Cada día, se aprende algo nuevo, o tal vez, se recuerda algo con nostalgia, como me pasó ayer.
Ayer había escrito un post en el Facebook (13/MAR/2014) sobre la medicina natural de mi oba y varias personas habían comentado sobre el tema, compartiendo, más que nada, sus experiencias personales.
Es algo inevitable, pero en toda conversación, sea en persona o virtual, uno suele irse por las ramas y traer consigo o, mejor dicho, desenterrar recuerdos que, muchas veces, el tiempo se encarga de borrarlos.
Pero hay recuerdos que, realmente, no deberían olvidarse por el simple paso de los años o de la modernidad, sino que deberían permanecer en nuestra memoria no como un simple recuerdo que queda solo en la nostalgia de haberlo vivido sino, más bien, como un ejemplo de vida que perdure a través de las generaciones.
Conversando con Raúl Matsumoto (un nikkei argentino que conocí a través del Facebook) sobre el tema de la medicina natural que había publicado ayer, me sugirió amablemente escribir sobre las diferencias entre la cultura occidental y japonesa, vistas a través de las palabras “ganbatte” y “suerte”.
Realmente, en el internet podemos encontrar varios blogs que ya han escrito sobre este tema. Pero, la palabra “ganbatte” tiene para mí un significado especial, porque me recuerda, en una sola palabra, la vida llena de trabajo y esfuerzo y hasta, quizás, de sacrificios que pasó mi oba, como seguramente pasaron muchas otras oba u oji que vinieron a buscar un futuro mejor en un país distinto.
“Ganbatte”, para los que no saben su significado, es una palabra japonesa que significa literalmente “¡Esfuérzate!” o "¡Haz tu mejor esfuerzo!" o, según nuestra perspectiva occidental, sería "!Buena suerte!" y se usa generalmente cuando, por ejemplo, una persona está emprendiendo un nuevo proyecto o trabajo y alguien quiere desearle lo mejor, darle ánimos y, sobretodo, desearle “toda la suerte del mundo”, como nosotros comúnmente decimos.
En cambio, nosotros, solemos decir "!Buena suerte!" en lugar del “¡Esfuérzate!” ("¡ganbatte!"), porque parece que pensamos que los sueños solo pueden ser posibles con la ayuda de la “suerte” o del destino.
Pero, realmente, las cosas que uno realmente quiere, no se hacen con magia o se obtienen siempre con suerte y ayuda del destino, sino que se consiguen, más que nada, con el propio esfuerzo y ya lo demás, viene por sí mismo, sea la suerte o el destino que queramos.
Seguro que muchos jóvenes nikkei, que apenas llegan a los 20 años y sobretodo los más chicos, no entenderán muy bien esta “filosofía de vida” de mi oba (como así yo la llamaría). Seguramente, estos chicos, contagiados por los modernísimos deseos que comúnmente escuchamos (y leemos en las redes) y que están cargados de “buenas vibras”, “que todo te salga genial” o “que tengas mucha suerte”, pecan de pitonisos al creer que al usarlos, están augurando un futuro próspero a su(s) amigo(s).
Para mí, ya sería muy raro escuchar (o leer) que un joven o adolescente responda con un “¡Trabaja mucho para que lo consigas!” o hasta un “¡Esfuérzate!” bienintencionado cuando uno de sus amigos dice que quiere “ganar el campeonato de fulbito” o quiere “ingresar a la universidad al 1er intento”, sin que lo tomen a mal los demás.
Seguro, quizás, ese “!Esfuérzate!” que sería aconsejable usar, podría haber sido malinterpretado por esa frase que comúnmente escuchábamos cuando éramos niños: “¿Quieres?.. ¡Compra!”, mientras que el niño se volteaba de un sopetón. Una frase tan común y hasta aniñada que muchos habremos escuchado cuando veíamos a otro niño comiendo unas galletitas de chocolates y ante nuestro “¿Me invitas?”, éste nos respondía con tremenda frase y vueltita de espalda, que para la edad que teníamos, era como una bofetada a nuestro orgullo (y antojo).
O el “¿Lo quieres?...!Pues, trabaja!” que seguramente, habremos escuchado de nuestros padres cuando ya éramos un poco más grandes. Porque, como dicen, “el que quiere celeste…que le cueste”.
Y es verdad.
Todo en la vida es a base de esfuerzo y trabajo, nada se consigue fácilmente.
Recuerdo que mi oba nunca nos enseñó la palabra “¡Ganbatte!”. No sé por qué. Ella, simplemente, hacía las cosas y hablaba poco. Es como dice el dicho "una imagen, vale más que mil palabras" y seguramente, con todo lo que ella hacía, ya lo decía todo y las explicaciones estaban de sobra.
Más bien, fue mi mamá quien me enseñó esta palabra, cuando yo estaba empezando el colegio.
“Quiero que saques buenas notas. Así que, estudia bastante… !Ganbatte!” era lo que mi mamá me decía. Y siempre me esforzaba. El resultado: terminé el colegio con buenas calificaciones y así pude ingresar fácilmente a la universidad.
No era "cuestión de suerte” o “Ser lechera”, como algunos amigos me decían. Era, más bien, cuestión de “esfuerzo y trabajo”, como así lo hubiera dicho mi oba. Y claro, no estaba demás escuchar los “¡Que tengas suerte!” que me decían algunos amigos y familiares para animarme cuando tenía que inscribirme para ingresar a la universidad.
Aunque los tiempos y las generaciones son distintas, lo cierto es que hasta ahora me sirve como inspiración personal el ejemplo vida de mi oba, que estuvo llena de esfuerzo y trabajo.
Mi oba llegó al Perú acompañado de mi oji en 1918 para buscar un futuro mejor de la que tenía en Okinawa. Al principio, trabajaron en una hacienda azucarera como peones. No sé por cuánto tiempo habrán estado trabajando en ella si fueron muchos años o, quizás, solo fue por un par de años y luego se dedicaron a muchos oficios, pero ya la memoria de mi mamá no es muy buena y a mí, nunca se me ocurrió preguntar a mi oba ni por curiosidad la historia de su vida, quizás porque tenía apenas unos 6 años y muchas ganas de jugar y no de preguntar.
Pasó el tiempo y ya mis abuelos (mi oji y mi oba) lograron reunir el capital suficiente para comprar su primera tienda. “Es hora de ser independientes”, seguramente habrán pensando así.
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Permiso de trabajo de mi oba para trabajar en el cafetín.
(Lima, 1929). |
Aprovechando la facilidad para instalar un cafetín en aquellas épocas y seguro también, para aprovechar la sazón de mi oba, compraron una casa-tienda a unos conocidos, también japoneses como ellos. Tuvieron suerte que estos conocidos querían vender esa tienda, puesto que ya tenían otra cerca del lugar. Pero eso, sí, había que esforzarse y trabajar mucho, para recuperar la inversión y comenzar a ahorrar para, tal vez, enviar algo de dinero a la familia que dejaron en Okinawa, ahorrar para ellos mismos o quizás, en un futuro no muy lejano, regresar nuevamente a la Okinawa que dejaron.
Al principio, solo trabajaban en el cafetín mi oji junto con mi oba. Mi oba se dedicaba a preparar la comida y mi oji, a comprar los insumos en el mercado central y a atender a los comensales que, con el paso de los años, iban en aumento.
Los años pasaron y ya no solo se podía ver el fruto de tanto esfuerzo y trabajo, sino también, la llegada de los hijos.
Mi oji y mi oba junto con sus hijos pequeños
(Lima-Perú, año 1935, aprox.) |
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Ahora, con mayor razón, tenían que trabajar y esforzarse más. “Hay que aprovechar la suerte que tenemos”, paradójicamente hubiera dicho mi oji, al ver que les iba bien en el negocio, al que dedicaron muchas horas de trabajo y esfuerzo.
Y así, ambos siguieron trabajando juntos, viendo que sus ahorros ya no solo eran parte de sus sueños, sino eran parte de su rutina de vida y trabajo. Hasta que mi oji enfermó.
Fue el primer golpe a esa “suerte” que, seguramente, mi oji hubiese pensado que tenía.
Tenía unos 40 años, cuando le diagnosticaron tuberculosis. Una simple placa de Rayos X mostraba unas manchas en uno de sus pulmones. El médico revisó la placa y con poca certeza en su diagnóstico (validado, quizás, por la pobre tecnología disponible en esos tiempos), confirmó que mi oji padecía de esa enfermedad, que era común por aquellas épocas.
“Un clima seco, una buena alimentación y con los medicamentos necesarios, va a mejorar”, fue la recomendación del médico.
Mi oba, con sus hijas aún pequeñas y con una suerte ahora incierta; pidió a unos conocidos hospedaje para mi oji, también japoneses como ella, que vivían en Jauja.
Era la primera vez que tenía que separarse de su esposo, ahora ya enfermo, pero era necesario.
El clima húmedo de Lima iba a empeorar su enfermedad y Jauja era la única solución. Cada cierto tiempo, mi oba viajaba a Jauja para llevarle las cosas que necesitaba: las medicinas, algo de su comida favorita y ropa, pero sobretodo iba porque quería verlo, aunque sea cada cierto tiempo, y regresar un poco más animada a Lima.
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De cuando en cuando, cuando las visitas no eran suficientes, mi oba sentía el apoyo de su esposo, a pesar de la distancia, con las cartas que mi oji le enviaba.
Una de las hojas de las varias cartas que mi oji enviaba a mi oba. Jauja, año 1944, aprox. |
No es fácil para una mujer joven cuidar sola a los hijos pequeños y tener lejos a su esposo enfermo. |
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Un día, mi oba viajó a Jauja, como siempre lo hacía, pero esta vez, llevó a todas sus hijas y la acompañaban algunos familiares cercanos. Mi oji había fallecido.
Mi oba solo pensaba en despedirse de mi oji que yacía en una cama de hospital, mientras que los familiares se encargaron de los trámites del entierro y luego, de su traslado hacia Lima.
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Algunos conocidos de mi oba, colocando flores en la tumba de mi oji en Jauja, antes de su traslado hacia Lima.(Jauja, año 1944)
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Todo había cambiado, mi oji ya no estaba con ella. Pero la vida, a veces, es impasible y no espera, sino que continúa.
Ahí estaba todavía el cafetín y las hijas, entre ellas mi mamá, con apenas 12 años. Por ellas había que esforzarse.
Atrás debía de quedar la tristeza, aunque, como hace unos años me contó mi mamá, era una tristeza que luego, se convertía en frustración.
Mi mamá me contó que, años después de su fallecimiento, descubrieron que esas “manchas” en uno de sus pulmones, eran unas lesiones antiguas de niñez.
Habrá sido por la preocupación del momento o, tal vez, por confiar demasiado en ese médico y su tecnología obsoleta que mi oba no recordaba aquello que mi oji le contó hace mucho tiempo atrás.
Mi oji cuando era pequeño, así como todos los niños, le gustaba jugar mucho al aire libre y solía treparse a los árboles. Un día, parece que su equilibrio le jugó una mala pasada y se cayó del árbol. Aparentemente, no le había pasado nada, salvo los moretones y golpes que tenía por la caída. Hasta que llegó al Perú.
Recién a los 40 años, se saca una placa radiográfica de sus pulmones por una molestia que tenía, aparentemente era una revisión de rutina, pero que terminó confirmando que esa antigua caída de niñez, había lesionado uno de sus pulmones.
Realmente, no era grave, pero la medicina que le habían administrado para la tuberculosis supuestamente diagnosticada resultó ser literalmente fatal, que acabaron por debilitarlo y consumirlo.
Ya no había forma de regresar al pasado y tal vez, cambiar el destino o la suerte.
Lo único que quedaba era trabajar duro y no dejar que la pena o tristeza (y quizás, la impotencia por no haber recordado ese recuerdo de infancia), acabaran con lo que tanto esfuerzo habían conseguido mis abuelos: tener un negocio propio.
Los años pasaron y ya las hijas crecieron. Y el negocio también. Mi oba y mi mamá, junto con otras tías, trabajaron y se esforzaron mucho en el negocio familiar, al que llamábamos la “tienda”. Con la "tienda", mi oba pudo darles educación a cada una de sus hijas y darles una casa cuando se casaron. E incluso, a los nietos, nos ayudó para estudiar la educación básica y superior.
Y todo, ha sido fruto del esfuerzo y trabajo que mi oba dedicó a la tienda, a pesar de ese destino un tanto adverso: días que parecían interminables, abriendo desde muy temprano y cerrando cuando ya era de noche y nosotros ya estábamos durmiendo o los muchos fines de semana que pasábamos sin mi mamá en la casa porque estaba trabajando en la tienda.
Eso era lo que más recuerdo de cuando era muy pequeña.
Todos trabajaron en esa tienda, incluso mi papá. Cuando se casó con mi mamá, también trabajó en esa tienda, dedicándole muchas horas de trabajo mientras que mi mamá se quedaba en casa cuidándonos. Pero, a veces, la suerte resulta ser muy injusta.
A los pocos años de una aparente “buena suerte”, a mi papá también lo diagnosticaron con un problema pulmonar y lo internaron en un hospital.
Mi oba, quizás, recordando aquello que vivió con mi oji, pensó en trasladarlo a una clínica privada en donde lo cuidarían y tratarían mejor y así, quizás, evitarle a mi mamá el duro camino que ella tuvo que vivir sin mi oji. Pero, mi papá, no lo quiso así.
Decidió internarse en el hospital porque tenía el famoso “carnet del asegurado” y no quería causarle mayores problemas a mi oba. Pero, creo que fue una mala decisión.
Al final, mi papá, quizás presintiendo algo malo que iba a ocurrir, pidió que llamaran a mi mamá. No se sentía muy bien en ese hospital, algo pasaba, que hasta él mismo podía ver y sentir. Era como un rumor que corría de pasillo en pasillo, pero en secreto. No quería que lo viéramos así y solo mi mamá pudo conversar con él. A los pocos días, mi papá falleció, casi a la misma edad que mi oji.
Sería innecesario contarles lo que pasó después, porque sería como volver a repetir la historia de mi oji.
Mi mamá, al igual que mi oba, sacó fuerzas de donde no la tenía y nos sacó adelante, aún con la pena a cuestas y con hijos pequeños aún por quienes trabajar.
Y así fue. Al final, el esfuerzo no fue en vano, porque ahora, puedo compartirles esta bonita, aunque algo triste, experiencia de vida de mi oba y de mi mamá y que puede haberse repetido, quizás, en muchas otras familias.
Pero como toda historia, hay momentos buenos y malos, como debe ser la vida, ¿no? Aquí no hubo suerte de por medio, sino solo trabajo y esfuerzo.
El esfuerzo y trabajo duro es lo que realmente vale, si uno desea alcanzar sus objetivos y si en caso que la “suerte” no nos favorezca a veces, como a mi oba o a mi mamá, si uno se esfuerza y trabaja duro, pues, la “buena suerte” vendrá por sí sola y todo lo demás, será por añadidura, como le pasó a mi oba y a mi mamá.
Por eso, como me mencionó Raúl acerca de las palabras “ganbatte” y “suerte”, creo que sus significados, después de todo, no son tan diferentes y, ahora que lo pienso, creo que están muy relacionados. Porque, realmente, hay que “esforzarse y trabajar duro” para tener buena suerte en todo, ¿no? Es cuestión de suerte…o, mejor dicho, del esfuerzo.