¡Cómo son los recuerdos, no? Aparecen en el momento menos inesperado…
Hasta hace unas pocas semanas atrás, estaba mirando las noticias por la televisión, cuando salieron las imágenes de un mítin en plena Plaza Dos de Mayo. Las cámaras no solamente enfocaban a los manifestantes, sino también los alrededores. Era como una foto panorámica que me llevó, por pocos segundos, a la época en que mi oba tenía una tienda muy cerca de la plaza. Aparecían las mismas calles que, a pesar de los años, siguen casi iguales.
Pero, en una de esas tomas, salió una pequeña calle que me llamó la atención porque me causó cierta nostalgia.
A pesar de los gratos recuerdos, no sé cómo se llama esa calle, puesto que nunca pregunté cómo se llamaba esa calle, ni tuve la necesidad por saberlo, puesto que cada vez que salía a pasear cerca de la tienda, siempre le decía a mi mamá “ya regreso, voy a la vuelta”. Y mi mamá ya sabía a dónde iba.
“A la vuelta” había muchas cosas para ver: los ambulantes en plena vereda vendiendo de todo y hasta un museo. Sí, un museo de cera.
Era un museo muy pequeño que parecía escondido entre los ambulantes y las tiendas de instrumentos musicales que hasta ahora perduran con el tiempo.
Era un museo de cera del horror, en donde recuerdo que se exhibían rostros de monstruos famosos, hasta creo que había un drácula de tamaño real parado en una esquina, como si estuviera dándonos la bienvenida al museo del terror que, curiosamente, se llamaba "Le Paris". Tenía unas empinadas escaleras de madera que conducían al segundo piso, en donde estaba el museo.
Recuerdo que entré a ese museo con mi hermano mayor, pero cada vez que pasaba por el lugar, nunca me atrevía a entrar sola, simplemente me conformaba con mirar el letrero del museo y una máscara que era exhibida en la puerta de entrada. El solo hecho de ver esa máscara y esas viejas escaleras de madera, ya me dejaba una sensación de miedo que me hacía correr de regreso hacia la tienda.
Pero, el museo no duró mucho y al poco tiempo cerró sus puertas, al igual que muchos otros negocios que cerraron debido a la crisis.
Seguramente que muchos no lo recordarán, pero fue un museo inusual en un lugar tradicional (¡un museo de terror en pleno Centro Histórico de Lima!). Fue un museo que existió por unos años sin pena ni gloria, pero al menos quedó como otro recuerdo más en la nostalgia de aquellos que ahí vivíamos por los alrededores y de aquellos que alguna vez hemos logrado ingresar.
Y como los recuerdos vienen uno detrás de otro, también recordé la época que estaba en Japón y había visitado un museo “parecido”. No recuerdo bien el nombre, pero estaba en Ikebukuro. Era “parecido” en el sentido de la temática, es decir, era de terror, pero era muy diferente a la vez. Era más grande, más “nuevo”, más interactivo (puesto que era un parque temático, en donde uno podía hacer rutas del “terror” y encontrar en el camino algún que otro espanto). En esa época, coincidentemente, también fui con mi hermano. Me comentó que también habían otros museos de terror (llamados “obake yashiki”), pero que no llegamos a visitar.
Parece que los temas de terror o espanto son un buen negocio, ya que atraen a la gente, sea el tiempo y el lugar que sea.
Así como la gente necesita reír o llorar y va al teatro o al cine, también tiene necesita satisfacer otra emoción innata, como lo es el miedo o la curiosidad, aunque muchas veces, se linda casi con el morbo. En el caso del Japón premoderno, también se sacó provecho de esa necesidad por sentir miedo, de la curiosidad o incluso, el morbo que tienen las personas. Es así como aparecieron los misemono.
“Misemono” 見世物 significa en japonés “exhibición” o “espectáculo” y agrupaba a todos aquellos espectáculos tan variopintos como actos acrobáticos, demostración de personas con alguna habilidad inusual o extraordinaria o incluso simples pero llamativas exhibiciones de animales, plantas y hasta de personas con alguna deformidad física o enfermedad congénita). Es decir, todo aquello que se podía observar y que llamara la atención.
En el periodo Edo (1603-1867) es cuando esa necesidad latente por aprender más o por, simplemente, “ver cosas nuevas” alcanza su máximo esplendor. Se cuenta que el origen de los misemono se remonta a las antiguas exhibiciones que se realizaban en los templos y que eran llamados kaichou 開帳, en donde se mostraba alguna reliquia por un periodo corto de tiempo (entre un par de días a unos meses) con el fin de recaudar fondos para los templos.
Como, generalmente, la reliquia permanecía oculta de la vista del público, provocaba la curiosidad de los creyentes que acudían al templo para ver aquella “rareza”. Entre los diversos objetos que se han exhibido, podemos encontrar a monstruos mitológicos japoneses (Kappas) o supuestos demonios o, incluso, a sirenas momificadas que, al final de cuentas, todas eran perfectas obras de taxidermia en donde se unían partes de animales con papel y pegamento. Aunque todo una farsa, llamaban mucho la atención, incluso hasta nuestros días.
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Una de las sirenas exhibidas más famosa fue la sirena de Fiji de P. T. Barnum, que incluso participó en una exhibición en Londres en 1822. Se cree que fue creada hábilmente por un pescador japonés aproximadamente en 1810, puesto que por aquellas épocas se acostumbraba vender sirenas “falsas” como recuerdos a los extranjeros que venían a Japón. Estas sirenas eran simples muñecos que tenían la cabeza de un mono unido con las partes de algún pescado o de otros animales.
La destreza en su armado era tal, que era imposible, a simple vista, descubrir que eran totalmente falsas. Aunque ya no se vean fácilmente en exhibición, varias de estas sirenas, así como otros restos momificados de supuestos monstruos mitológicos, las podemos encontrar en varios templos japoneses.
Con el tiempo, el concepto de “misemono” fue más amplio y ya lo podíamos encontrar no solo en las ferias kaichou, sino casi en todas partes, incluso en las mismas calles.
Era común ver ferias callejeras instaladas temporalmente en algún rincón de la ciudad, sea al aire libre o en un recinto cerrado, puesto que solo necesitaba de unas bancas, un toldo (en algunos casos), la plataforma en donde se iba a realizar la presentación y algún afiche publicitando el misemono.
Viendo que los misemono eran una oportunidad para obtener dinero, rápidamente se popularizaron en las calles de Edo (como antiguamente se llamaba Tokyo). Se publicitaban las exhibiciones a través de volantes que eran repartidos cerca de las barberías o baños públicos o, incluso, los mismos organizadores del misemono anunciaban a viva voz el espectáculo en el mismo lugar de la presentación, al mismo estilo de los pregoneros de antaño.
Como todo espectáculo, todos los misemono tenían un costo de admisión. El precio era bastante asequible, en comparación a otros tipos de entretenimiento de la época, lo que la convertía en una forma de entretenimiento para todos, sean pobres o ricos. Una entrada podía costar entre 8 mon (15 centavos de dólar) a 30 mon (50 centavos de dólar) a inicios del siglo XIX; todo dependía del tipo de espectáculo y ciudad en que se presentaba. En cambio, un asiento para una obra de Kabuki podría costar entre 1300 mon (22 dólares) hasta 6000 mon (100 dólares).
Sin embargo, la variedad de misemonos era tal que, incluso, muchos eran “informales” y no tenían precio fijo de admisión, por lo que se cobraba la voluntad del espectador, "pasando el sombrero" a mitad del espectáculo. Con este pago, el espectador podía disfrutar de un espectáculo por unos pocos minutos antes que deba retirarse del lugar para dar espacio a los otros espectadores que también querían ver el misemono; mientras que los asistentes a una obra Kabuki tenían derecho a horas de entretenimiento por el precio de su ticket.
En estos misemonos "callejeros" (para diferenciarlos de los misemonos de los templos o ferias kaichou, que fueron los antecedentes de los misemonos en sí), también debemos incluir a los vendedores, sean ambulantes o formales quienes, por la necesidad de vender sus productos, realizaban pequeños actos para atraer la atención de sus clientes, como el caso de los vendedores de dulces o golosinas de la época. Por ejemplo, los vendedores de tokoroten (gelatina de agar-agar endulzada) manejaban larguísimos ohashi (palillos para comer) con gran destreza para entregar el producto a sus clientes, incluso si éstos se encontraran en el segundo piso de la casa, ofreciendo un pequeño espectáculo de destreza .
O el caso del espectáculo con espadas, organizado por una farmacia para vender sus productos. El ejecutante del acto, sacaba dos paquetes pequeños de papel. En uno de ellos contenía Hangontan 反魂丹 (el “Elíxir de la Resurrección”), que era una medicina hecha en base a una receta secreta de familia y que aliviaba los calambres estomacales, envenenamientos, gases excesivos (eructos o flatulencias), mareos o intoxicación; en fin, se decía que si se tomaba para cualquier dolencia, se obtenían resultados inmediatos). En el otro paquete, en cambio, había dentífrico que curaba los diente cariados, eliminaba el mal aliento y blanqueaba los dientes con asombrosa rapidez. Mientras promocionaba las propiedades de cada medicamento, hacía una demostración del producto, sacando una moneda para limpiarla con el dentífrico hasta dejarla reluciente y brillante. Al final de su presentación, muchos transeúntes compraban el producto y continuaban con su camino.
Sobre los misemonos como tales, en donde se limitaban a exhibir algo o a alguien solo para entretener al público, la lista es muy larga, pero podemos mencionar unos cuantos ejemplos llamativos.
Comenzando esta lista, tenemos a las exhibiciones de “prodigios humanos". Podemos ver el caso del año 1778 con la "niña-demonio", una jovencita con una fealdad considerada como "sobrenatural"; la “niña-escroto”, otra jovencita con una apariencia femenina normal, salvo por una enfermedad genética que le hizo desarrollar un escroto bien definido (año 1806). O el caso de la "niña-oso", que era una jovencita cuyo cuerpo estaba cubierto completamente de un manto de piel negra. También hubo exhibiciones de gigantes, como el de Oyome, una mujer con 7'3" de alto (aproximadamente 2,13cm) o de Chan Cheng-Chiu, un gigante de 8" de alto (aproximadamente 2,43) que vino de Nanking (China) y quien fue él último representante de esta galería de “prodigios humanos”.
Sobre las exhibiciones de habilidades o capacidades superhumanas, podemos destacar unos cuantos: Kirifuri Hanasaki Otoko, el hombre que podía tragar grandes cantidades de aire y exhalarlas en flatulencias melodiosas (año 1774). O la de Hajikara Kiemon, quien podía romper tazas de porcelana con sus dientes o sostener una campana del templo entre sus dientes (1841) o la de un adolescente que tenía la habilidad de sacar sus globos oculares y regresarlas a sus cuencas cada vez que quería (1840). También encontramos a los Ashigei, que eran los artistas que podían usar sus pies si fueran sus manos y podían llenar una pipa, hacer fuego o hacer ikebana, los tragadores de fuego o el caso de una mujer ventrílocua que era ciega, por solo nombrar unos cuantos ejemplos.
Otras exhibiciones consideradas como misemonos, eran las exhibiciones de animales o plantas exóticas. Se exhibieron periquitos exóticos (año 1758), camellos persas que llegaron a Nagasaki entre 1821 y 1824, crisantemos gigantes en exhibición en 1856 en Okuyama, figuras ornamentales hechas a partir de pétalos de flores, réplicas de aves, animales o plantas en paja o incluso trabajos en kombu (alga seca) como la exhibición realizada en 1853 de los "24 modelos de la piedad filial".
Lo grotesco o lo morboso tampoco podía estar ausente en esta lista de misemonos. En una feria kaichou de 1838 se mostraron manequíes que recreaban diversas formas de muertes no naturales con manequíes que representaban a cadáveres mutilados atados a troncos, cabezas desmembradas, etc. O hubieron otros misemonos, en donde mujeres jóvenes maquilladas recargadamente y vistiendo opulentos trajes. Su acto consistía simplemente en quedarse sentadas sin moverse y mostrando sus genitales a clientes morbosos. Aquellos espectadores que eran capaces de aguantarse la risa por la vergüenza o pena ante el acto, recibían un pequeño premio.
Y lo educativo, tampoco podía faltar dentro de los misemonos. En 1864 se exhibieron modelos que representaban, casi de forma realista, a un útero abierto en las distintas fases de desarrollo de un feto durante el periodo de gestación, en una exhibición llamada “diez meses de gestación”. El detalle de los modelos era perfecta, incluso para nuestros días.
Exposición de "Diez meses de embarazo" (Imagen tomada de Pink Tentacle)
Pero no solo se exhibieron modelos estáticos, sino también movibles, como los karakuri ningyo ("muñecos con dispositivos” o más comúnmente, “iki ningyo” ("muñecos vivientes"). Se exhibieron muñecos capaces de realizar una variedad limitada de movimientos repetitivos, accionados únicamente por medio de engranajes. Como la exhibición de 1813, en donde una anciana pudo hacer que las muñecas bailaran y tocaran instrumentos sin ninguna ayuda humana, conectando simplemente sus mecanismos a una rueda de agua en Asakusa.
Los empresarios que organizaban los misemonos consideraban todo aquello que les podría generar ganancias. Así, vieron que las exhibiciones de misemono no solo eran la fuente de ganancia de estos empresarios del espectáculo, sino también los dispositivos que usaban los clientes para verlos, como los telescopios con sus lentes de aumento. El alquiler de los telescopios generaban una fuente más de ingresos. No solo se les recomendaban a los espectadores que servían para mirar mejor aquello que estaba ala distancia, sino que, ingenuamente, también les recomendaban que sostuvieran el telescopio cerca a sus orejas para escuchar lo que se hablaba en el escenario o cerca a su nariz para sentir, por ejemplo, el aroma de las anguilas.
Hubo casos de algunos empresarios más osados, como el de un empresario quien en 1798 en Fukagawa (dentro de Tokyo) no tuvo una mejor idea que pintar la imagen del Buda de Shinagawa en uno de los lentes del telescopio que alquilaba.
Y ya que hablamos de maquinitas para ver, también podemos mencionar a los Nozoki-karakuri o “espectaculos para ver” o peepshow que utilizaban los lentes ópticos occidentales para mostrar un mundo artificial especialmente preparado dentro de una caja. Algo común en todos los nozoki karakuri fue una consola grande portátil, frecuentemente decorada con llamativas escenas del espectáculo que contenía.
El espectador veía únicamente una sucesión de imágenes sobre un rollo, algunas veces con leyendas escritas. Las escenas frecuentemente estaban en un estilo de “imagen flotante” de uki-e, que daba la ilusión de profundidad.
Ya a comienzos del siglo XX, llegan los circos a Japón, entrando casi en competencia con los misemonos locales. En 1864 llegó a Japón el primer circo moderno con el "Profesor Risley", quien trajo desde los Estados Unidos a una tropa de artistas y animales. Dos año después, recluta a dos docenas de artistas callejeros locales (entre acróbatas, artistas de ashigei, entre otros) para un tour de dos años a los Estados Unidos.
Después del circo de Risley, llegaron otros circos a Japón, como el francés Soullier y el italiano de Chiarini, en donde mostraban actos de acróbatas, animales y payasos.
Con el tour del circo del Profesor Rysley, "The Imperial Japaneses Troupe" ("La Compañía Imperial Japonesa") los artistas japoneses comenzaron a ser una atracción en los circos y espectáculos europeos durante la última mitad del siglo XIX. Aquí no podemos dejar de mencionar a Larry Houdini, el famoso escapista estadounidenses de todos los tiempos, quien aprendió sus técnicas de regurgitación de un acrobata japonés, Sankichi Akimoto. Esta era una técnica vital para los actos de escape de Houdini, puesto que era el secreto de sus escapes, ya que con esta técnica podía tragar y regurgitar a voluntad las llaves con las que podía abrir los candados o esposas.
El número de espectáculos de misemono no mostraba una disminución durante los años en que llegaron estos circos europeos a Japón entre 1860 a 1970. Más bien, con la Restauración Meiji, aparecieron una nueva clase de artistas, como muchos samurai que realizaban demostraciones públicas de manejo de espadas para ganar su sustento diario, una vez que su estatus fuese abolido durante la Restauración. Sin embargo, para los 1880, los espectáculos de Edo ya muestra su ocaso, puesto que disminuyeron notablemente en número y vitalidad.
Una de las primeras causas por la declinación de estos espectáculos fue la política legislativa del régimen Meiji a favor de una ley más conservadora o puritana. La ley de 1870 prohibía las exhibiciones engañosas y fraudulentas. Dos años después, en 1872, se emitieron ordenanzas al respecto y al siguiente año, se prohibió la exhibición de deformidades por razones humanitarias y morales (muchos empresarios se aprovecharon de la necesidad de los "prodigios humanos" y les prometían pagarles una buena suma, a cambio que mostrara sus defectos o "prodigios").
Un segundo factor fue la eliminación de los lugares tradicionales de estos misemonos para dar paso a la moderrnidad, como la necesidad del espacio que ocupaban estos misemonos para las recientes oficinas telegráficas. La presencia de entretenimientos mecánicos acabaron por debilitar todas las exhibiciones o espectaculos en vivo. Y con la modernidad, parecía que el ocaso era inevitable. El gramófono ingresó a japón a finales del periodo Meiji y el kinetoscopio en 1896, dando inicio así a los primeros tocadiscos y al cine.
Como vemos, el mercado de los misemono pudo haber continuado, pero la modernidad parecía exigir su extinción. Si no se hubiese dado paso a la modernidad, seguramente los misemonos continuarían hasta nuestros días con el mismo interés de sus inicios. En aquella época, la novedad de los misemonos y su misma naturaleza temporal evitó su desaparición.
Solo cuando un misemono motraba signos de una larga permanencia, corría el riesgo de ser cerrada por las autoridades. Como el caso de una casa de té encantada de Omori en 1830. Era una casa de té decorada con esculturas de fantasmas que era considerada como una obra de arte y no como un misemono en sí, pero en poco tiempo adquirió el estatus de una atracción total (es decir, de un misemono), puesto que atrajo la atención de muchos visitantes locales y foráneos, por lo que fue cerrada por las autoridades locales.
En 1866, un ex-bombero presentó una nueva variedad de kabuki a las audiencias en Edo: en todas las actuaciones se presentaron adolescentes, hombres y mujeres, quienes actuaban sin decir palabra alguna pero moviendo sus labios para hacer como una pantomima del joruri (recitación tradicional japonesa). Esta actividad levantaba ya ciertos cuestionamientos por parte de las autoridades, puesto que abarcaba un área de casi 3700 pies cuadrados y tenía dos pisos para los espectadores. Finalmente, fue cerrada puesto que se convertía en un rival para los teatros autorizados.
PARA SABER MÁS:
En el periodo Edo (1603-1867) es cuando esa necesidad latente por aprender más o por, simplemente, “ver cosas nuevas” alcanza su máximo esplendor. Se cuenta que el origen de los misemono se remonta a las antiguas exhibiciones que se realizaban en los templos y que eran llamados kaichou 開帳, en donde se mostraba alguna reliquia por un periodo corto de tiempo (entre un par de días a unos meses) con el fin de recaudar fondos para los templos.
Como, generalmente, la reliquia permanecía oculta de la vista del público, provocaba la curiosidad de los creyentes que acudían al templo para ver aquella “rareza”. Entre los diversos objetos que se han exhibido, podemos encontrar a monstruos mitológicos japoneses (Kappas) o supuestos demonios o, incluso, a sirenas momificadas que, al final de cuentas, todas eran perfectas obras de taxidermia en donde se unían partes de animales con papel y pegamento. Aunque todo una farsa, llamaban mucho la atención, incluso hasta nuestros días.
(PARA AGRANDAR EL TAMAÑO DE LAS IMÁGENES, HACER CLICK SOBRE ELLAS. VOLVER A HACER CLICK, PARA REGRESAR AL TAMAÑO ORIGINAL).
Supuesto Kappa momificado conservado en el Templo Zuiryuji (Osaka)
(Imagen tomada de Pink Tentacle) |
Supuesta momia de bebé-demonio del Templo Rakanji (Imagen tomada de Pink Tentacle) |
Una de las sirenas exhibidas más famosa fue la sirena de Fiji de P. T. Barnum, que incluso participó en una exhibición en Londres en 1822. Se cree que fue creada hábilmente por un pescador japonés aproximadamente en 1810, puesto que por aquellas épocas se acostumbraba vender sirenas “falsas” como recuerdos a los extranjeros que venían a Japón. Estas sirenas eran simples muñecos que tenían la cabeza de un mono unido con las partes de algún pescado o de otros animales.
Supuesta sirena momificada
(Imagen tomada de Pink Tentacle)
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La destreza en su armado era tal, que era imposible, a simple vista, descubrir que eran totalmente falsas. Aunque ya no se vean fácilmente en exhibición, varias de estas sirenas, así como otros restos momificados de supuestos monstruos mitológicos, las podemos encontrar en varios templos japoneses.
Con el tiempo, el concepto de “misemono” fue más amplio y ya lo podíamos encontrar no solo en las ferias kaichou, sino casi en todas partes, incluso en las mismas calles.
Era común ver ferias callejeras instaladas temporalmente en algún rincón de la ciudad, sea al aire libre o en un recinto cerrado, puesto que solo necesitaba de unas bancas, un toldo (en algunos casos), la plataforma en donde se iba a realizar la presentación y algún afiche publicitando el misemono.
Viendo que los misemono eran una oportunidad para obtener dinero, rápidamente se popularizaron en las calles de Edo (como antiguamente se llamaba Tokyo). Se publicitaban las exhibiciones a través de volantes que eran repartidos cerca de las barberías o baños públicos o, incluso, los mismos organizadores del misemono anunciaban a viva voz el espectáculo en el mismo lugar de la presentación, al mismo estilo de los pregoneros de antaño.
Como todo espectáculo, todos los misemono tenían un costo de admisión. El precio era bastante asequible, en comparación a otros tipos de entretenimiento de la época, lo que la convertía en una forma de entretenimiento para todos, sean pobres o ricos. Una entrada podía costar entre 8 mon (15 centavos de dólar) a 30 mon (50 centavos de dólar) a inicios del siglo XIX; todo dependía del tipo de espectáculo y ciudad en que se presentaba. En cambio, un asiento para una obra de Kabuki podría costar entre 1300 mon (22 dólares) hasta 6000 mon (100 dólares).
Sin embargo, la variedad de misemonos era tal que, incluso, muchos eran “informales” y no tenían precio fijo de admisión, por lo que se cobraba la voluntad del espectador, "pasando el sombrero" a mitad del espectáculo. Con este pago, el espectador podía disfrutar de un espectáculo por unos pocos minutos antes que deba retirarse del lugar para dar espacio a los otros espectadores que también querían ver el misemono; mientras que los asistentes a una obra Kabuki tenían derecho a horas de entretenimiento por el precio de su ticket.
En estos misemonos "callejeros" (para diferenciarlos de los misemonos de los templos o ferias kaichou, que fueron los antecedentes de los misemonos en sí), también debemos incluir a los vendedores, sean ambulantes o formales quienes, por la necesidad de vender sus productos, realizaban pequeños actos para atraer la atención de sus clientes, como el caso de los vendedores de dulces o golosinas de la época. Por ejemplo, los vendedores de tokoroten (gelatina de agar-agar endulzada) manejaban larguísimos ohashi (palillos para comer) con gran destreza para entregar el producto a sus clientes, incluso si éstos se encontraran en el segundo piso de la casa, ofreciendo un pequeño espectáculo de destreza .
Empaque de Hangontan (Imagen de Kanpouyaku no Kigusuri) |
Sobre los misemonos como tales, en donde se limitaban a exhibir algo o a alguien solo para entretener al público, la lista es muy larga, pero podemos mencionar unos cuantos ejemplos llamativos.
Comenzando esta lista, tenemos a las exhibiciones de “prodigios humanos". Podemos ver el caso del año 1778 con la "niña-demonio", una jovencita con una fealdad considerada como "sobrenatural"; la “niña-escroto”, otra jovencita con una apariencia femenina normal, salvo por una enfermedad genética que le hizo desarrollar un escroto bien definido (año 1806). O el caso de la "niña-oso", que era una jovencita cuyo cuerpo estaba cubierto completamente de un manto de piel negra. También hubo exhibiciones de gigantes, como el de Oyome, una mujer con 7'3" de alto (aproximadamente 2,13cm) o de Chan Cheng-Chiu, un gigante de 8" de alto (aproximadamente 2,43) que vino de Nanking (China) y quien fue él último representante de esta galería de “prodigios humanos”.
Persona con alguna enfermedad congénita que era exhibido como misemono (Imagen tomada de Ebay) |
Sobre las exhibiciones de habilidades o capacidades superhumanas, podemos destacar unos cuantos: Kirifuri Hanasaki Otoko, el hombre que podía tragar grandes cantidades de aire y exhalarlas en flatulencias melodiosas (año 1774). O la de Hajikara Kiemon, quien podía romper tazas de porcelana con sus dientes o sostener una campana del templo entre sus dientes (1841) o la de un adolescente que tenía la habilidad de sacar sus globos oculares y regresarlas a sus cuencas cada vez que quería (1840). También encontramos a los Ashigei, que eran los artistas que podían usar sus pies si fueran sus manos y podían llenar una pipa, hacer fuego o hacer ikebana, los tragadores de fuego o el caso de una mujer ventrílocua que era ciega, por solo nombrar unos cuantos ejemplos.
(Imagen tomada de Yajifun) |
Lo grotesco o lo morboso tampoco podía estar ausente en esta lista de misemonos. En una feria kaichou de 1838 se mostraron manequíes que recreaban diversas formas de muertes no naturales con manequíes que representaban a cadáveres mutilados atados a troncos, cabezas desmembradas, etc. O hubieron otros misemonos, en donde mujeres jóvenes maquilladas recargadamente y vistiendo opulentos trajes. Su acto consistía simplemente en quedarse sentadas sin moverse y mostrando sus genitales a clientes morbosos. Aquellos espectadores que eran capaces de aguantarse la risa por la vergüenza o pena ante el acto, recibían un pequeño premio.
Y lo educativo, tampoco podía faltar dentro de los misemonos. En 1864 se exhibieron modelos que representaban, casi de forma realista, a un útero abierto en las distintas fases de desarrollo de un feto durante el periodo de gestación, en una exhibición llamada “diez meses de gestación”. El detalle de los modelos era perfecta, incluso para nuestros días.
Pero no solo se exhibieron modelos estáticos, sino también movibles, como los karakuri ningyo ("muñecos con dispositivos” o más comúnmente, “iki ningyo” ("muñecos vivientes"). Se exhibieron muñecos capaces de realizar una variedad limitada de movimientos repetitivos, accionados únicamente por medio de engranajes. Como la exhibición de 1813, en donde una anciana pudo hacer que las muñecas bailaran y tocaran instrumentos sin ninguna ayuda humana, conectando simplemente sus mecanismos a una rueda de agua en Asakusa.
Imagen tomada de Live Jornal (Kelly Sears Smith) |
Hubo casos de algunos empresarios más osados, como el de un empresario quien en 1798 en Fukagawa (dentro de Tokyo) no tuvo una mejor idea que pintar la imagen del Buda de Shinagawa en uno de los lentes del telescopio que alquilaba.
Nozoki Karakuri (imagen de The Museum of Osaka University) |
El espectador veía únicamente una sucesión de imágenes sobre un rollo, algunas veces con leyendas escritas. Las escenas frecuentemente estaban en un estilo de “imagen flotante” de uki-e, que daba la ilusión de profundidad.
Ya a comienzos del siglo XX, llegan los circos a Japón, entrando casi en competencia con los misemonos locales. En 1864 llegó a Japón el primer circo moderno con el "Profesor Risley", quien trajo desde los Estados Unidos a una tropa de artistas y animales. Dos año después, recluta a dos docenas de artistas callejeros locales (entre acróbatas, artistas de ashigei, entre otros) para un tour de dos años a los Estados Unidos.
Después del circo de Risley, llegaron otros circos a Japón, como el francés Soullier y el italiano de Chiarini, en donde mostraban actos de acróbatas, animales y payasos.
Con el tour del circo del Profesor Rysley, "The Imperial Japaneses Troupe" ("La Compañía Imperial Japonesa") los artistas japoneses comenzaron a ser una atracción en los circos y espectáculos europeos durante la última mitad del siglo XIX. Aquí no podemos dejar de mencionar a Larry Houdini, el famoso escapista estadounidenses de todos los tiempos, quien aprendió sus técnicas de regurgitación de un acrobata japonés, Sankichi Akimoto. Esta era una técnica vital para los actos de escape de Houdini, puesto que era el secreto de sus escapes, ya que con esta técnica podía tragar y regurgitar a voluntad las llaves con las que podía abrir los candados o esposas.
El número de espectáculos de misemono no mostraba una disminución durante los años en que llegaron estos circos europeos a Japón entre 1860 a 1970. Más bien, con la Restauración Meiji, aparecieron una nueva clase de artistas, como muchos samurai que realizaban demostraciones públicas de manejo de espadas para ganar su sustento diario, una vez que su estatus fuese abolido durante la Restauración. Sin embargo, para los 1880, los espectáculos de Edo ya muestra su ocaso, puesto que disminuyeron notablemente en número y vitalidad.
Una de las primeras causas por la declinación de estos espectáculos fue la política legislativa del régimen Meiji a favor de una ley más conservadora o puritana. La ley de 1870 prohibía las exhibiciones engañosas y fraudulentas. Dos años después, en 1872, se emitieron ordenanzas al respecto y al siguiente año, se prohibió la exhibición de deformidades por razones humanitarias y morales (muchos empresarios se aprovecharon de la necesidad de los "prodigios humanos" y les prometían pagarles una buena suma, a cambio que mostrara sus defectos o "prodigios").
Un segundo factor fue la eliminación de los lugares tradicionales de estos misemonos para dar paso a la moderrnidad, como la necesidad del espacio que ocupaban estos misemonos para las recientes oficinas telegráficas. La presencia de entretenimientos mecánicos acabaron por debilitar todas las exhibiciones o espectaculos en vivo. Y con la modernidad, parecía que el ocaso era inevitable. El gramófono ingresó a japón a finales del periodo Meiji y el kinetoscopio en 1896, dando inicio así a los primeros tocadiscos y al cine.
Como vemos, el mercado de los misemono pudo haber continuado, pero la modernidad parecía exigir su extinción. Si no se hubiese dado paso a la modernidad, seguramente los misemonos continuarían hasta nuestros días con el mismo interés de sus inicios. En aquella época, la novedad de los misemonos y su misma naturaleza temporal evitó su desaparición.
Solo cuando un misemono motraba signos de una larga permanencia, corría el riesgo de ser cerrada por las autoridades. Como el caso de una casa de té encantada de Omori en 1830. Era una casa de té decorada con esculturas de fantasmas que era considerada como una obra de arte y no como un misemono en sí, pero en poco tiempo adquirió el estatus de una atracción total (es decir, de un misemono), puesto que atrajo la atención de muchos visitantes locales y foráneos, por lo que fue cerrada por las autoridades locales.
En 1866, un ex-bombero presentó una nueva variedad de kabuki a las audiencias en Edo: en todas las actuaciones se presentaron adolescentes, hombres y mujeres, quienes actuaban sin decir palabra alguna pero moviendo sus labios para hacer como una pantomima del joruri (recitación tradicional japonesa). Esta actividad levantaba ya ciertos cuestionamientos por parte de las autoridades, puesto que abarcaba un área de casi 3700 pies cuadrados y tenía dos pisos para los espectadores. Finalmente, fue cerrada puesto que se convertía en un rival para los teatros autorizados.
El misemono estuvo libre de sanciones legales durante el periodo Edo, pero muchas veces eran cerrados, pero no era a causa de alguna transgresión a la ley, sino porque simplemente constituían una amenaza frente a los otros tipos de entretenimiento.
Vista de carteles de misemono en alguna feria de Japón (imagen tomada de Technical Lure Fishing)
Aunque la época de oro de los misemonos ya acabó, muchos misemonos continuaron con el tiempo, incluso hasta nuestros días, más que nada, como exhibiciones de personas con alguna destreza o habilidad. Sea el lugar o el tiempo, vemos que esa curiosidad innata que los empresarios del entretenimiento querían explotar y obtener buenas ganancias, nos recuerda a la que tenían los estadounidenses y europeos con sus muchas ferias de fenómenos, como la "mujer barbuda", el hombre más fuerte del mundo", entre otros, que seguramente hemos visto en no pocas películas antiguas.
PARA SABER MÁS:
- Los 24 Modelos de la Piedad Filial
- HODGE, Marguerite. Enigmatic Bodies: Dolls and the Making of Japanese Modernity. Nineteenth Century Art Worldwide
- MARKUS L., Andrew. The Carnival of Edo: Misemono Spectacles from Contemporary Accounts. Harvard Journal of Asiatic Studies. Vol. 45, No. 2 (Dec., 1985)
- Pink Tentacle. 19th-Century Pregnant Dolls