(Recordando a los emolienteros y raspadilleros japoneses, aquellos "ambulantes" de la Lima de antaño).
Cuando llegaron los primeros inmigrantes al Perú, muchos de ellos no culminaron su contrato de trabajo en las haciendas y se fugaron.
Otros, en cambio, terminaron su contrato de trabajo y con dinero en mano, decidieron abrir sus propios negocios en Lima.
Realmente, la vida era difícil. En un país con costumbres e idioma desconocido, ¿de qué iban a vivir?
Pero como dice el dicho “cuando el hambre aprieta…”, no hay nada mejor que el ingenio y las ganas de trabajar.
Algunos inmigrantes japoneses tuvieron que trabajar duro y comenzar desde abajo, incluso, como vendedores ambulantes (conocidos comúnmente como "ambulantes").
Algunos afirman que los primeros vendedores de raspadillas y melcocha en Lima fueron japoneses.[1][2]
Antes de la imagen del raspadillero japonés, estaba el heladero local, según Pedro Benvenuttto Murrieta en su libro “Quince plazuelas, una alameda y un callejón” (1932):
“[…] El antiguo tipo del heladero –cholo coronguino, hirsuto borrado y bastante irascible que con su cubo de madera y su paleta o espátula de lata vendía helados de lúcuma, de piña y de leche, aturdiendo al vecindario con sus gritos- ha sido substituido por un japonés amable y siempre sonriente que vende helados de raspadilla.
Para hacerlos emplea una máquina especie de cepillo o «torito» que en vez de cepillar madera y obtener virutas, cepilla un trozo de hielo sacando raspas de él, las cuales prensadas en un vaso y teñidas por un jarabe más o menos coloreado y auténtico constituyen la raspadilla.[…]”[3]
Parece que los clientes preferían al raspadillero japonés por su forma de atenderlos, (además de ser considerados como los pioneros en la venta de raspadillas en Lima).
Como así lo menciona Manuel Beingolea (narrador peruano, 1881-1953): «la raspadilla japonesa que muy lindas bocas succionan», en un recuerdo que data incluso de 1910.
Pero por más que eran los "favoritos" en el rubro, los ambulantes japoneses no se dormían en sus laureles.
Si bien la venta de raspadilla era un negocio redondo en la época de calor, no sucedería lo mismo en el invierno.
Tenían que adaptarse al gusto del cliente y también, a las estaciones.
Un emoliente caliente en pleno invierno no es nada despreciable, y menos, en esas épocas.
Si bien los japoneses no fueron los pioneros en vender emoliente en carretillas, sí fueron los mejores, según así lo recuerdan algunos, como Andrés Herrera Cornejo (en “ Estampas costumbristas de Lima de 1934 a 1937”):
“[…]No fueron los japoneses quienes comenzaron con la venta de emoliente, sino los provincianos radicados en la capital, allá por el año 1900, quienes en busca de un trabajo digno e independiente, sacaron a la venta este preparado de hierbas.
Así apareció un buen día en una de las principales calles de la ciudad, y a altas horas de la noche, el emolientero con su mandil blanco, acompañado de su carretilla con botellas de diversos colores.
En el frío de la noche, y con los restaurantes y cafés cerrados, aparecieron salvadores los vasos de emoliente para calentar el cuerpo. […] Algunos japoneses, contagiados del furor causado por esta novedad, deciden dedicarse a esta actividad, mejorando el sabor del líquido, siendo por ello preferidos por los clientes. Su presencia en las calles fue corta, sólo se recuerda haberlos visto un par de décadas, generalmente a la salida de los cines del barrio, como en el antiguo Teatro Lima[…]”.[4]
¿Ya vieron? Como les dije anteriormente, “no hay nada mejor que el ingenio y las ganas de trabajar” para salir adelante.
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FUENTE: Nippi Shimpo (Lima, 1924) |
Muchos coinciden en que los comerciantes japoneses fueron exitosos en su mayoría y muchos negocios aún son recordados como parte de la historia de la Lima de antaño, especialmente los de comida.
Y parece que los comerciantes japoneses “informales” (léase “ambulantes”) no fueron ajenos a esta suerte.
Aunque hayan pasado los años, aún sobrevive en la memoria (y en los libros) la imagen de los raspadilleros, melcocheros y emolienteros japoneses (sin dejar de mencionar a los maniceros, vendedores de choncholí, anticuchos, etc.)
La imagen que comparto corresponde a uno de los negocios de los hermanos Sewo, oriundos de Hiroshima Ken. Tenían 3 negocios, uno en La Victoria (Av. De Santa Teresa) y los otros dos, en el Centro de Lima (Calle de Nazarenas, Baratillo y Virú).
En ella podemos observar un letrero "Higiénica Refrescos" (lado izquierdo).
Me da la impresión que es un toldo de lo que podría ser un carrito ambulante o módulo de venta de aquellas épocas, como aquellos en los que se habrían vendido las raspadillas, emolientes, melcochas, entre otros.
"[...]Recuerdo que durante el verano, las mismas carretillas eran usadas para la venta de refrescos de piña y raspadillas con miel de frutas, cargando los inmensos bloques de hielo.[...]"[4]
FUENTES:
[1] MOROMISATO, Doris. Okinawa: un siglo en el Perú. Lima: Ediciones OKP, 2006. Pág. 104.
[2] THORNDIKE, Guillermo. Los imperios del sol: una historia de los japoneses en el Perú. Lima: Brasa. 1996. Pág. 20.
[3] BENVENUTTO MURRIETA, Pedro Manuel. Quince plazuelas, una alameda y un callejón. Imp. y lit. T. Scheuch, 1932. Pág. 265.
[4] HERRERA CORNEJO, H. Andrés. Estampas costumbristas de Lima de 1934 a 1937. I nstituto Fotográfico Eugenio Courret, 2003. Pág.
IMAGEN TOMADA DE:
Álbum Gráfico e informativo de Perú y Bolivia. Lima: Nippi Shimpo. 1924. Pág. 233.