprendió una gran tormenta que lo obligó a naufragar cerca de las costas japonesas en 1609. Fue recibido por Tokugawa Ieyasu, el gobernador de facto de Japón, quien se mostró muy amable ante Vivero. Tokugawa conocía de los grandes territorios que poseía el rey español y, aprovechando la situación, sabía que le resultaría beneficioso mantener relaciones comerciales con España, por lo que llega a ciertos acuerdos con Vivero. Así es como nace el primer tratado comercial entre España y Japón.
Entre estos acuerdos, Tokugawa requirió el envío de 200 técnicos mineros españoles a Japón. En aquella época, habían varias minas que estaban bajo el poder de varios señores feudales o damyos. Pero con la llegada de estos técnicos españoles, el panorama cambió. Ahora, estos damyo no podían manejarlas libremente, sino que tenían que tenían que llegar a acuerdos con estos recién llegados. Pero, en el caso de nuevas minas que fueran descubiertas por estos técnicos en Japón, la producción sería repartida de esta manera: la mitad para los españoles; un cuarto para Tokugawa y otra parte para el rey Felipe III. También se acordó sobre los costos del mercurio, que sería traído por los españoles pero correría a cuenta de los japoneses. Y como toda conquista (o semi-conquista) iba de la mano con la religión, se permitiría la presencia de sacerdotes españoles en Japón, para las necesidades religiosas de los técnicos españoles.
A su vez, Japón se comprometía a fomentar lazos de amistad entre España y Japón y a expulsar a los holandeses que residían en el archipiélago, aunque este último punto no fue del agrado de los japoneses, puesto que su deseo era tener el contacto con un mayor número de mercados europeos.
La producción de oro en Japón habría sido tan grande, que se dice que Tokugawa Ieyasu pudo ser la persona más rica del mundo, puesto que "según los catálogos que se conservan sobre las propiedades de la familia Tokugawa, se custodiaba la cantidad de 2.000.000 ryō en el castillo de Sumpu y de 4.000.000 ryō en el castillo de Edo. En total, son 6.000.000 ryō que equivalen a 2.100.000.000.000 yenes". Y además, aún "se conservan 300 bloques de oro pertenecientes a Tokugawa Ieyasu en el Banco Japonés Central, en Tokio"(*).
Aunque la producción del oro comenzó desde tiempos antiguos a una escala pequeña, fue recién en la época medieval en donde alcanzó su máximo esplendor, coincidentemente en una época en donde las potencias europeas buscaban nuevas colonias de dónde podían intercambiar (o extraer) recursos naturales, sobretodo, metales preciosos como el oro y la plata.
¿Y por qué Japón no fue colonizado, al igual que Perú, que era otro de los grandes imperios conocidos por su gran riqueza aurífera? Simplemente podemos resumirla en dos palabras: "unión" y "tolerancia".
Cuando Francisco Pizarro llegó al Perú en 1532, encontró a una sociedad totalmente fragmentada por una guerra civil. Había llegado justo en el momento en que se disputaban el trono del Imperio entre Atahualpa y Huáscar, ante el fallecimiento de su padre, el inca Huayna Cápac. En medio de esta guerra, se percibía el descontento de las grandes mayorías, quienes ya estaban cansados de la larga dominación inca y vieron en los españoles a los aliados perfectos que les ayudarían a deshacerse de sus aparentes "opresores". Ante esta sociedad ya desmoronada y fragmentada y sin jefe de por medio, el conquistador pudo “fácilmente” dominar al conquistado.
Y en el otro lado del mundo, un caso casi similar pasaba en Japón, en donde se libraba una guerra civil entre los diferentes daimyos cuando ingresaron los primeros europeos, los portugueses y españoles. Era una lucha que aspiraba la unificación de Japón, que por aquella época estaba dividida en varios feudos. Finalmente, los llamados "unificadores de Japón": Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, logran la pacificación y unificación del archipiélago japonés.
Bajo una política represiva, se adoptaron varias medidas para prevenir posibles revueltas entre la gente descontenta por el poder y opresión de los shogunes. Toyotomi Hideyoshi, por ejemplo, conquistó a los pueblos que estuvieran en contra de él y ordenó confiscar armas a todos los campesinos en 1588. De esta forma, logró la pacificación interna de Japón y una mayor estabilidad social, una característica básica pero decisiva para repeler posibles ataques o invasiones por parte de alguna potencia extranjera.
Bajo una política represiva, se adoptaron varias medidas para prevenir posibles revueltas entre la gente descontenta por el poder y opresión de los shogunes. Toyotomi Hideyoshi, por ejemplo, conquistó a los pueblos que estuvieran en contra de él y ordenó confiscar armas a todos los campesinos en 1588. De esta forma, logró la pacificación interna de Japón y una mayor estabilidad social, una característica básica pero decisiva para repeler posibles ataques o invasiones por parte de alguna potencia extranjera.
Y como toda conquista iba de la mano con la religión, el factor decisivo para desatar la ira y despertar aún más la codicia de los españoles fue el rechazo de la fe católica por parte de Atahualpa, la autoridad máxima del Imperio. Una religión impuesta, una invasión segura.
La milimétrica intolerancia religiosa de los españoles contrastaba con la "aparente" tolerancia que sí mostraban algunos shogunes o daimyos hacia la fé católica. Algunos shogunes, como Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, aceptaron la fé católica, no por simple conversión religiosa, sino por su interés por acercarse más a aquellos europeos que les permitirían acceder a nuevos mercados internacionales y que, además, traían armas de fuego y nueva tecnología, con las cuales podrían dominar a los otros feudos o damyos.
A diferencia del Imperio Incaico, en donde la fé católica fue impuesta a la fuerza, sin mayores explicaciones, Japón tuvo una exposición menos traumática a la religión católica.
Los primeros jesuitas que llegaron a Japón en 1549, respetaron la cultura e idiosincracia local (a diferencia de Valverde, el fray agustiniano que impuso la fé católica a Atahualpa), concluyendo que la evangelización tendría éxito si estos "conquistadores" de la fé" aprendían la cultura, costumbres e idioma local, es decir, ellos confiaban en que su empatía lograría la conversión de aquellos japoneses. Fue un proceso lento, y sobretodo, menos violento que en el caso incaico.
Y como la religión siempre ha sido la excusa de toda conquista, Japón no podía escaparse de la ambición europea, pero parece que una posible invasión a Japón solo quedaba en sueños de algunos pocos. Aparentemente, Japón aceptaba fé católica, pero no podía disimularlo por mucho tiempo. Llegó a desconfiar, en cierto modo, de estas misiones religiosas, puesto que pensaba que eran parte de una estrategia para colonizarlos posteriormente, por lo que las autoridades japonesas decidieron expulsar a todos los extranjeros de Japón durante la época del Sakoku o periodo de aislamiento (siglos XVII - XIX), para salvaguardar su seguridad nacional.
También, se puede pensar que esta colonización nunca podía darse, de la misma forma que se dió en el Perú, puesto que Japón mantenía relaciones comerciales con varios países asiáticos y europeos, que podían "defenderlos" de una posible agresión por parte de la potencia enemiga.
En fin, la historia es larga y corto es el espacio para contarla. Pero quería compartirles acerca del otro "País del Oro" que los europeos tanto hablaban desde tiempos antiguos (y que mi oba aparentemente desconocía o se había olvidado). Parece que recordamos más la crueldad que puede resultar una invasión, porque generalmente asociamos el “País del Oro” y los españoles con el “Imperio de los Incas” y no nos acordamos de ese pasado "dorado" que tuvo Japón y que parece que pasó imperceptible para muchos. A veces, llegamos a olvidar, incluso, lo que aprendimos en el colegio, como las historias de los viajes de Colón y su búsqueda por llegar a la Asia de las riquezas y del "País del Oro" que tanto se hablaba en la época, y que era nada más y nada menos que Japón.
A veces pensamos que Japón es un país completamente distinto, sobretodo en los tiempos antiguos, pero también tuvo su propio sueño dorado, así como el Perú y su imperio incaico. Fue como un sueño un tanto efímero pero lo suficiente duradero como para construir la leyenda de Cipango, el “País del Oro” de Asia.
(*) Extracto de TAKIZAWA, OSAMI. Japón: País del Oro. Archivo de la Frontera.
tumi= cuchillo ceremonial representativo de las culturas Moche, Chimú e Inca del Perú.
omiyage= recuerdo de viaje en japonés
A veces pensamos que Japón es un país completamente distinto, sobretodo en los tiempos antiguos, pero también tuvo su propio sueño dorado, así como el Perú y su imperio incaico. Fue como un sueño un tanto efímero pero lo suficiente duradero como para construir la leyenda de Cipango, el “País del Oro” de Asia.
(*) Extracto de TAKIZAWA, OSAMI. Japón: País del Oro. Archivo de la Frontera.
tumi= cuchillo ceremonial representativo de las culturas Moche, Chimú e Inca del Perú.
omiyage= recuerdo de viaje en japonés
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