Este domingo comienza el Obon para los de Naichi y para los que llevamos al estilo okinawense, recién es este 3 de setiembre.
Pero quisiera compartirles una opinión, muy personal, que ha estado rondando mis pensamientos desde que hicimos la misa 33 de mi papá, hace solo un par de meses.
Solo imagínense, ¡hemos tenido Butsudan en mi familia desde hace más de 70 años! Y a estas alturas, me pongo a cuestionar su existencia, estando a pocos años para que cerremos definitivamente el Butsudan familiar.
Yo, como muchos nietos de okinawenses (sansei), he crecido al lado de mi Oba y he heredado sus costumbres y creencias en torno al Butsudan, muchas veces sin siquiera entenderlas. He olvidado algunos detalles con el tiempo o simplemente las he incluido como parte de mi vida, resistiéndome a olvidarlas porque me hacen retroceder en el tiempo. La “comida de misa” y los tempura de la Oba, las reuniones familiares en Obon con los tíos y primos que no se reunían así nomas y hasta el resondrón de la oba “¡Mottainai! ¡todo bota!, ¿no?” forman parte de mis recuerdos de infancia. ¡Y cómo olvidar al Butsudan!, que más que un recuerdo de infancia actualmente forma parte de mi vida y mi rutina.
Desde que tengo memoria, siempre he visto un Butsudan a donde vaya: en la casa de mi oba, en la de mis padres y ahora que nos hemos mudado, tampoco ha sido la excepción. Durante todo el año, el Butsudan necesita que lo atienda: cada quincena, en Obón y Oshogatsu o si toca la misa de aniversario.
Hay fechas y ritos que tengo que recordar y es fácil que se me pase algún detalle. ¿Me pasará algo malo si me olvido? No, porque, como decía Oba “si lo haces de corazón, ellos entenderán”. Pero el peligro que encierra esta frase tan de “mamá protectora”, es que encierra una libertad disimulada, en donde no sé hasta dónde puedo cambiar una costumbre o creencia para mi propia comodidad o necesidad sin que afecte la esencia misma de una expresión de fe (Butsudan).
Con esta frase puedo justificar alguna falta o error que cometa por simple ignorancia ante una religión o creencia que no es la mía.
¡Cuántas veces nos hemos equivocado! Por querer hacer bien las cosas pero sin comprender, terminamos haciéndolo mal (o peor).
Colocamos fotos en donde no se debe, usamos los cajones del Butsudan como gavetas para cubiertos y hasta decoramos su interior con estampitas de santos sin razón. “Para más protección”, algunos me dijeron, creyendo que el Butsudan es el guachimán y santo que nos protege la casa y nos da cosas cuando se lo pedimos.
Recuerden que el propósito esencial del Butsudan es recordar y ayudar al fallecido en su viaje al más allá, usando la misma religión que ellos profesaban en vida, no para nuestro beneficio, el de los vivos.
Las pocas cosas que sé hacer bien, por ejemplo, lo aprendí mirando. Para mi oba que no dominaba el español, le resultaba difícil explicarnos su fe y lo que significaba tener un Butsudan (como se dice, la “teoría”). Solo decía: “Miren y aprendan”.
Así se ahorraba el esfuerzo de explicarnos las creencias budistas o propiamente okinawenses sobre el más allá y que algunas veces iban en contra de la lógica católica y que no íbamos a entender.
Todos los meses repetía lo mismo (hacer ochato cada 15 días) y así fue como aprendimos a cuidar el Butsudan, por pura práctica. Para mi oba, las explicaciones salían de sobra.
“Y si tiene duda, llama yuta”, decía. Era como si mi oba no se pusiera en nuestros zapatos, que se olvidara de que ya éramos nisei y sansei viviendo en el Perú y además, católicas desde nacimiento.
Pero mi oba no fue la única, porque también hubieron otras oba que querían que sus hijos y nietos continuaran con sus costumbres y hasta sus creencias religiosas. Y a veces la sangre es tan fuerte, que los mismos descendientes son los que quieren seguir con la tradición hasta con ellos mismos. “Cuando me vaya, quiero que me abran mi Butsudan”. Debe ser por eso que, a pesar de los años, el oficio de “yuta” aún es un negocio rentable en Lima, en donde podemos encontrar para todo gusto y bolsillo.
Mi Oba materna y mi Oji paterno quisieron profesar correctamente lo que su religión decía y nosotros, los hijos y nietos, los ayudamos. Les abrimos un Butsudan y, aunque no era nuestra fe, tratamos de empaparnos con sus creencias, continuando con algunas de sus costumbres que a veces ni entendíamos para qué lo hacíamos (“¿Poner piña en Obon?”, “¿3 senko y no 1?”) y consultando a yutas.
Todo esto lo hemos estado haciendo para cumplir, por lo menos correctamente, con una fe que no es la nuestra pero sí la de ellos. Los únicos que sí podían entenderla eran mis abuelos. Al fin y al cabo, era su propia religión y creencias, traídas desde Okinawa, aunque en una época y realidad distinta a la que nació mi mamá y yo.
Ya en esta parte de este post, seguramente que hay más de un ceño fruncido.
“¡Pero en mi casa sí creemos en el Butsudan y queremos seguir con la tradición!”, refutará más de uno. Pero en realidad, no creo que crean. No existe sincretismo, como así también lo afirman los expertos. O eres católico (o de otra religión) o eres budista, pero no ambos. La religión no es como una nacionalidad, en que puedes tener dos y no pasa nada.
Lo que sí existe es una convivencia armónica entre creencia (catolicismo o la religión que uno profese) y costumbre (ritos y actividades asociadas con el cuidado al Butsudan). Si no se considera esta diferencia, sí que habría conflicto.
Creo que el origen de esta confusión entre creencia y costumbre está en la relación Butsudan=recuerdos.
El butsudan tiene muchos ritos y actividades que involucran a toda la familia durante más de una generación: las reuniones familiares en donde se comparte comida especialmente preparada para estas fechas y el recuerdo de los abuelos con sus costumbres que para muchos evoca la propia infancia.
¡Qué buenos recuerdos!... Esto es precisamente lo que algunos no quieren que se pierda: la unión familiar y los orígenes. Esto lo sé por experiencia propia.
Puedo decirles que mi familia y yo nos reunimos solo por el Butsudan en fechas como Obon, Oshogatsu y en las misas de aniversario, como creo que pasa en otros hogares nikkei. Pero no por eso, voy a querer continuar con la costumbre del Butsudan, solo para que mis descendientes no pierdan la costumbre de reunirse a comer en familia o mantener las costumbres de la Oba.
Sé que el Butsudan es el medio para honrar la memoria de nuestros antepasados y ayudarlos en su difícil viaje al más allá. Por eso respeto esta decisión y como nieta, los “ayudo” atendiendo su Butsudan, aunque tengo mis propias opiniones.
Pero sinceramente, para mí, como sansei, el Butsudan representa una creencia y costumbre (por los ritos implicados en su cuidado) que trajo mi Oba al Perú desde Okinawa, muy distinta a la mía. Y así también pensaba mi mamá, que era nisei.
Ella se opuso a tener su propio Butsudan para no hacernos cargar con tremenda responsabilidad que conlleva su cuidado y atención bajo una fe que desconocemos, porque el Butsudan representa a una fe y no una tradición o costumbre.
En el caso de mi papá, que falleció antes que mi oji, fue al revés. A pesar de ser nisei, el oji decidió por él abrirle un Butsudan para que continuara con la costumbre familiar por ser el “chonan” (hijo mayor).
O en el caso de varios amigos, en donde me contaron que abrieron un Butsudan a sus padres nisei o sansei porque la yuta les recomendó hacerlo (por interés propio del yuta) y que con el tiempo, terminaron por llevar el Ihai al Templo de Cañete, porque ya no lo podía atender adecuadamente.
A pesar de saber esto, hay algunos nisei y hasta sansei que siguen con la idea de tener un Butsudan propio (siendo católicos en vida, por ejemplo) solo por costumbre y tradición familiar, más no por creencia, arriesgándose así a que su Ihai termine en Cañete; porque realmente, uno no sabe cómo será la vida o el pensamiento a futuro de los hijos.
Personalmente y seguramente a más de uno les va a incomodar por lo que digo, Cañete es para mí como la “casa de reposo de los Ihai”, en donde si no puedes cuidar a tus padres (Ihai) en tu casa y con tu familia por X motivos, los llevas a una casa de reposo para que les brinde una atención adecuada que tu no les puedes dar. Entonces, ¿para qué abrir un Butsudan aquí en Perú cuando ya somos nisei o sansei?
Aquí aprovecho en ponerme también en el lugar del hijo. "Si he cuidado a mi papá hasta viejo, ¿tengo que atenderlo incluso después de muerto, durante 33 años?"
Si el budismo (o similar) no es mi fe por vocación, creo que debo analizar bien si sé diferenciar entre la costumbre y creencia, en caso decidamos abrir nuestro propio Butsudan y queramos "jalar" a nuestra siguiente generación para su cuidado.
El Butsudan no es la personificación de nuestros recuerdos ni una extensión “per se” de las costumbres de la Oba, sino el medio por el cual podemos ayudar a nuestros fallecidos (que deberían ser los practicantes de esa fe en vida) para su eterno descanso.
Realmente, ¿llevamos un butsudan por costumbre o por creencia?
Ya estoy por terminar de escribir este post y aún creo que es una pregunta difícil de responder sin que cause polémica o incomodidad en muchos. En mi caso, el Butsudan representa una creencia comenzada por mi oba y seguida como costumbre por mi mamá y ahora, yo (aunque cambiando alguno que otro detalle). Ahora no lo podremos ver fácilmente, pero creo que al final esta fusión que inconscientemente hacemos entre “creencia” + “costumbre” terminaría siendo, para las generaciones futuras, en una confusión.
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FUENTES:
Imagen tomada de: みさき のゑHAPPYになるブログ