Hace poco tuve una entrevista de trabajo que
nuevamente me enfrentó con mi pasado.
Cuando el jefe de área lanzaba las clásicas preguntas:
“¿cómo te ves dentro de cinco años?”, ¿cuáles son tus planes para el próximo
año?”, yo ya estaba ordenando mis ideas mentalmente para dar la mejor respuesta
posible, pero, de repente, mi inconsciente (o consciente, diría yo), parecía
que decidió sabotearme el momento, porque automáticamente me mostraba pequeños
flashbacks de aquellos momentos, muy pasados momentos para mí, que si bien no fueron
determinantes para decidir lo que haría dentro de 5 años, fueron esenciales
para influir en lo que podría haber hecho hoy y, seguramente, para los próximos
5 años.
Esos flashbacks me remontaron a la época cuando cuidaba
a una tía enferma en la casa, como les había comentado en un post anterior, y
que literalmente absorbió todo mi tiempo y dinero en esos 2 años. Si hace 2
años estuviera recordando estos tristemente llamados “recuerdos”, estaría
escribiendo este post en un mar de lágrimas, con mi caja de kleenex al costado.
Pero no, ahora escribo este post tranquilamente y disfrutando de un yogurt de
fresa, porque felizmente tengo una memoria selectiva y poco a poco olvido los
episodios desagradables, llegando incluso a tener cierta “amnesia”, algo muy beneficioso en estos casos (pero claro,
tengo que dejar pasar un poco de tiempo para llegar a este estado de
“amnesia”).
Esos flashbacks me hicieron acordar del momento en que
estuve a punto de seguir un curso de postgrado, pero tuve que dejar pasar la
oportunidad, porque mi tía se enfermó y no había nadie quien quería ayudarla; o
la vez que… en fin, ya ni me acuerdo, porque como les dije, tengo una memoria
selectiva, que gracias a dios, ya se está convirtiendo en amnesia, y me estoy
olvidando aquello que no me sirve, aquello que me hace daño, porque si bien ayudar a alguien es gratificante, muchas veces resulta ser una carga muy pesada que tiene consecuencias.
Y así, desde hace tres años, dejé que el vicio de la
procrastinación se apodere de mí, y fui dejando los retos (léase “seguir una
maestría o una especialización”, viajar, etc.) para “más tarde, porque ahora tengo a una tía
que cuidar”. Ese “más tarde, porque ahora tengo a una tía que cuidar” se
convirtió en una excusa perfecta para dejar que esta auto-desidia sea la que
rija mi vida, pero poco a poco estoy aprendiendo a que quererme más y a no dar el 100% en algo que al final me va a dañar y por eso, simplemente, trato de olvidar, aunque no es
fácil, porque aún tengo que verla, aunque se encuentre en una casa de reposo.
Bueno, en esos momentos de la entrevista de trabajo,
me puse en blanco por segundos y ya ni recuerdo lo que dije, pero seguro no fue
un plus a mi hoja de vida, puesto que al final no pasé la entrevista. Por eso
será que no me gustan las entrevistas de trabajo, porque me recuerdan muchas
cosas que ya pasó para mí. Como dice una canción de José José: “Ya lo pasado, pasado
no me interesa… si antes sufrí y lloré, todo quedo en el ayer…” (Ojalá
que muy pronto pueda cantar lo que sigue de la canción: “ya olvidé, ya olvidéee,
ya olvidéeee”).
Antes,
muchos años atrás, en la época que vivía mi oba, se acostumbraba a cuidar a los
padres o al oji u oba en casa, sobretodo si estuvieran enfermos. No se
escuchaba siquiera la palabra “asilo” o “casa de reposo”, porque se suponía que
la hija o la nuera era quien tenía que encargarse de cuidar al padre o al
suegro, así nos decía mi oba. Muy rara vez se pedía la ayuda de alguien, o
siquiera los servicios de una enfermera, por lo que era “normal” (por lo menos
en mi familia), tener a la oba o al oji en casa, incluso cuando estaban
enfermos. Para mi era normal ver a mi mamá cuidando a mi papá o a mi oba
cuando estaban enfermos, y no me parecía raro verla dedicando su tiempo libre
incluso para pasarlo junto a ellos, y sobretodo, no me parecía nada raro que
ella hiciera todo ese trabajo (porque era bastante trabajo: prepararles comida
especial a parte de la comida del resto de la familia, cambiarles la ropa,
asearles, etc.) sin siquiera mostrar algo de estrés o cansancio mental. Por lo
que cuando me tocó a mi hacer ese papel, de cuidar a mis mayores, me di de
bruces con la realidad, porque la realidad era muy distinta.
Los tiempos
habían cambiado, ya que en la época de mi mamá, hablamos de casi 30 años atrás,
había una tienda familiar, había unión familiar (en donde las tías se turnaban
para cuidar a mi oba) y mi mamá pasaba los 50 años (es decir, una edad madura,
en la que se supone que ya uno ha logrado consolidarse tanto personal como
profesionalmente), por lo que no se percibía un ambiente de estrés o de
frustración por la carga misma que conlleva de cuidar a un familiar enfermo en
casa. Pero, en mi caso, ya no había una tienda familiar, sino que cada uno
respondía por su profesión, por su propio trabajo; no había unión familiar
(cada uno iba por su cuenta) y yo, con 30 años a cuestas con las aspiraciones propias de una persona joven en busca de mayores oportunidades a nivel personal y profesional. Esto último se mezcló con el propio estrés y la
frustración por una procrastinación “auto-impuesta”, lo que provocó que decidiera a
no seguir con la enseñanza de mi oba: pedí ayuda a mi hermano mayor y juntos
internamos a mi tía en una casa de reposo. Ya no más en casa.
Suena algo cruel, pero los tiempos han cambiado, y si bien, entre mi hermano y yo "aguantamos" esa obligación tácita de cuidar a los mayores, en este caso, a una tía con demencia senil, ya no podíamos hacer solos ese trabajo, porque también teníamos nuestras propias aspiraciones que queríamos cumplir, y en eso también estaban conjugados los deseos de mi mamá e incluso de mi papá, a quien ya no tenemos a nuestro lado; porque ellos siempre han querido que sus hijos avanzaran. Si dedicáramos todos nuestros esfuerzos por mantener a mi tía en casa aún con esa enfermedad, estaríamos no solo limitándonos sino también decepcionándonos a nosotros mismos y a nuestros padres.
Es como un sentimiento confuso entre culpa (“¿seré egoista?”) y alivio (“¡por fin!”) por haber optado por hacer que otros cuiden de mi tía, como si fuese el propósito de este post el hacer un mea culpa o una catarsis de todo esto, pero es posible que muchos jóvenes hayan pasado por esto, o lo esten pasado. En la casa de reposo donde está internada mi tía, también hay otras familias nikkei que han decidido dejar a sus padres enfermos en ella, ya sea porque no hay nadie quien pueda cuidarlos en casa o porque la misma enfermedad de los padres hace que la vida en casa se vuelva insoportable para los otros miembros de la familia. Ahora, es común escuchar familias, incluso familias nikkei, que han internado a sus padres enfermos en casas de reposo o han contratado a enfermeras que los cuidan. Algo impensable hace décadas atrás.
O incluso, hay algunos niños que piensan que es normal la idea de los asilos, que el destino de los abuelos es una casa de reposo, como por ejemplo, un tío nos comentó que su nieto, al ver que había una casa de reposo al frente de su casa, le dijo que cuando sea más viejito, que no se preocupara, porque él viviría en esa casa y ahí lo cuidarían, claro, que todos lo tomaron en tono de broma. Por eso, me doy cuenta que los tiempos han cambiado, que lo que una vez nuestro oji u oba nos enseñaron, nosotros, los más jóvenes, somos quienes seguimos sus ejemplos o enseñanzas, pero lo hacemos o interpretamos “a nuestra manera”.
Es como un sentimiento confuso entre culpa (“¿seré egoista?”) y alivio (“¡por fin!”) por haber optado por hacer que otros cuiden de mi tía, como si fuese el propósito de este post el hacer un mea culpa o una catarsis de todo esto, pero es posible que muchos jóvenes hayan pasado por esto, o lo esten pasado. En la casa de reposo donde está internada mi tía, también hay otras familias nikkei que han decidido dejar a sus padres enfermos en ella, ya sea porque no hay nadie quien pueda cuidarlos en casa o porque la misma enfermedad de los padres hace que la vida en casa se vuelva insoportable para los otros miembros de la familia. Ahora, es común escuchar familias, incluso familias nikkei, que han internado a sus padres enfermos en casas de reposo o han contratado a enfermeras que los cuidan. Algo impensable hace décadas atrás.
O incluso, hay algunos niños que piensan que es normal la idea de los asilos, que el destino de los abuelos es una casa de reposo, como por ejemplo, un tío nos comentó que su nieto, al ver que había una casa de reposo al frente de su casa, le dijo que cuando sea más viejito, que no se preocupara, porque él viviría en esa casa y ahí lo cuidarían, claro, que todos lo tomaron en tono de broma. Por eso, me doy cuenta que los tiempos han cambiado, que lo que una vez nuestro oji u oba nos enseñaron, nosotros, los más jóvenes, somos quienes seguimos sus ejemplos o enseñanzas, pero lo hacemos o interpretamos “a nuestra manera”.
Ahora la
vida es más competitiva, más rápida, más estresante. Y eso es lo que muchas
veces, no nos permite, sobretodo a los jóvenes, ir a la par de esa vida tan
agitada con lo que nos enseñaron nuestros oji u oba, como en mi caso, que me
dijeron que los hijos tenían que cuidar a los padres en casa. Pero, yo aún
tengo a mi mamá, y para darle tranquilidad y mejor vida, preferimos internar a
mi tía en la casa de reposo, donde no le falta lo material, pero si lo
afectivo; porque con tanto estrés y sentimientos encontrados, no podría ofrecer
nada bueno a nadie, ni a mi misma. Como mi hermano me aconsejó últimamente: “se
ayuda en lo que se pueda”. Y es verdad. Juntando lo que dijo mi oba con lo que
me dijo mi hermano: “hay que cuidar de los mayores, pero en lo que se pueda”.
Porque los tiempos han cambiado, y si no vamos a la par con la vida misma, no
lograremos nada, ni para nosotros mismos ni para nuestra familia. Se podría decir que, lo que una vez mi oba nos dijo, la estamos poniendo en práctica, pero lo hemos "modernizado"