martes, 18 de marzo de 2014

Una Foto Curiosa: Una Parte de Naha (Okinawa) y Una Parte de la Plaza Dos de Mayo (Lima-Perú)

Vista de la ciudad de Naha, destruida durante la guerra en Okinawa (década de los 40).
Podemos ver algunas construcciones en pie. Una de ellas, ¿no se parece a uno de los edificios que circundan la Plaza Dos de Mayo en Lima (Perú)?
¿Qué opinan?

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Una vista de la ciudad de Naha (Okinawa), mostrando algunas edificaciones aún en pie después de la guerra.
Imagen tomada de Mick's Okinawa Scrapbook
Imagen tomada de La Lima Que Se Fue...
Vista de uno de los edificios que circundan la Plaza Dos de Mayo (Lima, Perú).


FUENTES DE LAS IMÁGENES:


jueves, 13 de marzo de 2014

"Ganbatte" y "Suerte": ¿Cuestión de Suerte... o del Esfuerzo? (Un Recuerdo de mi Oba)

Cada día, se aprende algo nuevo, o tal vez, se recuerda algo con nostalgia, como me pasó ayer. Ayer había escrito un post en el Facebook (13/MAR/2014) sobre la medicina natural de mi oba y varias personas habían comentado sobre el tema, compartiendo, más que nada, sus experiencias personales. 

Es algo inevitable, pero en toda conversación, sea en persona o virtual, uno suele irse por las ramas y traer consigo o, mejor dicho, desenterrar recuerdos que, muchas veces, el tiempo se encarga de borrarlos. 
Pero hay recuerdos que, realmente, no deberían olvidarse por el simple paso de los años o de la modernidad, sino que deberían permanecer en nuestra memoria no como un simple recuerdo que queda solo en la nostalgia de haberlo vivido sino, más bien, como un ejemplo de vida que perdure a través de las generaciones. 

Conversando con Raúl Matsumoto (un nikkei argentino que conocí a través del Facebook) sobre el tema de la medicina natural que había publicado ayer, me sugirió amablemente escribir sobre las diferencias entre la cultura occidental y japonesa, vistas a través de las palabras “ganbatte” y “suerte”. 

Realmente, en el internet podemos encontrar varios blogs que ya han escrito sobre este tema. Pero, la palabra “ganbatte” tiene para mí un significado especial, porque me recuerda, en una sola palabra, la vida llena de trabajo y esfuerzo y hasta, quizás, de sacrificios que pasó mi oba, como seguramente pasaron muchas otras oba u oji que vinieron a buscar un futuro mejor en un país distinto. 

Ganbatte”, para los que no saben su significado, es una palabra japonesa que significa literalmente “¡Esfuérzate!” o "¡Haz tu mejor esfuerzo!" o, según nuestra perspectiva occidental, sería "!Buena suerte!" y se usa generalmente cuando, por ejemplo, una persona está emprendiendo un nuevo proyecto o trabajo y alguien quiere desearle lo mejor, darle ánimos y, sobretodo, desearle “toda la suerte del mundo”, como nosotros comúnmente decimos.

En cambio, nosotros, solemos decir "!Buena suerte!" en lugar del “¡Esfuérzate!” ("¡ganbatte!"), porque parece que pensamos que los sueños solo pueden ser posibles con la ayuda de la “suerte” o del destino.
Pero, realmente, las cosas que uno realmente quiere, no se hacen con magia o se obtienen siempre con suerte y ayuda del destino, sino que se consiguen, más que nada, con el propio esfuerzo y ya lo demás, viene por sí mismo, sea la suerte o el destino que queramos. 

Seguro que muchos jóvenes nikkei, que apenas llegan a los 20 años y sobretodo los más chicos, no entenderán muy bien esta “filosofía de vida” de mi oba (como así yo la llamaría). Seguramente, estos chicos, contagiados por los modernísimos deseos que comúnmente escuchamos (y leemos en las redes) y que están cargados de “buenas vibras”, “que todo te salga genial” o “que tengas mucha suerte”, pecan de pitonisos al creer que al usarlos, están augurando un futuro próspero a su(s) amigo(s). 

Para mí, ya sería muy raro escuchar (o leer) que un joven o adolescente responda con un “¡Trabaja mucho para que lo consigas!” o hasta un “¡Esfuérzate!” bienintencionado cuando uno de sus amigos dice que quiere “ganar el campeonato de fulbito” o quiere “ingresar a la universidad al 1er intento”, sin que lo tomen a mal los demás. 

Seguro, quizás, ese “!Esfuérzate!” que sería aconsejable usar, podría haber sido malinterpretado por esa frase que comúnmente escuchábamos cuando éramos niños: “¿Quieres?.. ¡Compra!”, mientras que el niño se volteaba de un sopetón. Una frase tan común y hasta aniñada que muchos habremos escuchado cuando veíamos a otro niño comiendo unas galletitas de chocolates y ante nuestro “¿Me invitas?”, éste nos respondía con tremenda frase y vueltita de espalda, que para la edad que teníamos, era como una bofetada a nuestro orgullo (y antojo). 
O el “¿Lo quieres?...!Pues, trabaja!” que seguramente, habremos escuchado de nuestros padres cuando ya éramos un poco más grandes. Porque, como dicen, “el que quiere celeste…que le cueste”. Y es verdad. 

Todo en la vida es a base de esfuerzo y trabajo, nada se consigue fácilmente. Recuerdo que mi oba nunca nos enseñó la palabra “¡Ganbatte!”. No sé por qué. Ella, simplemente, hacía las cosas y hablaba poco. Es como dice el dicho "una imagen, vale más que mil palabras" y seguramente, con todo lo que ella hacía, ya lo decía todo y las explicaciones estaban de sobra. 

Más bien, fue mi mamá quien me enseñó esta palabra, cuando yo estaba empezando el colegio. “Quiero que saques buenas notas. Así que, estudia bastante… !Ganbatte!” era lo que mi mamá me decía. Y siempre me esforzaba. El resultado: terminé el colegio con buenas calificaciones y así pude ingresar fácilmente a la universidad. 

No era "cuestión de suerte” o “Ser lechera”, como algunos amigos me decían. Era, más bien, cuestión de “esfuerzo y trabajo”, como así lo hubiera dicho mi oba. Y claro, no estaba demás escuchar los “¡Que tengas suerte!” que me decían algunos amigos y familiares para animarme cuando tenía que inscribirme para ingresar a la universidad. 

Aunque los tiempos y las generaciones son distintas, lo cierto es que hasta ahora me sirve como inspiración personal el ejemplo vida de mi oba, que estuvo llena de esfuerzo y trabajo.
Mi oba llegó al Perú acompañado de mi oji en 1918 para buscar un futuro mejor de la que tenía en Okinawa. Al principio, trabajaron en una hacienda azucarera como peones. No sé por cuánto tiempo habrán estado trabajando en ella si fueron muchos años o, quizás, solo fue por un par de años y luego se dedicaron a muchos oficios, pero ya la memoria de mi mamá no es muy buena y a mí, nunca se me ocurrió preguntar a mi oba ni por curiosidad la historia de su vida, quizás porque tenía apenas unos 6 años y muchas ganas de jugar y no de preguntar. 

Pasó el tiempo y ya mis abuelos (mi oji y mi oba) lograron reunir el capital suficiente para comprar su primera tienda. “Es hora de ser independientes”, seguramente habrán pensando así.

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Permiso de trabajo de mi oba para trabajar en el cafetín. 
(Lima, 1929).
Aprovechando la facilidad para instalar un cafetín en aquellas épocas y seguro también, para aprovechar la sazón de mi oba, compraron una casa-tienda a unos conocidos, también japoneses como ellos. Tuvieron suerte que estos conocidos querían vender esa tienda, puesto que ya tenían otra cerca del lugar. Pero eso, sí, había que esforzarse y trabajar mucho, para recuperar la inversión y comenzar a ahorrar para, tal vez, enviar algo de dinero a la familia que dejaron en Okinawa, ahorrar para ellos mismos o quizás, en un futuro no muy lejano, regresar nuevamente a la Okinawa que dejaron. 

Al principio, solo trabajaban en el cafetín mi oji junto con mi oba. Mi oba se dedicaba a preparar la comida y mi oji, a comprar los insumos en el mercado central y a atender a los comensales que, con el paso de los años, iban en aumento. Los años pasaron y ya no solo se podía ver el fruto de tanto esfuerzo y trabajo, sino también, la llegada de los hijos.
Mi oji y mi oba junto con sus hijos pequeños
(Lima-Perú, año 1935, aprox.)
Ahora, con mayor razón, tenían que trabajar y esforzarse más. “Hay que aprovechar la suerte que tenemos”, paradójicamente hubiera dicho mi oji, al ver que les iba bien en el negocio, al que dedicaron muchas horas de trabajo y esfuerzo. 
Y así, ambos siguieron trabajando juntos, viendo que sus ahorros ya no solo eran parte de sus sueños, sino eran parte de su rutina de vida y trabajo. Hasta que mi oji enfermó. 

Fue el primer golpe a esa “suerte” que, seguramente, mi oji hubiese pensado que tenía. Tenía unos 40 años, cuando le diagnosticaron tuberculosis. Una simple placa de Rayos X mostraba unas manchas en uno de sus pulmones. El médico revisó la placa y con poca certeza en su diagnóstico (validado, quizás, por la pobre tecnología disponible en esos tiempos), confirmó que mi oji padecía de esa enfermedad, que era común por aquellas épocas.
Un clima seco, una buena alimentación y con los medicamentos necesarios, va a mejorar”, fue la recomendación del médico. 
Mi oba, con sus hijas aún pequeñas y con una suerte ahora incierta; pidió a unos conocidos hospedaje para mi oji, también japoneses como ella, que vivían en Jauja. Era la primera vez que tenía que separarse de su esposo, ahora ya enfermo, pero era necesario. 

El clima húmedo de Lima iba a empeorar su enfermedad y Jauja era la única solución. Cada cierto tiempo, mi oba viajaba a Jauja para llevarle las cosas que necesitaba: las medicinas, algo de su comida favorita y ropa, pero sobretodo iba porque quería verlo, aunque sea cada cierto tiempo, y regresar un poco más animada a Lima. 
De cuando en cuando, cuando las visitas no eran suficientes, mi oba sentía el apoyo de su esposo, a pesar de la distancia, con las cartas que mi oji le enviaba.

Una de las hojas de las varias cartas que mi oji enviaba a mi oba. Jauja, año 1944, aprox.

No es fácil para una mujer joven cuidar sola a los hijos pequeños y tener lejos a su esposo enfermo.
Un día, mi oba viajó a Jauja, como siempre lo hacía, pero esta vez, llevó a todas sus hijas y la acompañaban algunos familiares cercanos. Mi oji había fallecido. Mi oba solo pensaba en despedirse de mi oji que yacía en una cama de hospital, mientras que los familiares se encargaron de los trámites del entierro y luego, de su traslado hacia Lima.
Algunos conocidos de mi oba, colocando flores en la tumba de mi oji en Jauja, antes de su traslado hacia Lima.(Jauja, año 1944)
Todo había cambiado, mi oji ya no estaba con ella. Pero la vida, a veces, es impasible y no espera, sino que continúa. 
Ahí estaba todavía el cafetín y las hijas, entre ellas mi mamá, con apenas 12 años. Por ellas había que esforzarse. Atrás debía de quedar la tristeza, aunque, como hace unos años me contó mi mamá, era una tristeza que luego, se convertía en frustración. 

Mi mamá me contó que, años después de su fallecimiento, descubrieron que esas “manchas” en uno de sus pulmones, eran unas lesiones antiguas de niñez. Habrá sido por la preocupación del momento o, tal vez, por confiar demasiado en ese médico y su tecnología obsoleta que mi oba no recordaba aquello que mi oji le contó hace mucho tiempo atrás. 

Mi oji cuando era pequeño, así como todos los niños, le gustaba jugar mucho al aire libre y solía treparse a los árboles. Un día, parece que su equilibrio le jugó una mala pasada y se cayó del árbol. Aparentemente, no le había pasado nada, salvo los moretones y golpes que tenía por la caída. Hasta que llegó al Perú. 
Recién a los 40 años, se saca una placa radiográfica de sus pulmones por una molestia que tenía, aparentemente era una revisión de rutina, pero que terminó confirmando que esa antigua caída de niñez, había lesionado uno de sus pulmones. 
Realmente, no era grave, pero la medicina que le habían administrado para la tuberculosis supuestamente diagnosticada resultó ser literalmente fatal, que acabaron por debilitarlo y consumirlo. Ya no había forma de regresar al pasado y tal vez, cambiar el destino o la suerte

Lo único que quedaba era trabajar duro y no dejar que la pena o tristeza (y quizás, la impotencia por no haber recordado ese recuerdo de infancia), acabaran con lo que tanto esfuerzo habían conseguido mis abuelos: tener un negocio propio.

Los años pasaron y ya las hijas crecieron. Y el negocio también. Mi oba y mi mamá, junto con otras tías, trabajaron y se esforzaron mucho en el negocio familiar, al que llamábamos la “tienda”. Con la "tienda", mi oba pudo darles educación a cada una de sus hijas y darles una casa cuando se casaron. E incluso, a los nietos, nos ayudó para estudiar la educación básica y superior. Y todo, ha sido fruto del esfuerzo y trabajo que mi oba dedicó a la tienda, a pesar de ese destino un tanto adverso: días que parecían interminables, abriendo desde muy temprano y cerrando cuando ya era de noche y nosotros ya estábamos durmiendo o los muchos fines de semana que pasábamos sin mi mamá en la casa porque estaba trabajando en la tienda. Eso era lo que más recuerdo de cuando era muy pequeña. 

Todos trabajaron en esa tienda, incluso mi papá. Cuando se casó con mi mamá, también trabajó en esa tienda, dedicándole muchas horas de trabajo mientras que mi mamá se quedaba en casa cuidándonos. Pero, a veces, la suerte resulta ser muy injusta. 

A los pocos años de una aparente “buena suerte”, a mi papá también lo diagnosticaron con un problema pulmonar y lo internaron en un hospital. 
Mi oba, quizás, recordando aquello que vivió con mi oji, pensó en trasladarlo a una clínica privada en donde lo cuidarían y tratarían mejor y así, quizás, evitarle a mi mamá el duro camino que ella tuvo que vivir sin mi oji. Pero, mi papá, no lo quiso así. 
Decidió internarse en el hospital porque tenía el famoso “carnet del asegurado” y no quería causarle mayores problemas a mi oba. Pero, creo que fue una mala decisión. 

Al final, mi papá, quizás presintiendo algo malo que iba a ocurrir, pidió que llamaran a mi mamá. No se sentía muy bien en ese hospital, algo pasaba, que hasta él mismo podía ver y sentir. Era como un rumor que corría de pasillo en pasillo, pero en secreto. No quería que lo viéramos así y solo mi mamá pudo conversar con él. A los pocos días, mi papá falleció, casi a la misma edad que mi oji. 

Sería innecesario contarles lo que pasó después, porque sería como volver a repetir la historia de mi oji. 

Mi mamá, al igual que mi oba, sacó fuerzas de donde no la tenía y nos sacó adelante, aún con la pena a cuestas y con hijos pequeños aún por quienes trabajar. Y así fue. Al final, el esfuerzo no fue en vano, porque ahora, puedo compartirles esta bonita, aunque algo triste, experiencia de vida de mi oba y de mi mamá y que puede haberse repetido, quizás, en muchas otras familias.

Pero como toda historia, hay momentos buenos y malos, como debe ser la vida, ¿no? Aquí no hubo suerte de por medio, sino solo trabajo y esfuerzo. El esfuerzo y trabajo duro es lo que realmente vale, si uno desea alcanzar sus objetivos y si en caso que la “suerte” no nos favorezca a veces, como a mi oba o a mi mamá, si uno se esfuerza y trabaja duro, pues, la “buena suerte” vendrá por sí sola y todo lo demás, será por añadidura, como le pasó a mi oba y a mi mamá. 

Por eso, como me mencionó Raúl acerca de las palabras “ganbatte” y “suerte”, creo que sus significados, después de todo, no son tan diferentes y, ahora que lo pienso, creo que están muy relacionados. Porque, realmente, hay que “esforzarse y trabajar duro” para tener buena suerte en todo, ¿no?  Es cuestión de suerte…o, mejor dicho, del esfuerzo.

jueves, 6 de marzo de 2014

La Comida Casera de mi Oba (Un Pequeño Recuerdo de Algunos Platos Okinawenses)

“¿Y hoy, qué cocinaré?”. Es la pregunta que creo que muchas personas se harán. Ya los tiempos cambian y ya no son los mismos que los de nuestra niñez. Recuerdo que cuando era niña, los almuerzos consistían en una entrada, un almuerzo acompañado siempre de su sopa y una jarra llena de refresco para todos. 

Mi mamá solía prepararnos el almuerzo antes de irse a trabajar a la tienda. Empezaba su día levantándose a las 5 de la mañana para que así le alcance el tiempo para todo. Hasta se daba el lujo de preparar leche de soya en forma casera (que es la preparación más trabajosa que he visto, en donde hay que hervir, licuar, exprimir y filtrar los frijoles de soya), solo porque unas tías le comentaron que la leche de soya era muy buena para nosotros los chicos. 

En esos tiempos, parece que realmente había tiempo para cocinar. ¿Se imaginan cocinar ahora un almuerzo completo (entrada, segundo, sopa y refresco) en tamaño familiar todos los días? Ahora que soy yo quien tiene que cocinar en la casa, se me hace una misión imposible. 

En aquellos tiempos, siempre escuchaba que preguntaban en mi casa “y hoy, ¿qué quieres comer?” y si a uno se le antojaba comer un arroz con pollo acompañado de una sopa criolla y unas papas a la Huancaína, pues, no había problema, en el almuerzo ya todos nuestros antojos estaban servidos y puestos en la mesa. Pero ahora, la frase de casi todos los días es “¿qué cocinaré hoy?” 

Por el trabajo y la rutina en sí, nuestros almuerzos de hoy no son tan variados u “opíparos” como los de antaño. Cuando tengo tiempo, preparo guisos o frituras; pero cuando no, uso comida pre-cocinada o preparo comida al horno, como la que hice ayer: envolví en papel de aluminio varios trozos de pescado sazonado con orégano, dientes de ajo y aceite de oliva y los llevé al horno por 10 minutos. Al final, obtuve pescado al orégano que salieron muy ricos y sin perder tanto tiempo: solamente tuve que lavar la bandeja para hornear y listo, la comida para 2 días estaba lista. 

Desde que estaba en Japón, en mis épocas de dekasegi, ya me había acostumbrado a cocinar (y comer lo mismo) por 2 días (o hasta 3). Preparaba todo y lo dejaba enfriar, para luego guardarlo en tápers herméticos en la refrigeradora y calentarlo en el microondas. Eso sí que era un ahorro de tiempo. Pero la practicidad por ahorrar tiempo, no siempre va de la mano con la monotonía de comer lo mismo. 

A veces, me pongo a hojear los libros de cocina de mi mamá para ver qué cocinaré ese día, porque, a decir verdad, el comer pollo con puré o frijoles dos veces a la semana y 8 veces al mes, cansa. Y justo hoy, estaba hojeando uno de esos libros, encontrando que, al fondo del estante, estaban los libros de cocina japonesa.

Portada de uno de los libros de cocina de mi mamá: Konya Kara Komaranai. Okazu no Hon" (Año 1976)

 Pollo frito con salsa de miso, pimientos rellenos con cerdo, croquetas de arroz… Había tantas fotos de comida japonesa que parecían sacadas de un libro gourmet y no de uno que se titulaba, al parecer, con cierto sarcasmo: “Konya Kara Komarani: Okazu no Hon” (significaría: "A Partir de Esta Noche, Ya No Te Preocupes: Libro de Acompañamientos”). 

Según este libro, mostraba varias recetas que podían ser preparadas en 20 ó 30 minutos. Claro, son 30 minutos que demoraría en preparar la receta, pero sin contar el tiempo que uno pasa cortando los ingredientes o lavando las ollas, que es lo que uno generalmente dedica más tiempo cuando está cocinando y que fácilmente pasaría más de 1 hora. 

Encontré como unos 5 libros de comida japonesa, que mi oba y mi tía habían traído de Japón entre los años 70 y 80 y que mi mamá aún los conserva. Todo era de comida japonesa pero por más que buscaba, incluso, entre sus hojas, no había ni uno solo que tenga recetas de comida okinawense. “¡Qué raro!” fue lo que pensé, puesto que mi familia tiene ascendencia okinawense y se me hacía algo raro que no tuviéramos ni un solo libro de comida okinawense. 
Siempre me he preguntado por qué mi oba nunca se compró libros de cocina de Okinawa, porque en casa no tenemos ni uno solo. ¿Será que todo lo preparaba de memoria? O como dicen, que en la cocina no hay fórmulas que valgan, solo la improvisación...
Y ya que hablamos de comida okinawense, cada vez que me hablan sobre ello, lo primero que me acuerdo son los Juushiimé de mi oba.

(Imagen derecha: Juushiimée ジューシーメー (arroz con vegetales, parecido al Risoto de verduras)


Imagen tomada de
 沖縄そば食べ歩き (Okinawa Soba Tabearuki)
Ella solía cocinar el arroz con una mayor cantidad de agua que lo habitual y le echaba unas verduras picadas.Zanahoria, zapallito italiano o kombu, o cualquier verdura que mi oba pudiera encontrar en la cocina. 


Casi siempre, preparaba juushiimé diferentes, algunas veces le colocaba zanahoria con zapallitos, otras veces, arverjas con zanahorias u hongos shiitake, pero siempre el arroz tenía que estar pegajoso o masacotudo. Y cuando alguien estaba mal del estómago, preparaba Okayu, que era un arroz cocinado con mayor cantidad de agua que el Juushiimée y se parecía mucho a la panetela. 
Decía que con eso, el estómago descansaría y se mejoraría más rápido (seguramente porque no estaba condimentado y era fácil de digerir). 
Mi oba sabía muchos trucos y receta caseras. ¿Será por eso que ella decidió tener un cafetín?.

Recuerdo que la comida que preparaban en ella era muy sabrosa. Mi mamá me contaba que la tienda (como así llamábamos al cafetín) se llenaba con tanta gente, que incluso habían clientes esperando en cola afuera del local, todo con tal de disfrutar la sazón de mi oba. 
Pero, ése eran otras épocas. Ya los años pasaron y llegó el “paquetazo” y los clientes ya hacían más caso a su bolsillo que a sus antojos. Con el tiempo, el cafetín cerró para siempre, después de más de 60 años, llenos de recuerdos de mi oba. 

A pesar de todo, de los años y las mudanzas, aún conservamos uno de los cucharones que habíamos traído de ese cafetín y que hasta ahora lo usamos.

Imagen izquierda: Uno de los últimos cucharones que utilizaron en el cafetín y que ahora, la conservamos (y usamos) en la casa.
Aunque no tenga 60 años de antigüedad y desentone un poco con los demás utensilios de cocina que tenemos en la casa, no importa. Es un cucharón que mi mamá usó en los últimos años de funcionamiento de ese cafetín y de por sí, ya está llena de recuerdos. 


Cada vez que uso ese cucharón, me acuerdo de la comida que mi mamá preparaba en ese cafetín, siguiendo la misma receta de mi oba y de una tía mayor. Mi mamá me contaba que nadie le enseñó a cocinar a mi oba ni a mi tía y siempre me he quedado con la duda cómo sabían cocinar tantos platos criollos tan variados: desde una leche asada hasta un arroz chaufa, sin olvidarnos del mondonguito a la italiana o la infaltable papa rellena con sarza criolla. Y todos eran muy sabrosos: tenían ese sabor a comida casera que mi oba sabía cómo hacerlo. 

Cuando era pequeña, realmente, no me gustaba mucho la comida japonesa, sobretodo aquella que solo lleva verduras salteadas. Más bien, prefería la comida criolla, que tenía más sabor (o era más “ajikutá” o "más rico", como decía mi oba en uchinaguchi). Lo que más recuerdo de la tienda son las fuentes de arroz chaufa y ensalada de patita que desaparecían rápidamente de lo rico que estaban. 
Incluso, mi oba y un tío que también había venido de Okinawa, lo disfrutaban mucho. Muchas veces, mi mamá preparaba la ensalada de patita en casa y recuerdo que ellos siempre pedían repetición. 

Un parecido muy sutil entre el Ashi Tibichi okinawense y la Ensalada de Patita peruana, un tema que fue tratado hace un par de años atrás en Jiritsu.
Composición tomada de Jiritsu
Quizás, aquella comida criolla, como el arroz chaufa o la ensalada de patita, les recordaba sutilmente a la comida okinawense, como el Juushiimée (o quizás el Irichamé) o el Ashii Tibichi que se parecen tanto. Y tal vez, a mi me gustaba más la comida criolla porque se parecía mucho a la que mi oba preparaba en la tienda. 


Pero no solo mi oba o mi tía o mi mamá sabían cocinar muy bien, sino que tengo otras tías, por parte de papá, que tampoco sé como aprendieron a cocinar no solo comida criolla sino japonesa y okinawense. 

Recuerdo que una de ellas, preparaba tan buenos queques y dulces, que mi mamá le compraba varios para venderlos en la tienda. Recuerdo que todas las semanas venía a la tienda trayendo un molde entero de queque inglés y varias docenas de Saataa Andaagii. 
Imagen tomada de Kaukau Time Blog
Pero el verdadero rey entre los queques y dulces que vendíamos, eran sus Saataa Andaagii, que eran todo un éxito.

Varios clientes venían a la tienda solo para comprar algunos, que les entregábamos envueltos en una servilleta de papel kraft porque la mayoría querían llevárselos para comerlos en el camino.

Durante mucho tiempo, no sabía que el verdadero nombre de estas "bombitas" era Sataa Andagi. Siempre escuchaba que mi tía y mi mamá los llamaban “tempura” y los clientes, “bombitas”. 
En fin, era lo mismo. Lo importante era que eran muy ricos que gustaban a todos. 


Y hablando de gustos, el único plato okinawense que nunca me ha gustado es el Kuri o la “sopa negra”, como así yo llamaba a la sopa que mi mamá preparaba a base de la tinta de calamar.
Imagen tomada de
Okinawa 2 Go
Ella solía prepararme esa sopa porque mi oba le decía que tenía muchas vitaminas y tomándola, crecería más fuerte y sana. Ni ella ni mi oba la tomaban, seguramente porque tampoco le gustaban. 

Ese color negro, tan característico, creo que fue lo que terminó espantándome y hacer que prefiera, más bien, aquellas sopas algo “rojizas” por la pasta de tomates que le echaban a las sopas criollas (y que también vendían en la tienda). Aunque mi oba le echaba cebollita china picada encima del Kuri, para así, quizás, disimular su color, nunca pudo convencerme de seguir tomándola y con el tiempo, mi mamá dejó de preparármela. 
A partir de ese momento, comenzaron a darme misoshiru, que es una sopa de miso (pasta a base de frijol fermentado) y que hasta ahora sigo disfrutando. 

En realidad, hay muchas comidas típicas okinawenses y japoneses que trajeron los primeros inmigrantes japoneses al Perú, como nuestros oba y oji lo hicieron. Sea por los años o el desinterés, muchas comidas okinawenses, por ejemplo, pasan casi desapercibidas y a veces ni sabemos cómo se llaman, como me pasó a mí (o a mi mamá). Mi mamá siempre me contaba que mi oba, cuando era más joven, se preparaba panqueques para desayunar. Solo usaba un poco de harina, agua y algo de azúcar y los cocinaba en una sartén, a fuego lento. 

Imagen tomada de 
Okinawa Convention & Visitors Bureau (okiu.ac.jp)
Po-pó (los de la izquierda), rellenos de miso

Chinbin (los de la derecha) rellenos de azúcar morena o rubia)
A veces se los podía comer solos, o a veces, les echaba algo de negi picado (cebollita china) y ese era su desayuno (aunque yo más la recuerdo desayunando camotes morados sancochados). 

Y siempre mi mamá les llamaba “panqueques”, hasta que descubrí, por la magia del internet, que realmente se llaman Po-po o Chinbin (dependiendo con qué uno lo prepare, si con miso o con azúcar rubia, respectivamente). 
Y como los años no pasan en vano, mi mamá se justificó diciendo “¡Ah! sí, ahora que recuerdo, oba los llamaba “Popo”. ¡Es que ha pasado tanto tiempo!...” 

Realmente, hay varias comidas okinawenses que se parecen tanto a la peruana que incluso, podrían llegar a pasar desapercibidas, “cambiando algunos ingredientes por otros o añadiendo otra cosa aquí o sacando otra cosa allá”, como los Juushiimée de mi oba, que con el tiempo, ya se convirtieron en el “arroz con carne” o “arroz a la jardinera” que mi mamá me preparaba cuando era pequeña, añadiendo un poco de palillo para darle algo de color o cambiándole los camotes por choclos desgranados. 

En fin, en la variedad (y en las generaciones), está el gusto. Yo, por mi parte, trato de preparar los Juushiimée no tan “acriolladamente”, pero eso sí, echándole un cubito de caldo de costilla para darle sabor (en lugar de los Hondashi que mi oba usaba). 

Bueno, hablar de comida es un tema bastante largo que sería de nunca acabar. Pero fue una buena excusa para recordar algo de mi infancia que estuvo llena de la sazón de mi oba. Y seguro que muchos también habrán recordado algún plato o comida que sus oba o mamá les haya preparado cuando eran niños, ¿no?



Aquí les comparto el video de Kariyushi58, una banda okinawense, con su canción "Anmáa" ("Mamá" en uchinaguchi), que al escucharlo (y verlo), no sé por qué me parece que le cae muy bien a este post.


Y para recordar más, una entrevista que realizó el diario Peru Shimpo a la sensei de música y cultura okinawense en Lima, Haruko Miyagi, quien habla sobre sus recuerdos de platos okinawenses en Lima. (Hacer click a la imagen de la derecha)






miércoles, 5 de marzo de 2014

La Pata del Perro (Inu no Ashi): Un Cuento Okinawense sobre el Misterio de la Pata Levantada del Perro

Otra vez!… mejor, échale el spray”, fue lo que mi mamá me dijo hace unos días, ni bien abrió la ventana de la sala. Había un pequeño charco de orina que marcaba no solo la vereda sino también parte de la puerta de la cochera. “¡¿Cómo se les ocurre orinar en mi puerta?!”, seguía pensando mi mamá en voz alta, pero ya era muy tarde para lamentarse, el charco ya estaba y había que limpiarlo. Con un poco de detergente y agua, la puerta quedó casi como nueva y sin restos de orina. Y luego de unas cuantas rociadas del spray sobre la puerta, por fin, acabé. 

Se supone que con ese “modificador de conducta”, que viene en un spray, los perros ya no iban a querer orinarse en la puerta, puesto que no soportarían el olor. Aunque ya la botella está casi por acabarse, todavía sigo tratando de “modificar” la conducta de algunos visitantes caninos"con ese producto que al parecer no sirve, porque todavía siguen usando nuestra puerta como baño de paso. Pero, así son los perros. Y aún así, a mi mamá y a mí nos gustan mucho. 

En Japón, por ejemplo, acostumbran colocar botellas de plástico llenas de agua al costado de la puerta de la casa. Seguramente creerán que así, al verse el perro reflejado en el agua contenida en las botellas, desistirán de orinarse en la puerta. 

Imagen: Japan Info

Aunque también puede ser que las botellas simplemente sean dejadas para que los perros orinen sobre ellas y no sobre la pared. Realmente, nunca se me ocurrió preguntar si realmente funciona. “¡Ay no, ahí viene otro!”, dijo mi mamá, con un tono de lamento, al ver que detrás de mí venía un perrito, con la cola levantada de contento y listo, al parecer, para marcar nuevamente nuestra cochera. Pero, se siguió de largo. Era el perro del vecino que se había adelantado a su dueño, quien venía detrás con la correa en la mano. 
“Uff, qué bueno”, parece que respiró aliviada mi mamá, aunque más bien, yo era la que debería de haberlo dicho (parece que mi mamá se cansó más que yo de solo verme limpiando la puerta). 

Pero, así son los perros. Ellos usan su orina como medio de comunicación, para decir “Aquí he estado” o “Yo mando en esta cuadra” a los otros perros que, más tarde, seguramente pasaran por sus “dominios”. Y cuanto más alto puedan levantar la patita trasera al orinar; más alto, también, sería su ego, puesto que significa, en el “lenguaje canino”, que el perro que se ha orinado es grande y hay que tenerle miedo. 

He leído hace un tiempo que los científicos han descubierto que la única forma que tiene un perro para expulsar la orina hacia una mayor altura y hacer creer a los otros que es un “perro grande”, es levantando la patita trasera. Algo muy simple. 
Imagen: Daily News Dig

Pero, realmente, el por qué el perro levanta la pata trasera cuando orina no es un tema que me provoque investigar; pero esta vez la casualidad se presentó y no pude pasar por alto este tema. 

Estaba googleando información para el sgte. post y encontré una website con un título muy curioso: "Las Patas del Perro" ("Inu no Ashi" 犬の足). Había encontrado un cuento antiguo de Okinawa que no solo nos explica el por qué el perro levanta su pata trasera cuando orina, sino también, el por qué el Kouro o Koro 香炉 (el recipiente en donde colocamos los senko o inciensos encendidos cuando oramos frente a un butsudan) tiene solo 3 patas de soporte.

En la imagen, vemos una tarjeta para niños, en donde se les enseña el abecedario a través de cuentos antiguos de Okinawa, como en este caso, el del perro con el Kouro de "Las Patas del Perro". 
Imagen: Keibow at Okinawa

Es un cuento pequeño que tiene varias versiones, pero solo he podido revisar dos, que son las que comparto en el post (una versión que he traducido al español y un corto animado, que la pueden encontrar al final del post). Al final, decidí quedarme con la versión que está escrito en un japonés simple (parece que es para niños y que fue la primera que encontré) por lo que pude leerlo fácilmente y así, poder traducirlo al español. 

Bueno, ¿y qué tal si de una vez conocemos el cuento okinawense "Inu no Ashi" (“Las Patas del Perro”)? EL ORIGINAL DEL TEXTO TRADUCIDO, ES TOMADO DE 冲縄人うちなーんちゅ (日刊 OkiMag).

Hace mucho tiempo atrás, había un perro que vivía en una casa a la que cuidaba de los ladrones. Pero este perro tenía solamente 3 patas, al igual que todos los perros de aquella época: dos patas delanteras y una trasera. Este perro, a pesar que todos los perros de aquella época tenían solo 3 patas, no estaba contento con sí mismo. Con solo 3 patas, no podía perseguir a los ladrones que podían entrar a la casa. 

Un día, pidió a Kamisama: “Kamisama, con mis 3 patas no puedo perseguir a los ladrones y por eso, le pido que me dé 1 pata más y así tener 4 patas”. Kamisama, comprendiendo la situación del perro, dijo “Me parece bien. Entonces, te daré 1 pata más”. Ni bien terminó su respuesta, se apareció un gato, que sintió algo de curiosidad al ver que Kamisama estaba conversando con el perro. Aprovechando la llegada del gato, Kamisama le preguntó: “Gato, ¿podrías darle una de tus patas a este perro?”, pero el gato le respondió: “Kamisama, yo cuido los graneros. Con mis 4 patas, puedo perseguir a los ratones, que siempre corren por el granero y perforan los sacos de arroz. Por eso, necesito mis 4 patas”

Kamisama, comprendiendo también la situación del gato, no sabía cómo podía resolver el problema del perro. “¿De dónde sacaré la otra pata?”, pensaba Kamisama, “¿De dónde...?", hasta que vió al Kouro. Se volvió hacia él y le preguntó: “¿Kouro, ¿podrías darle una de tus patas a este perro?”. El Kouro, sin dudarlo respondió: “Sí, Kamisama, yo le puedo regalar una de mis patas. Puedo mantenerme en pie con mis 4 patas y de la misma forma, también podría mantenerme en pie si solo tuviera 3 patas”

Kamisama, ya aliviado por la respuesta tan esperada del Kouro, le quitó una de sus patas y se la dio al perro. Todo fue tan rápido que ni se dieron cuenta cuándo Kamisama había quitado y puesto la pata del Kouro al perro. Al final, todos, incluso el Kouro y sobretodo el perro, estaban contentos. 

Se cuenta que el perro, que estaba tan contento y agradecido a Kamisama y al Kouro, no tuvo una mejor forma para agradecerles por la 4ta pata que había recibido que lo hizo con un acto muy singular pero significativo: cada vez que el perro iba a orinar, levantaba su pata trasera, la misma que el Kouro le había regalado, para que no se ensucie con su orina. Esa era la forma que tenía el perro para agradecerle y ya con el pasar de los tiempos, se convirtió en una costumbre que aún los perros conservan a pesar del tiempo (según la fantasía propia del cuento). ¡Qué explicación tan curiosa! ¿no?

No pude encontrar otras referencias acerca del Kouro y sus tres patas que pudieran validar si el hecho de tener 3 patas tengan algún (otro) significado real. Pero, eso no significa que el Kouro necesariamente debe tener 3 patas, como el del cuento. Hay Kouro que pueden tener 3 patas o no tener ninguna (como la de mi casa); aunque, quizás, antiguamente, era común que el Kouro contara con 3 patas (y seguro, fue como nació este cuento). 

Pero eso sí, parece que si un Kouro tiene 3 patas, se acostumbra a colocarlo en el Butsudan de tal forma que se pueda ver claramente las 2 patas al frente y 1 sola en la parte trasera (como si fuera el perro de las 3 patas). ¿Será acaso una forma implícita de recordar a aquel perro de las 3 patas y el generoso Kouro de ese cuento? Quizás sí o tal vez, no. 
Imagen: まんが日本昔ばなし
Hay varias versiones de este mismo cuento. Incluso, hay versiones que cuenta que Kamisama toma la 4ta pata no de un Kouro, sino de un Gotoku 五徳, que es un trípode usado antiguamente para colocar las teteras que recién habían sido sacadas de las brasas (lo que ahora conocemos como salvamanteles o posacalientes o trivet). 
Imagen: 火鉢屋

Y ya que el post llega a su fin, seguramente muchos se han dado cuenta que siempre menciono al Kouro o Koro 香炉 y no al Senkotate 線香立て, aunque muchos se dirán que la imagen o la descripción que muestro se asemeja mucho a un "Senkotate", el mismo que utilizamos para colocar los Senko encendidos dentro del Butsudan. 

Pero la verdad, según lo que he leído, es que lo que conocemos como Senkotate o vasijas de los Senko, se le llama realmente Kouro. El detalle está en que el Kouro es el nombre "correcto" del recipiente que utilizamos (y solemos llamar) como "Senkotate", es decir, es el recipiente en donde colocamos los Senko encendidos. En cambio, el Senkotate, como su nombre (en japonés) así lo indica, es un contenedor (sin cenizas dentro de él) que sirve solamente como soporte de los senko o incienso, así como muestra la imagen del lado derecho. 
Imagen: 閣雲堂 Kakuundo


Y si vemos el significado de cómo se escribe cada uno, podemos sacar la diferencia rápidamente: los kanji de Kouro 香炉 significan literalmente "incienso" y "horno"; mientras que los de Senkotate "線香立て , "incienso" y "base o soporte". Nuevamente, me puse a googlear imágenes de un Senkotate y un Kouro para reconfirmar mis sospechas y, al parecer, el Senkotate y el Kouro son dos objetos diferentes (y lo que comúnmente tendríamos en casa, sería el Kouro y no el Senkotate). (Mis sospechas aparecieron ni bien empecé a leer el cuento, puesto que solamente se nombraba al Kouro, al que se le definía como un "recipiente que encontramos en el Butsudan y en donde se colocan los senko encendidos"). 

A continuación, comparto una imagen que podría aclarar un poco más acerca de los objetos usados en un Butsudan. 

Imagen: Rakuten shop

Esta imagen fue tomada de una website en donde los están comercializando y vemos, por ejemplo, que el Senkotate es el recipiente alargado (2do, lado izquierdo), mientras que el Kouro es el recipiente más grande (centro). 

Realmente, no soy una experta en budismo ni en butsudan, pero hay muchas cosas por aprender (y tal vez, aclarar). 

En fin, solo quise compartirles un pequeño cuento de Okinawa que trata de explicar un asunto tan banal y curioso a la vez: el por qué el perro levanta su pata trasera cuando está orinando y, aún más peculiar, el origen de esa 4ta patita, que sería el del Senkotate, perdón, del Kouro. 

Y ahora que ya conocemos este cuento, ¿van a renegar, como lo hizo mi mamá, si ven en otra oportunidad a un perro que está orinándose en la puerta de su casa? o, quizás, ¿se acordarán de ese cuento okianwense de agradecimiento tan simple pero peculiar cada vez que vean la patita levantada de un perro? 

(Aquí me acuerdo sobre la patita levantada en el gato Maneki Neko, que significaría, principalmente, que estaría saludándo a la gente y atrayendo a la clientela; a diferencia de su contraparte canino, que levanta su patita trasera como señal de agradecimiento y respeto, según, claro está, este cuento okinawense). 

Y para disfrutar mejor un cuento, ¡qué mejor que hacerlo con muchas imágenes!. Aquí les comparto la otra versión en video, que es un corto animado: (para acceder al video, hacer click sobre la imagen, que los direccionará al website de Dailymotion, en donde está alojado el video de "Inu no Ashi", corto animado del director Masaru Tonogouchi del año 1985).

Y haciendo click aquí, pueden leer la sinopsis (en japonés) de este mismo video. 


PARA SABER UN POCO MÁS: 
川田 守山 裕美子. 犬の足 (otra versión de "La Pata del Perro")
 珍獣の館. 犬の足 

FUENTES:
冲縄人うちなーんちゅ (日刊 OkiMag). 沖縄の民話. 犬の足【沖縄市】. 1998 
SEKI, Keigo. Types of Japanese Folklore.

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