“¿Y hoy, qué cocinaré?”. Es la pregunta que creo que muchas personas se harán. Ya los tiempos cambian y ya no son los mismos que los de nuestra niñez.
Recuerdo que cuando era niña, los almuerzos consistían en una entrada, un almuerzo acompañado siempre de su sopa y una jarra llena de refresco para todos.
Mi mamá solía prepararnos el almuerzo antes de irse a trabajar a la tienda. Empezaba su día levantándose a las 5 de la mañana para que así le alcance el tiempo para todo. Hasta se daba el lujo de preparar leche de soya en forma casera (que es la preparación más trabajosa que he visto, en donde hay que hervir, licuar, exprimir y filtrar los frijoles de soya), solo porque unas tías le comentaron que la leche de soya era muy buena para nosotros los chicos.
En esos tiempos, parece que realmente había tiempo para cocinar. ¿Se imaginan cocinar ahora un almuerzo completo (entrada, segundo, sopa y refresco) en tamaño familiar todos los días? Ahora que soy yo quien tiene que cocinar en la casa, se me hace una misión imposible.
En aquellos tiempos, siempre escuchaba que preguntaban en mi casa “y hoy, ¿qué quieres comer?” y si a uno se le antojaba comer un arroz con pollo acompañado de una sopa criolla y unas papas a la Huancaína, pues, no había problema, en el almuerzo ya todos nuestros antojos estaban servidos y puestos en la mesa. Pero ahora, la frase de casi todos los días es “¿qué cocinaré hoy?”
Por el trabajo y la rutina en sí, nuestros almuerzos de hoy no son tan variados u “opíparos” como los de antaño. Cuando tengo tiempo, preparo guisos o frituras; pero cuando no, uso comida pre-cocinada o preparo comida al horno, como la que hice ayer: envolví en papel de aluminio varios trozos de pescado sazonado con orégano, dientes de ajo y aceite de oliva y los llevé al horno por 10 minutos. Al final, obtuve pescado al orégano que salieron muy ricos y sin perder tanto tiempo: solamente tuve que lavar la bandeja para hornear y listo, la comida para 2 días estaba lista.
Desde que estaba en Japón, en mis épocas de dekasegi, ya me había acostumbrado a cocinar (y comer lo mismo) por 2 días (o hasta 3). Preparaba todo y lo dejaba enfriar, para luego guardarlo en tápers herméticos en la refrigeradora y calentarlo en el microondas. Eso sí que era un ahorro de tiempo.
Pero la practicidad por ahorrar tiempo, no siempre va de la mano con la monotonía de comer lo mismo.
A veces, me pongo a hojear los libros de cocina de mi mamá para ver qué cocinaré ese día, porque, a decir verdad, el comer pollo con puré o frijoles dos veces a la semana y 8 veces al mes, cansa. Y justo hoy, estaba hojeando uno de esos libros, encontrando que, al fondo del estante, estaban los libros de cocina japonesa.
A veces, me pongo a hojear los libros de cocina de mi mamá para ver qué cocinaré ese día, porque, a decir verdad, el comer pollo con puré o frijoles dos veces a la semana y 8 veces al mes, cansa. Y justo hoy, estaba hojeando uno de esos libros, encontrando que, al fondo del estante, estaban los libros de cocina japonesa.
Portada de uno de los libros de cocina de mi mamá: Konya Kara Komaranai. Okazu no Hon" (Año 1976) |
Pollo frito con salsa de miso, pimientos rellenos con cerdo, croquetas de arroz… Había tantas fotos de comida japonesa que parecían sacadas de un libro gourmet y no de uno que se titulaba, al parecer, con cierto sarcasmo: “Konya Kara Komarani: Okazu no Hon” (significaría: "A Partir de Esta Noche, Ya No Te Preocupes: Libro de Acompañamientos”).
Según este libro, mostraba varias recetas que podían ser preparadas en 20 ó 30 minutos. Claro, son 30 minutos que demoraría en preparar la receta, pero sin contar el tiempo que uno pasa cortando los ingredientes o lavando las ollas, que es lo que uno generalmente dedica más tiempo cuando está cocinando y que fácilmente pasaría más de 1 hora.
Encontré como unos 5 libros de comida japonesa, que mi oba y mi tía habían traído de Japón entre los años 70 y 80 y que mi mamá aún los conserva. Todo era de comida japonesa pero por más que buscaba, incluso, entre sus hojas, no había ni uno solo que tenga recetas de comida okinawense. “¡Qué raro!” fue lo que pensé, puesto que mi familia tiene ascendencia okinawense y se me hacía algo raro que no tuviéramos ni un solo libro de comida okinawense.
Siempre me he preguntado por qué mi oba nunca se compró libros de cocina de Okinawa, porque en casa no tenemos ni uno solo. ¿Será que todo lo preparaba de memoria? O como dicen, que en la cocina no hay fórmulas que valgan, solo la improvisación...
Ella solía cocinar el arroz con una mayor cantidad de agua que lo habitual y le echaba unas verduras picadas.Zanahoria, zapallito italiano o kombu, o cualquier verdura que mi oba pudiera encontrar en la cocina.
Casi siempre, preparaba juushiimé diferentes, algunas veces le colocaba zanahoria con zapallitos, otras veces, arverjas con zanahorias u hongos shiitake, pero siempre el arroz tenía que estar pegajoso o masacotudo. Y cuando alguien estaba mal del estómago, preparaba Okayu, que era un arroz cocinado con mayor cantidad de agua que el Juushiimée y se parecía mucho a la panetela.
Decía que con eso, el estómago descansaría y se mejoraría más rápido (seguramente porque no estaba condimentado y era fácil de digerir).
Mi oba sabía muchos trucos y receta caseras. ¿Será por eso que ella decidió tener un cafetín?.
Recuerdo que la comida que preparaban en ella era muy sabrosa. Mi mamá me contaba que la tienda (como así llamábamos al cafetín) se llenaba con tanta gente, que incluso habían clientes esperando en cola afuera del local, todo con tal de disfrutar la sazón de mi oba.
Pero, ése eran otras épocas. Ya los años pasaron y llegó el “paquetazo” y los clientes ya hacían más caso a su bolsillo que a sus antojos. Con el tiempo, el cafetín cerró para siempre, después de más de 60 años, llenos de recuerdos de mi oba.
Aunque no tenga 60 años de antigüedad y desentone un poco con los demás utensilios de cocina que tenemos en la casa, no importa. Es un cucharón que mi mamá usó en los últimos años de funcionamiento de ese cafetín y de por sí, ya está llena de recuerdos.
Cada vez que uso ese cucharón, me acuerdo de la comida que mi mamá preparaba en ese cafetín, siguiendo la misma receta de mi oba y de una tía mayor. Mi mamá me contaba que nadie le enseñó a cocinar a mi oba ni a mi tía y siempre me he quedado con la duda cómo sabían cocinar tantos platos criollos tan variados: desde una leche asada hasta un arroz chaufa, sin olvidarnos del mondonguito a la italiana o la infaltable papa rellena con sarza criolla. Y todos eran muy sabrosos: tenían ese sabor a comida casera que mi oba sabía cómo hacerlo.
Cuando era pequeña, realmente, no me gustaba mucho la comida japonesa, sobretodo aquella que solo lleva verduras salteadas. Más bien, prefería la comida criolla, que tenía más sabor (o era más “ajikutá” o "más rico", como decía mi oba en uchinaguchi). Lo que más recuerdo de la tienda son las fuentes de arroz chaufa y ensalada de patita que desaparecían rápidamente de lo rico que estaban.
Incluso, mi oba y un tío que también había venido de Okinawa, lo disfrutaban mucho. Muchas veces, mi mamá preparaba la ensalada de patita en casa y recuerdo que ellos siempre pedían repetición.
Quizás, aquella comida criolla, como el arroz chaufa o la ensalada de patita, les recordaba sutilmente a la comida okinawense, como el Juushiimée (o quizás el Irichamé) o el Ashii Tibichi que se parecen tanto.
Y tal vez, a mi me gustaba más la comida criolla porque se parecía mucho a la que mi oba preparaba en la tienda.
Pero no solo mi oba o mi tía o mi mamá sabían cocinar muy bien, sino que tengo otras tías, por parte de papá, que tampoco sé como aprendieron a cocinar no solo comida criolla sino japonesa y okinawense.
Recuerdo que una de ellas, preparaba tan buenos queques y dulces, que mi mamá le compraba varios para venderlos en la tienda. Recuerdo que todas las semanas venía a la tienda trayendo un molde entero de queque inglés y varias docenas de Saataa Andaagii.
Durante mucho tiempo, no sabía que el verdadero nombre de estas "bombitas" era Sataa Andagi. Siempre escuchaba que mi tía y mi mamá los llamaban “tempura” y los clientes, “bombitas”.
En fin, era lo mismo. Lo importante era que eran muy ricos que gustaban a todos.
Ella solía prepararme esa sopa porque mi oba le decía que tenía muchas vitaminas y tomándola, crecería más fuerte y sana. Ni ella ni mi oba la tomaban, seguramente porque tampoco le gustaban.
Ese color negro, tan característico, creo que fue lo que terminó espantándome y hacer que prefiera, más bien, aquellas sopas algo “rojizas” por la pasta de tomates que le echaban a las sopas criollas (y que también vendían en la tienda). Aunque mi oba le echaba cebollita china picada encima del Kuri, para así, quizás, disimular su color, nunca pudo convencerme de seguir tomándola y con el tiempo, mi mamá dejó de preparármela.
A partir de ese momento, comenzaron a darme misoshiru, que es una sopa de miso (pasta a base de frijol fermentado) y que hasta ahora sigo disfrutando.
En realidad, hay muchas comidas típicas okinawenses y japoneses que trajeron los primeros inmigrantes japoneses al Perú, como nuestros oba y oji lo hicieron. Sea por los años o el desinterés, muchas comidas okinawenses, por ejemplo, pasan casi desapercibidas y a veces ni sabemos cómo se llaman, como me pasó a mí (o a mi mamá). Mi mamá siempre me contaba que mi oba, cuando era más joven, se preparaba panqueques para desayunar. Solo usaba un poco de harina, agua y algo de azúcar y los cocinaba en una sartén, a fuego lento.
A veces se los podía comer solos, o a veces, les echaba algo de negi picado (cebollita china) y ese era su desayuno (aunque yo más la recuerdo desayunando camotes morados sancochados).
Y siempre mi mamá les llamaba “panqueques”, hasta que descubrí, por la magia del internet, que realmente se llaman Po-po o Chinbin (dependiendo con qué uno lo prepare, si con miso o con azúcar rubia, respectivamente).
Y como los años no pasan en vano, mi mamá se justificó diciendo “¡Ah! sí, ahora que recuerdo, oba los llamaba “Popo”. ¡Es que ha pasado tanto tiempo!...”
Realmente, hay varias comidas okinawenses que se parecen tanto a la peruana que incluso, podrían llegar a pasar desapercibidas, “cambiando algunos ingredientes por otros o añadiendo otra cosa aquí o sacando otra cosa allá”, como los Juushiimée de mi oba, que con el tiempo, ya se convirtieron en el “arroz con carne” o “arroz a la jardinera” que mi mamá me preparaba cuando era pequeña, añadiendo un poco de palillo para darle algo de color o cambiándole los camotes por choclos desgranados.
En fin, en la variedad (y en las generaciones), está el gusto. Yo, por mi parte, trato de preparar los Juushiimée no tan “acriolladamente”, pero eso sí, echándole un cubito de caldo de costilla para darle sabor (en lugar de los Hondashi que mi oba usaba).
Bueno, hablar de comida es un tema bastante largo que sería de nunca acabar. Pero fue una buena excusa para recordar algo de mi infancia que estuvo llena de la sazón de mi oba. Y seguro que muchos también habrán recordado algún plato o comida que sus oba o mamá les haya preparado cuando eran niños, ¿no?
Aquí les comparto el video de Kariyushi58, una banda okinawense, con su canción "Anmáa" ("Mamá" en uchinaguchi), que al escucharlo (y verlo), no sé por qué me parece que le cae muy bien a este post.
Y para recordar más, una entrevista que realizó el diario Peru Shimpo a la sensei de música y cultura okinawense en Lima, Haruko Miyagi, quien habla sobre sus recuerdos de platos okinawenses en Lima. (Hacer click a la imagen de la derecha)
Según este libro, mostraba varias recetas que podían ser preparadas en 20 ó 30 minutos. Claro, son 30 minutos que demoraría en preparar la receta, pero sin contar el tiempo que uno pasa cortando los ingredientes o lavando las ollas, que es lo que uno generalmente dedica más tiempo cuando está cocinando y que fácilmente pasaría más de 1 hora.
Encontré como unos 5 libros de comida japonesa, que mi oba y mi tía habían traído de Japón entre los años 70 y 80 y que mi mamá aún los conserva. Todo era de comida japonesa pero por más que buscaba, incluso, entre sus hojas, no había ni uno solo que tenga recetas de comida okinawense. “¡Qué raro!” fue lo que pensé, puesto que mi familia tiene ascendencia okinawense y se me hacía algo raro que no tuviéramos ni un solo libro de comida okinawense.
Siempre me he preguntado por qué mi oba nunca se compró libros de cocina de Okinawa, porque en casa no tenemos ni uno solo. ¿Será que todo lo preparaba de memoria? O como dicen, que en la cocina no hay fórmulas que valgan, solo la improvisación...
Y ya que hablamos de comida okinawense, cada vez que me hablan sobre ello, lo primero que me acuerdo son los Juushiimé de mi oba.
(Imagen derecha: Juushiimée ジューシーメー (arroz con vegetales, parecido al Risoto de verduras) |
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Casi siempre, preparaba juushiimé diferentes, algunas veces le colocaba zanahoria con zapallitos, otras veces, arverjas con zanahorias u hongos shiitake, pero siempre el arroz tenía que estar pegajoso o masacotudo. Y cuando alguien estaba mal del estómago, preparaba Okayu, que era un arroz cocinado con mayor cantidad de agua que el Juushiimée y se parecía mucho a la panetela.
Decía que con eso, el estómago descansaría y se mejoraría más rápido (seguramente porque no estaba condimentado y era fácil de digerir).
Mi oba sabía muchos trucos y receta caseras. ¿Será por eso que ella decidió tener un cafetín?.
Recuerdo que la comida que preparaban en ella era muy sabrosa. Mi mamá me contaba que la tienda (como así llamábamos al cafetín) se llenaba con tanta gente, que incluso habían clientes esperando en cola afuera del local, todo con tal de disfrutar la sazón de mi oba.
Pero, ése eran otras épocas. Ya los años pasaron y llegó el “paquetazo” y los clientes ya hacían más caso a su bolsillo que a sus antojos. Con el tiempo, el cafetín cerró para siempre, después de más de 60 años, llenos de recuerdos de mi oba.
A pesar de todo, de los años y las mudanzas, aún conservamos uno de los cucharones que habíamos traído de ese cafetín y que hasta ahora lo usamos.
Imagen izquierda: Uno de los últimos cucharones que utilizaron en el cafetín y que ahora, la conservamos (y usamos) en la casa.
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Cada vez que uso ese cucharón, me acuerdo de la comida que mi mamá preparaba en ese cafetín, siguiendo la misma receta de mi oba y de una tía mayor. Mi mamá me contaba que nadie le enseñó a cocinar a mi oba ni a mi tía y siempre me he quedado con la duda cómo sabían cocinar tantos platos criollos tan variados: desde una leche asada hasta un arroz chaufa, sin olvidarnos del mondonguito a la italiana o la infaltable papa rellena con sarza criolla. Y todos eran muy sabrosos: tenían ese sabor a comida casera que mi oba sabía cómo hacerlo.
Cuando era pequeña, realmente, no me gustaba mucho la comida japonesa, sobretodo aquella que solo lleva verduras salteadas. Más bien, prefería la comida criolla, que tenía más sabor (o era más “ajikutá” o "más rico", como decía mi oba en uchinaguchi). Lo que más recuerdo de la tienda son las fuentes de arroz chaufa y ensalada de patita que desaparecían rápidamente de lo rico que estaban.
Incluso, mi oba y un tío que también había venido de Okinawa, lo disfrutaban mucho. Muchas veces, mi mamá preparaba la ensalada de patita en casa y recuerdo que ellos siempre pedían repetición.
Un parecido muy sutil entre el Ashi Tibichi okinawense y la Ensalada de Patita peruana, un tema que fue tratado hace un par de años atrás en Jiritsu.
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Pero no solo mi oba o mi tía o mi mamá sabían cocinar muy bien, sino que tengo otras tías, por parte de papá, que tampoco sé como aprendieron a cocinar no solo comida criolla sino japonesa y okinawense.
Recuerdo que una de ellas, preparaba tan buenos queques y dulces, que mi mamá le compraba varios para venderlos en la tienda. Recuerdo que todas las semanas venía a la tienda trayendo un molde entero de queque inglés y varias docenas de Saataa Andaagii.
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Pero el verdadero rey entre los queques y dulces que vendíamos, eran sus Saataa Andaagii, que eran todo un éxito.
Varios clientes venían a la tienda solo para comprar algunos, que les entregábamos envueltos en una servilleta de papel kraft porque la mayoría querían llevárselos para comerlos en el camino.
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Durante mucho tiempo, no sabía que el verdadero nombre de estas "bombitas" era Sataa Andagi. Siempre escuchaba que mi tía y mi mamá los llamaban “tempura” y los clientes, “bombitas”.
En fin, era lo mismo. Lo importante era que eran muy ricos que gustaban a todos.
Y hablando de gustos, el único plato okinawense que nunca me ha gustado es el Kuri o la “sopa negra”, como así yo llamaba a la sopa que mi mamá preparaba a base de la tinta de calamar.
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Ese color negro, tan característico, creo que fue lo que terminó espantándome y hacer que prefiera, más bien, aquellas sopas algo “rojizas” por la pasta de tomates que le echaban a las sopas criollas (y que también vendían en la tienda). Aunque mi oba le echaba cebollita china picada encima del Kuri, para así, quizás, disimular su color, nunca pudo convencerme de seguir tomándola y con el tiempo, mi mamá dejó de preparármela.
A partir de ese momento, comenzaron a darme misoshiru, que es una sopa de miso (pasta a base de frijol fermentado) y que hasta ahora sigo disfrutando.
En realidad, hay muchas comidas típicas okinawenses y japoneses que trajeron los primeros inmigrantes japoneses al Perú, como nuestros oba y oji lo hicieron. Sea por los años o el desinterés, muchas comidas okinawenses, por ejemplo, pasan casi desapercibidas y a veces ni sabemos cómo se llaman, como me pasó a mí (o a mi mamá). Mi mamá siempre me contaba que mi oba, cuando era más joven, se preparaba panqueques para desayunar. Solo usaba un poco de harina, agua y algo de azúcar y los cocinaba en una sartén, a fuego lento.
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Po-pó (los de la izquierda), rellenos de miso
Chinbin (los de la derecha) rellenos de azúcar morena o rubia)
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Y siempre mi mamá les llamaba “panqueques”, hasta que descubrí, por la magia del internet, que realmente se llaman Po-po o Chinbin (dependiendo con qué uno lo prepare, si con miso o con azúcar rubia, respectivamente).
Y como los años no pasan en vano, mi mamá se justificó diciendo “¡Ah! sí, ahora que recuerdo, oba los llamaba “Popo”. ¡Es que ha pasado tanto tiempo!...”
Realmente, hay varias comidas okinawenses que se parecen tanto a la peruana que incluso, podrían llegar a pasar desapercibidas, “cambiando algunos ingredientes por otros o añadiendo otra cosa aquí o sacando otra cosa allá”, como los Juushiimée de mi oba, que con el tiempo, ya se convirtieron en el “arroz con carne” o “arroz a la jardinera” que mi mamá me preparaba cuando era pequeña, añadiendo un poco de palillo para darle algo de color o cambiándole los camotes por choclos desgranados.
En fin, en la variedad (y en las generaciones), está el gusto. Yo, por mi parte, trato de preparar los Juushiimée no tan “acriolladamente”, pero eso sí, echándole un cubito de caldo de costilla para darle sabor (en lugar de los Hondashi que mi oba usaba).
Bueno, hablar de comida es un tema bastante largo que sería de nunca acabar. Pero fue una buena excusa para recordar algo de mi infancia que estuvo llena de la sazón de mi oba. Y seguro que muchos también habrán recordado algún plato o comida que sus oba o mamá les haya preparado cuando eran niños, ¿no?
Aquí les comparto el video de Kariyushi58, una banda okinawense, con su canción "Anmáa" ("Mamá" en uchinaguchi), que al escucharlo (y verlo), no sé por qué me parece que le cae muy bien a este post.
Y para recordar más, una entrevista que realizó el diario Peru Shimpo a la sensei de música y cultura okinawense en Lima, Haruko Miyagi, quien habla sobre sus recuerdos de platos okinawenses en Lima. (Hacer click a la imagen de la derecha)